ARCHIVALD
«—¿Una pregunta? —espetó tras un denso silencio, después de días del beso entre ellos, y que seguía sin cambiar nada a su alrededor, pese a que la tensión se palpara en el ambiente.
Pues respetaba su decisión de no hablar al respecto del tema, pero se estaba haciendo insufrible la espera de tocarlo, cuando tenían que hablarlo.
—De ninguna manera te responderé que ese beso que me diste aun me tiene flotando en nubes de algodón, e idealizando una vida a tu lado, pese a que seguramente me dirás que lo olvide porque todos cometemos errores —¿Qué?
—Evo, si me dejas hablar te aseguro que yo… —trató de ahondar en el tema, pero como era de suponerse le mostró una mano para que dejara de agobiarla, haciéndolo resoplar hastiado con la existencia en general.
—Ninguna respuesta te será negada —por lo menos ya no insistía en tratarlo con formalismos cuando estaban solos, haciendo que su pulso se acelerara, pese a que continuaba sin gustarle que se vieran de manera esporádica, alegando que no quería provocar la ira de la anciana que la había criado desde que su madre partió, y su padre las abandonó.
—Háblame de tu padre —visiblemente se tensó alejándose de su lado, mientras se acercaba a la frondosa arboleda del parque en donde se habían topado por casualidad cuando esta iba apresurada a hacer Dios sabe que, por mandato de esa poco adorable anciana, que se había ganado su desprecio desde el momento en que dañó la sonrisa, y alegría de un ser tan lleno de luz al asesinarle al único ser que consideraba parte de ella.
Entendía perfectamente que era algo demasiado intimo para su propio bien mental tocar, pero necesitaba conocerla con desesperación.
Saber lo que su alma ocultaba.
Eso que todos ignoraban, dándole el privilegio de que fuese el primero en entenderle.
Estuvo a punto de dar un paso atrás y dejarlo estar, pero de verdad precisaba conocerla un poco más.
—El señor Darikson Miller —¿Qué?
Pero, si ese era el apellido de su padre, entonces…
» El hombre que puso los genes suficientes para crearme nunca me reconoció —la garganta se le cerró —. Recuerdo tan poco de él, solo su espalda cuando mi abuela le exigió que me llevase con el —¿Qué? —. Que ella no tenía inconvenientes con criar a Emily, pero que conmigo el gallo cantaba una tonada diferente —le sonrió a la nada, de una manera tan rota, que los ojos se le pusieron rojos al verla con un aura tan gris rodeándola.
—Pero, tu hermana…
—Lleva con orgullo el apellido de madre, porque cree que le estoy quitando algo que le pertenece, cuando ella es la única que fue digna del gran Señor Miller —no sonaba con rencor, más bien era como si la herida siguiera abierta y llena de fisuras, siendo su voz plagada de tristeza la que demostrara lo rota que se hallaba desde antes de tener uso de razón —. También recuerdo que su voz era gruesa y bonita, pese a lo distorsionada que siempre ha sido en mi mente, desdibujándose cuando hizo lo único que no debía provocarle a una niña apenas habiendo perdido a su madre —despreciarle —«No puedo cargar con un engendro que nunca vendría de mí, esa cosa no puede ser mi hija» —en vez de temblarle la voz lo decía con un deje de diversión, que le hacía ver lo pequeña e ingenua que era pese a la edad que portaba —. Y así sin más, rompió mi diminuto corazón —una gruesa lagrima se deslizó por la mejilla de Archivald, limpiándola con rapidez para que no creyera que le tenía lastima —. El resto lo deducirás por tu cuenta —lo enfocó con una sonrisa renovada —. Mi abuelita se encargó de decirle a medio continente quien era en realidad, mientras investigaba sus andadas, perdiéndole la pisada hace poco menos de un año al dejar América, con una de sus tantas queridas.
—¿Y lo volviste a ver desde ese día? —su cuerpo se tensó de forma evidente, pero no podía parar por consideración cuando sentía ese dolor como propio.
—Con respecto al beso… —negó no queriendo qué huyera del tema.
Tenía que enfrentarlo.
Siempre era lo mismo, pese a su carácter vivaz continuaba sin recomponerse de ese duro golpe.
Por eso, sin pensárselo demasiado, ni tampoco en que los pudiesen ver la jaló hacia su cuerpo para rodearle con los brazos intentando darle un abrazo, que al principio la descolocó.
Pues, no era de dar afectos de una manera tan carnal, pero al sentir su calor Evolet no pudo contener un segundo más las ganas de llorar.
Los sollozos siendo amortiguados por su pecho, mientras sentía como la tela de su camisa se mojaba en el proceso.
Su nariz sonando como la de un puerquito haciéndolo sonreír, pese a sentir que el pecho se le oprimía de solo saberla tan rota.
Tan compungida.
—Debió darse la oportunidad de conocerte —se apretó más contra su cuerpo —. Eres hermosa de todas las maneras que el mundo se puede inventar, y no le alcanzaría la vida para adorarte si se propusiera a mirarte por una vez a los ojos.
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Editado: 20.05.2023