Adicción Irresistible ©

15|Amor Verdadero.

MAXINE.

 

Desde pequeña siempre me he sentido sola. Incluso, estando en mi propia casa. Mis hermanos me llevan una diferencia de edad de por lo menos diez años. Por lo que jamás me incluían en sus planes. Cuando viajaban a visitar a nuestros primos en Londres, y solía rogarles para que me llevasen con ellos, mamá terminaba prohibiéndoselo. Cuando iban al parque a subirse en la montaña rusa, y lloraba para que me dejaran subir, también me lo impedían.

Siempre me han impedido todo.

Hasta ser amiga de un Janssen.

En mi familia, los Janssen son como los troyanos, y los Collins como los grecianos.

Nunca podríamos llegar a ser amigos. O por lo menos, dejar nuestras diferencias de lado para intentar actuar como personas normales.

Y aunque me he preguntado durante toda la vida la razón de nuestra discordia, no he encontrado la respuesta correcta. He preguntado a casi toda la familia, pero todos se niegan a hablar sobre el tema, motivo por el cual preferí dejar de hondear en la fosa.

Solo que ahora había roto la regla familiar, y de la peor manera.

No solo me había acercado a un Janssen.

Me había besado con un Janssen.

Solo espero no terminar cometiendo un error peor...

Cuando llego a casa, me cambio de ropa y me coloco una enorme franela que cubre gran parte de mis muslos. Me pongo unas mediecillas, y me meto en la cama. Toretto se acurruca a mi lado. 

Cierro los ojos, y su rostro aparece en mi mente. Mickey Janssen. Sus calientes labios sobre los míos. El irresistible roce de su piel.

Exhalo un suspiro con fuerza, y aprieto los parpados.

No tengo ni la menor idea de cómo llamar a la sensación de hormigas que me recorre el cuerpo entero cuando los recuerdos vuelan a mi mente. Solo sé que es demasiado desagradable sentirse de esta manera... como si pudiese volar.

Trato de conciliar el sueño.

(...)

—Ya quiero ir a visitarte, Max. —dice Kevin a través de la pantalla de mi móvil.

Ladeo una sonrisa, y meto un bocado de pan de canela en mi boca. El estomago me brinca de la emoción.

—Yo también, Kevin. —un eructo se escapa de mis labios, y ambos reímos—. Se siente extraño estar en casa sin ustedes. ¿Has hablado con Kay?

Él niega, torciendo los labios.

La relación entre Kevin y Kay siempre fue peligrosa. Literal, ellos se peleaban por todo. Por la más pequeña bobería. Si mamá le compraba algo a Kay, Kevin quería la misma cosa, o viceversa. Solo eran un par de bobos que al crecer mantuvieron sus diferencias.

Supongo que lo que Kevin nunca podrá perdonarle a Kay es el hecho de que, éste dejó a un lado sus diferencias con los Janssen. No digo que se hizo gran amigo de ellos, pero al menos les trataba con respeto.

Un punzón me sube por la médula cuando lo pienso.

Kevin siempre ha sido mi persona favorita en todo el mundo. Y el hecho de plantearme que podría simplemente decepcionarse de mí al descubrir todos los errores que he cometido durante los últimos días, me hace estremecer. No podría soportarlo.

—Nop. Pero supongo que está bien —hace una diminuta pausa—. ¿Tú has hablado con él?

Meneo la cabeza, y le echo un vistazo al reloj de pulsera que adorna mi muñeca.

—No recientemente. Solo cuando llegué a la ciudad. —me encojo de hombros, y entrecierro los ojos—. Ya debo irme a clases —bufo mientras entorno los ojos.

Él ríe.

—Nunca cambias. Nos vemos pronto, hermanita. Te adoro. —se despide.

—Yo más, hermanito. —le lanzo un beso a través de la cámara, y me aparto del taburete.

Cuando planeo marcharme de casa, me encuentro con la delineada silueta de mi madre recargada del marquillo junto a la cocina. Ella tiene sus labios fruncidos, y su cabello cae a un costado de su rostro. Me mira con esa expresión gélida.

—¿No te ha dicho cuando viene? —pregunta. Tardo en comprender que se refiere a Kevin.

Hundo un hombro.

—No. —solo me limito a responder. Emprendo mi camino hacia el exterior, pero el agarre de su mano sobre mi brazo, me lo impide. La miro por encima del hombro.

—¿No, qué? —alza las cejas.

Reprimo todos mis impulsos de rodar los ojos, y tomo una profunda bocanada de aire.

—No, madre. —repongo.

Ella medio sonríe, y me suelta.

Salgo al exterior, y me subo en mi motocicleta. Giro los manillares, y arranco con fuerza. El aire me golpea el rostro y revolotea mi cabello. El sol me apunta directo a la vista, pero me siento libre.

Y me gusta sentirme así.

Tan solo algunos minutos más tarde, aparco en el estacionamiento del instituto. Me aseguro de clavar bien el seguro de la moto, y me echo la mochila en un hombro.

Cuentos los días para que las clases se acaben, y solo trato de convencerme que cada día que pasa, me acerco más a mi meta. Saludo a un par de rostros conocidos, los cuales han dejado de mirarme como si fuese un adefesio. Creo que empiezan a acostumbrarse a mi existencia.

Camino con parsimonia en medio del corredor, y me dirijo a mi casillero. Justo al lado del de Mickey. Necesitas dejar de asociar todo con él. Sí. Necesito aclararme, y convencerme de que son solo emociones del momento.




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