Al escuchar las palabras salir de sus labios, mi sangre se heló casi al instante.
Me había contado que Tramy no siempre había estado encerrada, sino que era libre de deambular por todo el islote cuando así lo sintiera, así habían sido las cosas hace mucho tiempo, cientos de años en realidad. Cuando se construyó la academia ya ella vivía aquí, era su hogar, y aun así dejó que los brujos vivieran aquí con ella.
Hace un par de años, por cuenta propia otro dragón apareció en el islote y Tramy nunca había sido más feliz, era la primera vez en tanto tiempo que conocía a un ser semejante a ella. Un día estaba embarazada, meses después ya tenía tres crías.
— Pero todo acabó cuando su compañero fue encontrado muerto en el bosque, mordidas en toda su espalda y sus huesos expuestos, fue horrible.
Mi estomago se revolteó, imaginar una escena así era horrible y ni pensar vivirlo en carne propia.
— Pero, ¿Qué motivos tuvo para hacerlo?.
— No lo sabemos, pero lo cierto es que ella ha estado muy arrepentida desde ese momento. Ya no es tan feliz como antes, tampoco hemos vuelto a ver su fuego desde entonces.
Sin duda alguna se me antojaba una historia muy triste, me congelé en mi lugar procesando todo lo que acababa de decir, hasta que la puerta al fondo abriéndose captó la atención de ambas.
El brujo de los ojos azules y sus amigos.
Los chicos se reían de lo que intuí sería una broma. Pero sus sonrisas de esfumaron tan pronto repararon en nosotras como si los hubieran atrapado haciendo algo que no debían. El de los ojos azules me miró y luego a la rectora, se me antojó gracioso averiguar que estaba pasando en su mente.
— ¿No le habías dicho que viniera en la noche? — el de la melena castaña, quien identifiqué como Esdras según lo que Circe me había contado, le susurró Theo.
— ¿De que hablan? — Cuestionó la rectora arqueando una ceja.
— Habíamos acordado reunirnos acá, con Ivy, pero se supone que ella vendría más tarde. — Respondió el de cabello negro rápidamente, antes de que alguien metiera la pata adiviné.
— ¿Quién es Ivy?
— Pues yo. — dije, llamando la atención de la señora.
Expectante y como si estuviera resolviendo lo que sucedía en el momento, la rectora se limitó a asentir en mi dirección y al cabo de unos segundos una diminuta sonrisa se curvó en sus labios.
— Pues que bueno que tus amigos están aquí, así podrán ayudarte a limpiar el desorden que provocaste, empezando ahora.
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Los chicos se enojaron conmigo, lo cual era de suponer. Tan pronto la regordeta señora se fue, empezaron a voltear y recoger maquinas que se habían dispersado y volcado en los alrededores.
Me preguntaron como era posible que yo sola hubiera provocado tal desorden. Hubiera podido contarles que vi mi vida correr ante mis ojos hace unos segundos mientras colgaba de una cuerda, que una criatura gigante que ahora descansaba sobre nosotros se echó a correr tras de mí, que mis manos sangrientas se sentían ardientes por el dolor de las espinas que me había clavado. Pero no dije nada, supongo que la fatiga del gran esfuerzo que había hecho con mi magia me había afectado demasiado.
Estaba tan drenada que no pude absorber el hielo que había invocado para formar los escalones, los cuales ahora mismo no parecían mas que trozos deformados de cristales que tuve que barrer, no había otra alternativa ya que los chicos no podían deshacer algo que yo había creado.
Cuando terminamos quedamos todos tan agotados que me invitaron a acompañarlos por una cerveza en su torre, no sé de donde sacaron alcohol y algo me decía que era mejor no preguntar.
Los chicos habían sido agradables luego de que estuvimos cierto tiempo juntos e incluso hicieron algunas bromas entre ellos para aliviar la situación, me parecieron muy graciosos y me hicieron sentir parte de su grupo aunque era la primera vez que charlábamos.
Después de eso, la noche cayó y el aburrido de los ojos azules sacó sus lentes y libro de su habitación, se despidió de todos y se dirigió a lo que intuí sería el invernadero. Yo decidí acompañarlo solo porque si.
— Tus amigos me caen bien — dije tras un trago de mi botella.
Las palmas de mis manos aun dolían.
— Son idiotas con buenas intenciones — dijo sin despegar la cara de su libro.
Esta noche cargó un libro sobre administración pública. Algo demasiado maduro en mi opinión.
Los dos nos encontrábamos sentados en el suelo del invernadero, con la espalda recostada en extremos opuestos.
— ¿ te importaría decirme por qué me seguiste hasta acá arriba? — preguntó de la nada.
— Pensé que me extrañarías. — Respondí encogiendo los hombros antes de darle un trago restante a mi cerveza.
— Créeme, lo último que haría sería extrañarte.
— Ouch, ¿es lo que le dices a las chicas que amanecen en tu cama?
— No es algo que yo diría, pero eso me suena bastante a Esdras.
— ¿y que dirías tú?
No me miró, pero ciertamente consideró mi pregunta y por un segundo su atención no estaba en su lectura.
— Pues no soy de tener muchas chicas como mis amigos, como podrás notar no es que tenga una gran personalidad o un sentido del humor como el de ellos.
— Eso suena demasiado triste.
Su quijada tembló.
— supongo que lo es.
Retornó la atención a la lectura.
— Sabes, no tengo derecho a opinar dado a que recién nos conocemos pero siento que en el fondo, muy en el fondo, demasiado en el fondo donde no llega la luz-
—Termínalo Bren. — Bufó.
— Ya, — me reí un poco, culpé al alcohol por eso. — Lo que quiero decir es que no deberías compararte con ellos ya que creo que puedes ser muy interesante en otros aspectos para muchísimas personas, yo incluida.
Parpadeó. Levantó la vista y la iluminación provocó que los cristales de sus lentes se tornaran blancos.