EVOLET
De verdad, no estaba entendiendo nada.
Tenía la cabeza embotada, pese a que su trasero fue el único que sufrió daños.
Y para añadirle a su estado de confusión, estaba matando a pisotones a un caballero.
Mas concretamente a Charles, que fue una sorpresa encontrarlo en Londres, y le salvase, no pudiéndose quitar de la cabeza unos ojos bicolores teniendo a juego un cabello rojo incendio, que le hacían el corazón cachitos de solo rememorarlo.
Es que era asquerosamente preciosa.
Esa anomalía de sus ojos la hacían ver inhumanamente perfecta, mientras ella…
Bien, gracias.
Ahí robándole oxígeno a las personas hermosas, a ver si se envejecen antes de que se le caiga el primer diente y no precisamente de leche.
Y es que sabía que se la iba a topar.
En algún momento ocurriría.
No era una tonta que se esperara que fuese asocial.
Pese a que rezaba con todas sus fuerzas que resultase esa posibilidad, pero ni siquiera había podido asimilar con lo que se enfrentaría esa noche en la que casi no llega, por convertirse al último momento en el conejillo de indias de Madame Curie.
La cual le encasquetó uno de sus modelitos estrafalarios, que según lo que había visto no eran de los que hacía comúnmente, y ahora parecía que sus pulmones fuesen a sufrir un colapso al no saber cómo negarse.
Estaba, pese a tener los pechos de su señor padre estos a punto de vomitársele y la espalda totalmente al descubierto, sin importar el frio que calaba hasta los huesos, que se disipó con la corrida que efectuó, al cochero informarle que estaba retrasada por más de una hora.
La iba a matar, pero no pensó que de esa manera.
…
Un carraspeó más un sutil apretón a su cintura la trajeron de regreso a la realidad, encontrándose con los ojos verdes de Charles, que la observaban con curiosidad.
—Te debe de tener lo suficientemente avergonzada tu entrada, como para que no me hayas pisado ni una sola vez —¡Verdad!
La caída.
Aun le dolía el trasero.
—Raro seria que no diera un espectáculo digno de rememorar —dijo encogiéndose de hombros, mientras se la hacía girar regresando de nueva cuenta a sus brazos.
—En eso no puedo objetar —le sonrió, haciendo que de alguna manera se contagiase de su buena energía.
Es que, desde el primer segundo eso era lo que Charles le había provocado.
Desde que chocó con él, cuando intentó huir de lo que su boca había ocasionado al soltarle a Lord Stewart el amor platónico no tan fugaz que le hacía sentir, y sin conocerla ni tampoco pedírselo accedió a ser su distracción.
Ese con el que podía hablar del pelirrojo que le robaba la racionalidad, pese a que nunca había estado cuerda.
Haciéndose su amigo, sin exigirle que le contara más allá de los que pasaba con el escoces, y detalles poco profundos de su vida, aunque la tenía más que reseñada, ya que la mitad de América la conocía por ser una calamidad.
Que privilegio le había sido otorgado.
» Al parecer poco te importa la razón de mi presencia en este lugar —soltó cuando de lo lejos estaba abstraída con la imagen de su marido, que a duras penas podía distinguir soltando un suspiro antes de regresar la vista a su amigo.
—Me contantes sobre Beatha —dijo intuyendo el motivo —. Así que, no es un secreto que si te llamó tu amigo corrieras a su encuentro —no tenía pegas ante su deducción.
—Tampoco me has dado las gracias —entrecerró los ojos, haciendo una mueca de fastidio mientras le pegaba en el hombro, chasqueando la lengua en el proceso.
—Cortaste mi entrada triunfal, e inolvidable así que no me pidas más de lo que mis pies te pueden obsequiar —carcajeó en respuesta, consiguiendo que lo siguiera.
Tenía una risa demasiado bonita, y contagiosa como para no hacerlo.
Si me hubiese enamorado de él, mi existencia sería más fácil.
Estarías en el mismo dilema, inconsciente, porque por miedo a que supiera tu mayor secreto lo alejarías, y como siempre lo estropearías.
Donde hay razón chitón.
—He de confesarte que he echado en falta tu hilarante personalidad —soltó ante los últimos pregones de la sonata, en donde casi cae al dar la reverencia de término del baile, y lo que fue una danza perfecta de nuevo salió defectuosa.
Le pisó con su gran pie.
Es que, ni un elefante fracturaría un dedo como su elegante pie.
El rostro de aquel se puso visiblemente rojo, pero ni siquiera maldijo.
Solo sonrió sin mostrar los dientes, mientras su persona de forma incomoda reía tratando de esconder la vergüenza.
—¿Seguro que no te he dejado cojo de por vida? —preguntó ni bien se encaminaron dónde estaba su suegra.
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Editado: 20.05.2023