Academia de Brujas

Diecinueve.

• A I D E N •

Fue en mi sexto cumpleaños cuando mis padres decidieron crear una lista muy reducida de personas con las que podría relacionarme, desde entonces no hay día en que mi madre no me lo recuerde.

Lo hacemos porque te amamos.

Siempre es la misma respuesta, no importa cuantas veces le haya cuestionado el porqué no puedo tener una vida normal y que estoy restringido a no poder salir, a conocer más personas. Por más que lo intentara no existía forma de convencerla. 

Era la razón por la que en la academia tenía una habitación apartada a las del resto y por la que mis clases eran particulares, así evitaría el contacto con los demás brujos en gran medida.

Pero era evidente que mis padres no contaban con mis escapadas por la ciudad, que eventualmente me llevaron a ser reconocido en la taberna de Theo allá en Caelum, pero muy distinto era el hecho de ser reconocido en mi ciudad a que lo fuera por una chica que vivía en una torre de Wiccianas, sólo significaba que la estrategia de mis padres no había funcionado.

— ¿Cómo sabes mi nombre?

— Circe me lo dijo — dijo divertida.

Respiré. Claro que se me había olvidado el pequeño detalle que representaba Carruzo, tendría que hablar con ella más tarde. Sin embargo, no pude ocultar el alivio que cruzó por mi rostro, por lo menos mi existencia seguiría en las sombras.

— No puedes decirle a nadie sobre mí — dije serio. — ¿Podrías guardar este secreto?

En aquellos ojos verdes podría jurar que lo que vi fue compasión. Incapaz de sostenerle la mirada me escondí tras la lectura, como siempre.

— ¿Qué pasaría si se enteran? que tú eres... tú.

— Podrían aprovecharse, o incluso lastimarme solo para probar algo. Las posibilidades son demasiadas.

Aun a la distancia, pude apreciar como sus oscuras cejas se unieron, reflejando confusión.

— Tú vida está muy jodida.

No pude evitarlo cuando una leve sonrisa surcó mis labios. Ivy tenía cierta habilidad para quitarle la seriedad a cualquiera que la rodeara, sin importar la circunstancia que sea.

Solté el libro a mi lado y me paré, con ambas manos en mis bolsillos, me permití deambular entre las filas de plantaciones que se exhibían en el invernadero.

— ¿Qué me dices de ti Bren?

Consciente de los ojos verdes examinando todos mis movimientos, arranqué un par de flores.

— Creo no hay nada que quieras saber de mi.

Me volteé y me acerqué a ella, cada paso la obligaba a levantar más la vista hacia mi, no parpadeó nunca.

— ¿Para mí? — Señaló las flores en mi agarre con diversión.

Imitando su postura, me senté frente a ella. Dejé las flores entre nosotros e invoqué un par de piedras que las trituraron, el aroma que desprendían era bastante agradable.

— Oh — articuló expresando sorpresa ante la acción.

Me había percatado en estos días charlando con ella, de que detrás de que detrás de cada ocurrencia o cualquier comentario que hacía, siempre la conversación se dirigía entorno a mí. Siempre había sido así, desde que la encontré aquí mismo, sola en medio de la noche.

Aún recuerdo que me pregunté cuando la vi por primera vez, si que se ocultaba de algo mientras buscaba consuelo en el frío silencio.

Y aunque sus motivos despertaban la curiosidad y cada señal de alerta en mi, me prometí descubrirlo más tarde. Por ahora, me propuse atender un detalle que había notado hace horas, cuando trataba de ocultar su dolor al recoger el hielo del gimnasio.

— Dame las manos — ordené

Se removió incomoda en su lugar. Estaba muy cerca de ella, tan cerca que noté que sus ojos en realidad no eran del todo verdes, descubrí que eran más bien turquesa. Nunca había visto nada igual.

Cuando por fin me entregó sus maltratadas manos apliqué las flores machacadas sobre cada herida en sus palmas. Si le provocó alguna molestia, no lo reflejó ya que permaneció inmovilizada en mi agarre.

— Gracias — dijo un susurro.

Levanté el rostro y me encontré con una persona que nunca había visto, alguien vulnerable y frágil. Si no fuera por la piel marrón clara, la larga cabellera blanca y la mirada verde azulada, juraría que no era Ivy.

— Si lo que necesitas para quedarte sin palabras es que te curen las heridas, deberías lastimarte más a menudo — sonreí.

— Ya quisieras, idiota. — Escupió molesta, volviendo en sí. — Si ya terminaste, ¿Me regresas mis manos?

Entonces me di cuenta, ya había terminado la aplicación pero aun tenía sus manos sostenidas sin motivo alguno. Las solté con torpeza y me moví a su lado, a una botella vacía de cerveza de distancia.

— Sé que no quieres hablar mucho de ti, pero si alguna noche necesitas alguien para desahogarte, sin juzgarte puedes confiar en mi.

Silencio.

— De igual forma, cuando necesite abrirme para alguien, serás la primera a quien recurra. — Confesé.

¿De donde salían esas palabras? no lo sabía, pero en el momento sentí que era lo correcto, como si era algo que esa persona oculta pedía a gritos. Rogando por ayuda.

— ¿Tengo que escuchar tú monologo de que tú vida es una mierda? — Inquirió alzando una ceja. — Prefiero sacarme los ojos con un tenedor.

Mordí la parte interna de mi mejilla para no reír, por lo menos había respondido a su forma, creo que prefería su sinceridad excesiva a su silencio.

— Aun no has escuchado todo, se pone peor cuando hablo de mis traumas de infancia.

Ella ahogó una risa y negó con la cabeza.

— ¿No tienes amigos para escuchar estas cosas? ya sabes, los tres que están allá abajo esperando en tu dormitorio gigante.

— Si les hablo de mis problemas existenciales creo Theo se preocuparía demasiado y me trataría como un bebé, Esdras me conseguiría una chica para pasar la noche y dejar de pensar las cosas. — Dije asqueado.



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En el texto hay: academia de magia, romance, brujas

Editado: 11.08.2021

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