Acendrada Oscuridad

04

Si te dijera que verdaderamente no estoy loca... ¿me creerías? 
 

Tsuuuumm... tsuuuumm... tsuuuumm...

Mi celular vibraba.

Tsuuuumm... tsuuuumm... tsuuuumm...

Rezongué inmediatamente, mi teléfono móvil generaba una turbulencia que manipulaba los objetos más livianos puestos sobre la cómoda de madera, yendo al compás de un solo movimiento.

Esbozando un gran bostezo tomé el celular para dedicar mi mirada a la pantalla del móvil y ver de quién se trataba.

La llamada era de Elías, mi vecino «la primera persona con la que entablé una cálida conversación e interactué desde el primer día que llegué al vecindario».

Seguramente quería pedirme que le regresara a Pachito «su pequeña bola de pelos» la estatura de su perro alemán era tan diminuta que se le era extremadamente fácil recorrer las tuberías de su mansión que conectaban con el pequeño jardín delantero de la nuestra; imagino que a Pachito le gustaba el olor a tulipanes.

—¿Hola? —Pregunté somnolienta con los ojos entre abiertos.

Mi alcoba se sumía en total oscuridad, gruesas cortinas que cubrían el ventanal de mi cuarto descartaban cualquier mínimo destello de luz; supuse que mi cabello estaba envuelto en un desastre tal cual su portadora.

—Ho, hola Tomoe, ¿eres tú? —me preguntó en un tono muy bajo, como si lo susurrase, su voz era ronca pero acogedora.

—Ahm, sí claro, Elías —asentí algo dudosa— ¿Pasa algo? —me froté el ojo con la mano cerrada mientras preguntaba.

—¿Te encuentras bien?, ¿en dónde estás ahora?... —susurró muy alterado, como si no quisiera que lo escucharan— estoy afuera de tu casa a ver si con suerte logro pillar a Murries con las manos en la masa, pero los muros de la mansión me impiden la vista.

—Sí claro, estoy muy bien gracias por preguntar. ¿Atrapar a Murries con las manos en la masa?... ¿a qué te refieres con eso? —soné algo extrañada, no entendí lo que quiso decir.

Elías no acostumbraba a llamarme y cuando lo hacía era para pedirme que le pasara a Pachito, pero esta vez llamaba ¿para preguntar por mí?

—Eso no importa ahora, luego te explico, ¿en qué centro de atención te encuentras? —dirigió su pregunta hacia mí aun susurrando.

—Estoy dentro, Elías, ¿por qué estaría en un centro de atención? —Por un momento pensé que estaba loco, o que había estado fumando hierva— ¿Te metiste porquería en la nariz?, ¿de qué hablas?

—No, Tomoe ¿Cómo qué de qué hablo? Pues de lo que sucedió anoche... ¿acaso no te acuerdas? —Ésta vez alzó un poco más la voz, sonando dudoso soltó su opinión— pensé que estabas en el hospital o en una clínica.

—¡¿Espera qué?! ¿Qué pasó anoche? —pregunté solo para asegurarme de que había oído bien.

casi me ahogaba con mi propia saliva; la punzada en mi estómago estaba llegando una vez más.

—Sí... por lo de anoche... —comenzó a explicar— te desmayaste en mitad de tu fiesta de cumpleaños, estabas muy herida, ninguno de los invitados llegó a pensar que todo se saldría de control, o que la sorpresa que tus padres había montado para ti iba a ser tan tétrica. Yo estaba muy angustiado, por esa razón pregunté si estabas en el hospital recibiendo ayuda —dictaminó en voz baja, y con esas palabras la impotencia altivista se adentró en mí.

Lo sabía. Sabía que todo había sido real.

Y aquí es donde entra la pregunta del siglo: si esa era mi realidad... ¿dónde estaban mis heridas?

Impactada dejé caer el celular al piso.

Ya no sabía cómo reaccionar. Quería agarrar a mis padres y retorcerles el cuello como lo hacen con las gallinas. Estando acostada todavía en el sofá de cuero blanco pegué un grito de fastidio, confusión y rabia.

Esto no podía ser posible «aunque sí, así parecía ser».

Y estaba allí, la idea de cómo hacer que mis padres soltaran toda la verdad se encontraba plasmada en mi mente. Estaba clara de que había algo más oculto detrás de todo esto... algo siniestro y macabro. Y yo iba a descubrirlo.

—¡¿Hey...?! ¿Estás ahí, Tomoe...?

Elías siguió hablando por el teléfono pero inconscientemente dejé de prestar atención a sus palabras.

Salí disparada hacía la habitación de mis padres fingiendo extremada calma, inteligencia, sutilidad y audacia. Tenía que ir un paso delante de ellos, ya que si intentaba sacarles la verdad como una simia de la edad de piedra no conseguiría nada. Y moriría de un paro cardiaco, literalmente.

Los relucientes candelabros del pasillo brillaban con su mayor intensidad. Los cuadros griegos colgados en las paredes le daban un aire de galería noventera, pero claro, toda la mansión estaba decorada como una galería de la antigua Grecia de alta clase.

La mansión de los señores Hanson estaba minada de esculturas, jarrones, pinturas, cuadros, papel tapis y candelabros de estilo griego. Me agradaba que los adentros de la mansión tuvieran estilo noventero y clásico, «me hacía sentir que hacia parte de la película 300».

Esta vez estaba calmada y con los pensamientos bien organizados. El abundante y lacio cabello pelirrojo de nacimiento que recorría toda mi espalda hasta llegar a la altura de mis glúteos creaban un acto de rebeldía —odiaba que mi cabello estuviera hecho un desastre—.

Toqué a su puerta.

Tock, tock...

Tock, tock...

Nadie abrió.

—Murries... Donniára —Abriendo la puerta de caoba despacio esperé escuchar sus voces.

No había nadie.

La inmensa habitación estaba impecable y ordenada meticulosamente, Murries estaba obsesionado con la limpieza excesiva, el orden de las cosas y la impecabilidad de los trajes de gala que vestía para dirigir su compañía.

¿Dónde estaban?

¿Había ido al trabajo hoy sábado...?

Pensé, pensé y pensé. La cabeza me dolía de tantos pensamientos, anécdotas extrañas y confusiones de los acontecimientos de la vida, o mejor dicho, mi vida.

Cerré la puerta, me di la vuelta y caminé para ir al final del pasillo, donde se suponía que estaba la recámara del peliteñido.



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En el texto hay: adolescentes adultos, amor pasion, muertes y dolor

Editado: 12.06.2020

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