MAXINE.
Nunca antes había sentido tanta repulsión por un lugar como esta noche. Desde que había llegado, no paraba de repetirme en la cabeza lo que debía hacer: irme. Pero no, como soy una idiota, decidí quedarme hasta el último segundo. Esa chica había sido una reverenda entrometida. Ni siquiera sé quién coños es. ¿Será demasiado cercana a Mickey?
No puedo evitar sentir unas pequeñas punzadas en medio de mi pecho al pensar en ello. Lo cierto es que, después de todo, tiene razón. Ella junto a todos los demás que me han advertido la situación. Ni siquiera sé por qué me opongo tanto a nuestra realidad. Podría vivir fácilmente sin los Janssen en mi vida.
¿Cuándo se me escapó todo de las manos?
Supongo que al principio, todo era por diversión. El saber que algo está prohibido solo te hace querer tenerlo. Pero, ¿qué pasaría si después de un tiempo deja de ser divertido? ¿Por qué motivo se me resulta tan jodidamente complicado el hecho de distanciarme de él?
Me dejo caer sobre el colchón, y enciendo el Ipod. Una melodía cadenciosa, y tenue empieza a inundar el ambiente de una manera grácil. Siento un ligero hueco en el pecho. Como si en el fondo, me sintiese angustiada o ansiosa… no lo sé.
Esta noche fue una mierda.
Sus ojos azules vuelan a mi mente. Lucía malditamente atractivo con esa ceñida camiseta azul, y sus pantalones… y su cabello despeinado… y… ¡Para!
Sacudo la cabeza. Algo no está bien en mí. Algo turbio está sucediéndome.
Mientras la melodía avanza no puedo evitar sentir a mi rostro calentarse. Coloco la almohada debajo de mi cabeza, y anclo mi mirada al techo a la vez que entrelazo mis dedos por encima de mi abdomen. Mamá sigue con papá en la fiesta de los Donovan. Kevin tampoco ha llegado, y… me siento sola.
Por primera vez, me siento demasiado sola. Y esta vez, no lo disfruto en lo absoluto. Solo quiero que alguien me acompañe. Solo quiero que alguien se importe en mí…
Lo sé. Estoy siendo una tonta. Ni siquiera sé cómo sentirme al respecto. ¿Deprimida?
¿Por qué demonios me siento deprimida?
Justo cuando me encuentro sumida en medio de mis pensamientos, y de una fúnebre melodía que me inspira a rasgarme las venas, escucho un par de ruidos que provienen de algún rincón de la habitación.
La ventana.
Me incorporo sobre el colchón, confundida. Mi noche no podría empeorar. Podrían ser ladrones intentando entrar a robar. Tomo mi móvil, y mis dedos se aprietan alrededor de la carcasa mientras me acerco sigilosamente a la ventana. Corro las cortinas, y echo un vistazo rápido.
El corazón me convulsiona cuando veo al sujeto intentando escalar el muro para llegar a mi habitación.
—Mierda —mascullo, un poco exaltada. Acaba de darme un gran susto—. ¿Qué demonios haces aquí?
Él levanta la cabeza. Sus lindos ojos azules buscándome.
La comisura de sus labios se alza, discretamente.
—Esto es difícil. ¿Podrías no desconcentrarme? —pide, alzando el brazo para sujetarse del marquillo de la ventana.
Se me es casi imposible reprimir las risas. Me muerdo el labio inferior en un intento de apaciguar una sonrisa. No quiero ser amigable con Mickey después de lo que me dijo esa chica.
Ella tiene razón.
Solo nos meteremos en un jodido problema.
—No me interesa, Janssen. ¿Puedes decirme qué demonios haces invadiendo propiedad privada?
Él termina de anclar sus brazos, y nuestros rostros quedan a la misma altura. Omito el cosquilleo que me invade en la médula cuando me percato de ese inusual brillo ferviente en medio de su mirada azulada. Me quedo estancada en medio de mis pensamientos. Oh, dios.
—He venido a verte. —dice con simpleza. Sus ojos no se despegan de los míos ni por un segundo.
—¿Por qué? —grazno.
Su cabeza de ladea, y señala el interior de la habitación. Sin más remedio me hago a un lado para permitirle pasar. Pronto, el agradable y cautivante olor de su fragancia empieza a impregnar el ambiente, de lo cual no me quejo.
Me siento en el borde de mi cama evaluando cada uno de sus movimientos. No quiero hablar. Ni siquiera quería verlo… aunque mi corazón pidiese todo lo contrario.
Mickey escanea cada rincón de la habitación, y una melancólica sonrisa surca sus labios cuando nota que aún conservo el dibujo que me regaló hace diez años. Se detiene frente al croquis, y sus dedos se deslizan por la textura del dibujo. Luego, se gira hacia mí. Vuelve a mirarme haciéndome quebrar por dentro.
Me sorprende la manera en la que una sola mirada puede destruirme por completo. Consumirme en llamas hasta agotarme. Y luego, volverme a encender tan llameante como nunca.
Supongo que nunca me podré acostumbrar al poder que su cercanía tiene sobre mí.
Puedo ser un hielo con cualquier persona en el mundo… pero él es capaz de hacerme sentir la más suave de las sedas.
No. Debo enfrentarlo. Esto empieza a salirse de mis parámetros imaginarios. Empieza a controlarme. Empieza a hacerme caer.