Adicción Irresistible ©

22|Todo, siempre.

MICKEY.

 

Pasar tiempo al lado de Maxine tiene sus lados buenos, pero también sus lados malos. Tal vez no simplemente malos; más bien, incómodos, frustrantes, exasperantes. Justo como ahora. Estamos despidiéndonos de las personas en el convento en el que tenían internada a Maxine, y no puedo sentirme un poco anormal bajo la mirada de tantas chicas intentando coquetear conmigo sin descaro alguno.

Pese a todo, una de mis partes favoritas al pasar tiempo con Maxine es que puedo permitirme conocer un poco más acerca de la chiquilla violenta que me golpeaba desde niños. He conocido a muchas personas a lo largo de mi vida, pero nada me abstendría de decir que ella es la persona más increíble que he conocido en la vida.

Sí, comprendo que su único límite es no tener límites.

Ella dice que nunca tiene miedo, y se imagina a todo el mundo desnudo. No le gusta esperar, y no le va eso de dudar.

Es única. En lo absoluto lo que siempre he estado buscando en una persona.

Le observo en silencio mientras se despide de Jenna. Sus delgados brazos se aferran a la espalda de Jenna, y una sonrisa radiante de energía y buenas vibras se instala en su boca. Y de pronto, nuestras miradas se encuentran. Ella aprieta sus labios, y ensancha la sonrisa sin apartar sus brillantes orbes verdes agua de mis ojos.

Seguidamente corro la vista. Tampoco quiero que piense que siempre ando observándole como un verdadero stalker. No, ese es asunto de Joe. No mío. ¿No, Mickey? ¿Seguro de que no eres un stalker?

No lo sé... nunca antes había stalkeado a una chica en redes sociales. No como a Maxine. Una boba sonrisa flota hasta mis labios cuando lo recuerdo. Fue sin querer, pero no puedo arrancarme de la cabeza la adrenalina que sentí al haberlo hecho.

Tras lacónicos segundos, Jenna se acerca a mí. Posa las palmas de sus manos sobre mis hombros, y luego las mueve hasta mi cabello. Le da algunos tirones, y sonríe.

—No se te ocurra romperle el corazón otra vez —susurra al inclinarse hacia mí. Su aliento me roza el pie de la oreja—. Porque serás tú el que terminará mal, cariño —acto seguido, me da un pellizco en el pantalón justo por encima de mi glúteo derecho. Me guiña un ojo, y se aparta un poco—. Por cierto, qué buen culo que tienes.

De repente, alguien más se aclara la garganta.

Miro por encima del hombro de Jenna, y Maxine alza sus cejas con reproche antes de empujar a su amiga lejos de mí.

—¿Gracias? —siento un poco de vergüenza. Pero, ¿qué debería contestar a ello?

Jenna me guiña un ojo.

—De nada, querido.

Maxine vuelve a despedirse de ella, y luego regresa a mi lado. Se mantiene en un espeso silencio mientras nos dirigimos a la motocicleta, y medito en sí debería preguntar acerca si le ocurre algo. Tal vez puede que esté un poco conmocionada por venir a visitar este espantoso lugar que le trae demasiados recuerdos de su infancia.

Su mirada se clava en el camino, y aunque me hallo mirándole abiertamente, ella no se inmuta ante ello.

Nos detenemos junto a la motocicleta, y extraigo la llave del bolsillo trasero de mi jean. Ella sigue ensimismada con la grava.

—Ey —la llamo. Su mirada cae sobre mí—. ¿Te encuentras bien?

Maxine asiente. Pero su mirada refleja la nube que oculta a sus pensamientos.

Por alguna razón, quiero seguir preguntando. Sin embargo, antes de poder hacerlo, ella parece notar mis intenciones por lo que opta por hablar.

—No me sucede nada, de verdad. Solo no quiero volver a casa ahora... —suspira, llevándose un gran mechón de cabello detrás de la oreja.

Asiento, y le echo un vistazo al reloj que se enrosca alrededor de mi muñeca.

Son casi las dos de la tarde.

—En ese caso... —me subo a la motocicleta, y le miro por el rabillo del ojo. Una divertida sonrisa surcándose en mis labios—. Hay veintitrés grados de temperatura, una brisa muy agradable, y nadie nos espera en la ciudad. Así que, venga. Te propongo una propuesta a la que no te podrás resistir —extiendo mi mano frente a ella, junto a una pequeña sonrisa—. He escuchado que han abierto una nueva feria en la ciudad, ¿lo tomas o lo dejas? —insto, sacudiendo mi mano.

Maxine se esmera en comprimir sus labios para no sonreír. Termina accediendo, y tomando mi mano.

—Todo o nada. ¿Lo sabes, no? —se sube en la moto enroscando sus piernas alrededor de mis caderas.

—Todo, siempre.

(...)

La distancia entre el convento y la ciudad es de aproximadamente una hora, y quince minutos. La verdad tal vez hemos llegado más rápido debido a que andamos en motocicleta. En auto, me he demorado hasta dos horas.

El sol brilla latentemente en medio de la anchura de un cielo despejado de nubes o rastros de lluvia. Mi pronóstico para este idea no me ha fallado por ahora.

El tráfico en la ciudad es de locos. Siempre llena de autos, y demasiado ruido. Sin embargo, mientras culebreamos entre los autos para saltarnos los semáforos, y olvidándome de cometer alguna infracción, logramos llegar al lugar en el que se realiza la feria de cada año.

Me abisma la cantidad de personas que hay en el lugar. En el aparcamiento no entra un solo vehículo más.




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