Capítulo 2
-Christofer-
Por las noches mi cuerpo se agitaba nervioso ante las pesadillas que envolvían mis sueños, me movía deseando quitar todo aquello que me confundía y enloquecía, una mezcla literalmente indeseable.
«Te adoro Nina, si dijese que quiero vivir solo porque te amo, me quedaría corto. Quiero ser eterno; porque solo así siento que mi amor por ti es levemente compensado por el tiempo…»
Llevaba dos años, en donde las pesadillas eran los habituales compañeros de mis sueños junto con esa olvidada chica estaba toda esa gente desconocida para mí. Durante todo este tiempo solo me dediqué a corroborar que mi simple existencia se remitía a vengarme, y a dar muerte a todas esas personas que una vez barajaron mi vida con la misma saña y despojo que actuaron a la hora de matarme.
Si de algo estaba seguro, era que, no me tropezaría con la misma piedra una vez más. Nadie escaparía de mí con la misma sencillez que en el pasado, no debía permitirlo ni ahora ni después, para ello no desperdicié mi tiempo, buscaba y perseguía todo lo que en el pasado me había hecho daño, sobre todo a la persona desconocida de la que sólo sabía el nombre, ella era la que ocupaba mis sueños, pesadillas, mi realidad, mi todo: Nina.
Me voltee sobre mis talones dejando de estrechar la mano de un sujeto que deseaba saludarme y hacerme llegar personalmente sus expectativas hacia mi trabajo como fotógrafo.
—Creo que alguien más quiere felicitarte…—le oí decir, hacía dos años que mi cuerpo no experimentaba bajo la realidad nada que me hiciese sentir como en esos momentos. Mi corazón, vibró ante su cercanía, incluso juraría que tuve que contener un impulso desconocido pero abrumador que me alentaba a querer arrástrala hacia mí. Mis sueños me llevaban a un pasado distorsionado
Para atraparla, solo dejé una singular pista: la fotografía de su mano.
¿Cómo supe tal cosa, siendo que ella para mi es una completa desconocida? Mis pesadillas fueron las que descifraron el enigma, me condujeron a mi pasado en la oscuridad de mi inconsciencia, esa misma, donde yo había depositado todo aquello que me había causado dolor y la que cada vez que despertaba hacia un nuevo día, desaparecía dejándome sin ningún pasado al cual yo pudiese remontarme. Entonces recordé un sueño que usualmente venía a mi cada tanto:
—¿Hacia dónde vamos?— la voz de ella se oía tras mi espalda calma y suave.
—Kerry Way es uno de los senderos más llamativos de aquí —me escucho decir. Hablamos, yo bajo de una motocicleta, la observo, la secuencia es confusa, pero vuelvo a oír mi voz.
—¿Te gusta caminar?
—Hace tiempo que no lo hago, pero solía hacerlo muy a menudo, las playas francesas no son tan espectaculares, pero tienen una bonita vista.
—Me pasas el morral— de allí saco un sweater de lana grueso y se lo doy, deslizo la mochila sobre mi hombro, veo que se voltea, siento la necesidad punzante de tomarle una fotografía, la luz y los sonidos alrededor camuflaban el clic de mi cámara, ella se voltea con su mano cubriendo su rostro del sol, sonríe al notar lo que hago, pero no me dice nada, volteándose nuevamente con rapidez.
En la exhibición de fotografías observé la palidez de su rostro al verme, y cómo sus manos perdieron fuerza dejando caer el folleto, su boca balbució algo inentendible para mí, yo sólo la miré protegiéndome con la frialdad y el cinismo que fabriqué como armadura para enfrentar a todos aquellos que me habían hecho daño en el pasado.
Pues ya había encontrado la siguiente pieza del rompecabezas de mi pasado, porque antes ya poseía otra parte que ensamblaba a la perfección: Blink West
***
Portugal un año atrás.
Hacía meses que lo seguía, admito que los vagos recuerdos que mi mente vislumbraba cuando caía en profundas pesadillas, me mostraban a ese hombre, cada golpe, la saña con la cual se descargó contra mí.
Tenía los días contados. Sonreí suavemente cuando el pequeño niño moreno de cuatro años me miro, complacido estrujaba sus manos entre la arena mientras su perro se movía revoltoso entre nosotros dos.
—¿Quieres agua para eso que estás haciendo?—susurre poniéndome en cuclillas cambiando de mano mi cámara fotográfica para abrir el grifo. El niño asintió entusiasmado.
—Voy hacer un dinosaurio—tomé otra fotografía, perturbado por aquello que me atormentaba aparecía una vez más sin desearlo. Mi maldición.
—Dime…tu nombre…— logré decir con la voz entrecortada por la atrocidad que mi mente reflejaba, apreté mi mandíbula con fuerza para contener todo aquello, la inocencia del niño, y mi propia fragilidad humana eran una mezcla fatal.
—Andy—confirmó estrujando sus pequeños dedos entre el lodo— y mi perro se llama Boby Boo.
—Bien, Andy ¿sabes guardar secretos?—me miro cautivado por la curiosidad.
—claro, mamá no puede saber que estoy ensuciando mis manos con lodo—me advirtió
—No voy a decirle…—murmuré siendo el primer espectador de una realidad futura, valiéndome del destino, el cual yo no debía modificar, pero sí podía suavizar.
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Editado: 28.10.2022