Maxine.
Un mes después...
Desde que tuve aquella conversación con Mickey, mi corazón se había vuelto añicos. Soy consciente que el suyo había quedado del mismo modo, o incluso, peor que el mío. Tan solo éramos dos corazones partidos a la mitad.
¿Por qué lo hice?
Por él.
Solo deseaba que alcanzase la felicidad que se merecía. Incluso, si eso significaba tener que sacrificar a nuestros sentimientos o ilusiones. Esa misma tarde, minutos antes de que Mickey se apareciera con la propuesta de la vida en mi ventana, tuve una conversación con la señora Janssen. Sus palabras siguen frescas en mi cabeza. Me atormentan con cada segundo que transcurre. No obstante, lo que más me hacía añicos de todo lo que había sucedido era el haber roto su corazón del modo en el que lo hice.
No tuve compasión. No podía tenerla.
—Debes hacerle entender que no lo amas, Maxine. Si de verdad lo amas, debes dejarlo ir. Será lo mejor para los dos, para ti... —Sara me mira atentamente. Me encuentro sentada al borde de la cama con los ojos a punto de diluviar—, para Mickey. Sé que vendrá a ti tarde o temprano, porque le conozco. Pero, tienes que hacerlo si no quieres que sufra más. Mira todo en lo que se ha convertido. ¿De verdad quieres tanto dolor para él?
Niego. No quiero causar más dolor en Mickey. No quiero causar más dolor en nadie más.
Después de todo, tal parece, que es lo único que consigo causar siempre.
Suelto un profundo suspiro antes de ponerme de pie. Miro a Sara directamente a los ojos. Nunca he sido buena descifrando intenciones, pero sus intenciones parecen sinceras.
De todos modos, ella ha de tener la razón esta vez.
—Está bien —accedo. Me cuesta pronunciar las palabras. Me cuesta respirar. Me cuesta el hecho de tener que mentir, pero en esta oportunidad, no tenía elecciones. No había alternativas. Tenía que convencerme a mí misma, sabiendo que no era algo que quería hacer—. Me alejaré de Mickey con una condición —le advierto.
Sara parpadea con desconfianza.
—Haga que sea la persona más feliz que pueda existir en el universo. Mickey tiene un futuro brillante y un corazón que nadie merece. Solo déjelo ser feliz en lo que sea que él desee. ¿Bien? —extiendo mi mano para concluir el trato. Ella le da una larga inspección a mí mano antes de estrecharla.
—Bien.
¿Estuvo bien lo que hice?
Probablemente, no.
Solo que, muchas veces debemos sacrificarnos a nosotros mismos por la persona que amamos. Si no le haces bien a alguien, lo mejor que puedes hacer por esa persona cuando de verdad la amas, es dejarla ir.
Y eso fue exactamente lo que hice.
Te dejé ir, Mickey Janssen.
Justin se encuentra a mi lado con Toretto sobre su regazo mientras despejamos nuestros pensamientos con la panorámica vista del puente de la ciudad. Hace mucho no salía a caminar para aclarar mi mente. Desde ese día me mantuve en casa con los ánimos tres metros bajo tierra. Cero ganas de mover un puto músculo del cuerpo u hablar con alguien. Solo iba al instituto, y para mi suerte, Mickey se había tomado una semana fuera de la ciudad. Según escuché decir a Lotty y a Emma, se había ido a pasar unos días con Mikhail y su novia a California.
—¿Recuerdas cuando éramos niños, y decíamos que algún día nos subiríamos a la baranda de este puente? —saco el tema a relucir, mientras mantengo la vista clavada sobre la anchura del cielo. Está nublado.
Justin parpadea, extrañado. —Sí, lo recuerdo. Éramos tontos, entonces —reconoce, soltando una risita. Toretto se remueve en su regazo.
—Éramos niños, Justin. Solo éramos niños —suspiro con melancolía. Paso a mirarle—. Me gustaría que volviésemos a ser esos niños. Todo era más sencillo entonces —suelto con sinceridad.
Justin me ofrece una sonrisa de labios cerrados.
—Seguimos siendo niños que pretenden actuar como adultos ahora, Max —sus dedos trazas suaves caricias sobre el abundante pelaje de Toretto. Desvía la mirada hacia el frente—. Supongo que, en el fondo, todos seguimos siendo niños sin importar la edad que tengamos.
Anhelaría sentirme como una niña, de nuevo.
Nunca imaginé que crecer sería tan doloroso. Tan complicado.
Asiento, y trato de cuadrar una sonrisa en mis labios.
—¿Por qué no nos subimos? —murmura, poniéndose de pie. Toretto gruñe cuando debe moverse de encima de Justin. Puedo ver lo mucho que ama a Justin.
Suelto una carcajada sarcástica. —¿Te volviste loco?
Justin niega, tendiéndome su mano.
—¿Soy yo o acabo de escuchar que Maxine Collins es una cobarde? —sonríe con una tela brillante de desafío empañando su mirada.
Niego, aceptando su mano. —Puedo ser muchas cosas, pero jamás una cobarde, Justin.
Siento un pinchazo al decirlo en voz alta. Mis pensamientos se direccionan a Mickey, y el modo en el que le mentí. Cada palabra se sentía como si hubiese estado escupiendo fragmentos de vidrio desde adentro.
Me destrozaba cada palabra, pero era lo que debía hacer. De lo contario, hubiese estado condenándole a vivir una vida llena de consecuencias gracias a mí.
Justin me arrastra hasta la mitad del puente. Tiene la barandilla más gruesa, en la que fácilmente podríamos subir y escalar hasta llegar a la cima de las columnas. Sin embargo, nunca escuché de alguien que se atreviese a tanto. Probablemente, de haber escuchado algún comentario sería de alguna persona que intentaba suicidarse.
—Primero las damas —hace un ademán de caballero de pacotilla.
Revoleo los ojos, y subo un pie encima de la baranda. Toretto empieza a ladrar al ver lo que pretendo, y se me encoge el corazón. Más, no me detengo. Intento concentrarme en colocar mis zapatillas en el lugar correcto para no resbalar. Estiro el brazo para guindarme de la siguiente baranda, y muevo el pie una vez más a la siguiente baranda.