EL INICIO DE MI DESTRUCCIÓN
Sacramento - California.
Diciembre del 2015...
Gritos.
Sirenas.
Fuego.
Desesperación.
Olor a llanta quemada.
«Mueve el trasero Lion.
Te van a atrapar y no te la vas a acabar»
...
No quiero recordar, la cabeza se me va a estallar.
Ya de forma literal me he arrancado las uñas para no recordar.
Para que el dolor reine por encima de las ganas de descansar.
Cerrar los parpados es sinónimo de revivir esa pesadilla, que no me dejará jamás.
Las ganas de correr.
De contener la respiración hasta que los pulmones ardan.
Me paso las manos por el cabello, jalándolo con más fuerza de lo habitual.
El cuerpo entero me tiembla, pese a que conservo la cazadora que me libra del maldito frio de este lugar, haciendo que me levante del suelo al no poder aguantar las ganas que tengo de huir.
O más bien de regresar al lugar de los hechos.
Se que todavía puedo hacer algo, puedo librarme de esta culpa que me carcome las entrañas.
Yo no pude ser el causante.
No pretendía hacerle daño.
El no debió...
Es que no lo entiendo.
¿En qué momento ocurrió?
Todo parecía andar con normalidad.
¿Y ahora qué? ¿Este es el final?
¿La consecuencia de querer ser yo por una vez en la vida?
Él no se lo merecía.
Yo tampoco me lo merezco.
—¡Derek! —aprieto los ojos conteniendo las ganas de sollozar, deteniéndome en seco al estar dando vueltas por esta ratonera—. Que poco te duró los ánimos de perseguir tu añorada libertad —se me sacude el cuerpo entero cuando me veo obligado a abrir los parpados de inmediato.
Es mejor enfrentarlo, que regresar a esa noche.
Esa jodida noche que no deja de atormentarme.
Iba tan pulcro como siempre, sin un solo cabello en desorden.
Su traje de marca sin una maldita arruga, su loción mejorando el olor nauseabundo a letrina.
Recordándome que he aguantado hasta las ganas de orinar.
Sus ojos brillando como si hubiese encontrado su mina de oro.
—Joseph, por favor —susurro con la voz entrecortada —. No hagas que te lo pida de nuevo —seria realmente humillante.
Me odiaría más de lo que de por si lo hago, desde que no aguanté esta tortura y marqué su número.
Ese que con apenas sonar contestó, como si hubiese esperado más tiempo de lo que aceptaría esa llamada.
Pensé en no hacerlo, pero vivir en este sitio la mitad de mi vida era algo que no me permitiría.
No dejaría que me cortaran las alas tan fácilmente, pese a la culpa que me invade.
Pese a las ganas de devolver los pasos, pero sencillamente no puedo y si sigo aquí un segundo más... no voy a poderlo soportar.
—¡Abra! —le dice al oficial que permanece a su lado imperturbable, mirándome como desde la noche que me apresó, al no poder coordinar un solo paso por tener el cerebro embotado, mientras estaba ensimismado, mirando lo que quedaba en medio de las llamas.
...
En cuestión de segundos lo tengo frente a mí.
Mi instinto es retroceder, pero es más rápido.
Ya me tiene en su poder.
De nuevo.
Como siempre.
Solo me soltó las riendas, nunca me dejó libre.
Acuna mi rostro con fuerza para que no me aparte.
Analizándome como si en verdad le importara.
Y de la forma en cómo me hallo, dejo que haga conmigo lo que se le venga en gana.
No sintiendo un gramo de alivio.
Es como que sin hablar le estuviera añadiendo un peso a mis hombros, que no deseo cargar.
Pero es demasiado tarde para regresar a mi idea inicial.
De solo mirar atrás se me revuelve el estómago, y tirarme a sus brazos es lo único que puedo atinar a hacer para no derrumbarme.
¡Auxilio!
¿Alguien atendería a mi llamado si supiera los planes que tiene para conmigo?
—Lucia esta incontenible —me separo de su cuerpo como si estuviera tocando las brasas del infierno.
Es que eso es lo que realmente estoy haciendo.
—Te pedí que no... —le supliqué que no lo hiciera.
—¿De verdad piensas que puedes poner condiciones en tu situación? —el mismo hijo de puta —. Después de todo es tu madre.
—¿Enserio me harás decirlo? —repito cruzándome de brazos poniéndome a la defensiva.
—Creo que lo mínimo que me merezco es que reconozcas que te has equivocado, y que aceptes adecuarte a mis condiciones si quieres que esto quede en el olvido.
—¿A cambio de qué? —pregunto pese a que sé la respuesta.
—Ya eres todo un hombre como para que te pongas con estas niñerías —sonrío con ironía de forma amarga.
—Haré lo que me pidas, pero por lo que más quieras no me dejes aquí —ruego, como un idiota.
Como un maldito cobarde que no merece respirar.
Como ese niño asustadizo que vive en mí. Ese que le tiene miedo hasta a la oscuridad.
Porque no quiero estar aquí, aunque me lo merezca.
Se que no lo voy a soportar.
El encierro no es lo mío, aunque sepa que soy un criminal.
—Bonito discurso, pero se te olvida una cosa importante —me tengo que rebajar hasta su nivel.
—¿Alguna vez me has dejado opción, Joseph Jones? —todo con él es de esa manera.
A su amaño, y cuando no haces lo que quiere te atienes a las consecuencias en el momento indicado.
No se acelera, solo espera y eso lo hace aún peor.
» Te lo pido... —se forma un denso silencio hasta que logro decirlo —papá —me aguanto las ganas de vomitar.
—Ahora nos estamos entendiendo —se aleja para llamar al oficial, que parece su perro faldero. Hasta se me hace que lo veo menear la cola —. Los cargos fueron retirados, y la fianza está cubierta, así que mi hijo no tiene motivos para pasar un segundo más en este lugar —por desgracia llevo su sangre.
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Editado: 03.04.2023