Raizel
Separados por dimensiones en donde el mismísimo Edén existía como fuente de vida para los seres humanos y toda vida en la Tierra, los Clarianos descendían del Ida, nacidos para proteger su alma y revitalizar los daños colaterales causados por los mortales a la Tierra. Clarus emanaba la gracia del paraíso en la que acogía cinco Reinos posicionados en un punto cardinal como una estrella. El Reino de Chrystal se establecía como la capital de los cinco reinos, gran parte de los ciudadanos vivían en cabañas de madera amurallados por colosales templos y torres altas en cada una de las secciones, las casas desaparecían entre los árboles que rodeaban el inmenso lugar. Las estructuras de las casas del Reino se consolidaban en forma circular, por secciones.
Una torre imponente se alzaba hacia el cielo de Clarus, situada justo en el centro del Reino; relucía con su implacable albor entrecruzada por plantas hendidas en su alrededor, cinco torres más pequeñas con picos como flechas apuntaban hacía el firmamento, protegida con magia antigua, como resguardo para el dirigente del Reino. A simple vista no se advertía la forma titánica en la que se cimentaban las casas, pues los árboles ocultaban su estructura junto con las ramblas formaba un laberinto ostentoso. Por ello, cualquiera podía entrar y perderse si no conocía la salida.
Un recordatorio de lo terrible que era para Raizel aprenderse de memoria la variación de las puertas dimensionales que cambiaban cada mes solar. Despidió un suspiro despreocupado cuando el viento de aquella mañana matinal le propició una brisa suave que llenó sus pulmones con una delicadeza que solo la misma naturaleza consagraba para cualquier ser vivo, no solo era ella, también los árboles y las flores danzaban a modo de notas a la vibración del aire como aves jugueteando en el cielo.
El paraíso mismo se divisó ante sus ojos, elevó las manos hacía el cielo con una sonrisa que ovacionó la claridad del cielo perfilado ante ella, su mirada penetrante denotó la convicción de una chica deseosa por el conocimiento. Raizel estaba retraída debajo de un exorbitante árbol de bellasombra, uno de los más antiguos argumentaba su madre. Se encontraba en la tercera sección del reino, lo bastante grande como para no reconocer la multitud que se aglomeraba durante dos días de cada semana, estaba agradecida de vivir ahí, encontraba atractivos tantas cosas transportadas desde las grandes ciudades de los humanos, los intercambios entre mercaderes abarrotaban las calles por horas.
Al volver la vista a su casa, observó con añoranza las decoraciones antiguas hechas por su padre, el color caoba le daba una vista antigua. él había construido una barandilla de madera en el corredor, cada año le daba mantenimiento para conservarlo lo mejor posible, las grandes ventanas en el segundo nivel denotaban los años a través de su fachada.
Las demás casas exhibían diseños hermosos, algunas pequeñas, otras más grandes. La mayoría de los Clarianos mantenían su patio lleno de flores silvestres, dando lugar al aire para que danzara dócilmente en las flores al tiempo que algunas mariposas posaban con sutil belleza en ellas, luego emprendían de nuevo el viaje hacia otro lugar. Su preocupación pareció volver a rondar por su cabeza, no sabía que regalarle a su hermana, suspiró en sus adentros. El tiempo se le había agotado solo le queda ese día para encontrar un regalo para su adorada hermana; cumpliría los ciento cincuenta años solares. Se tranquilizó y ocultó para si su incesante lista de cosas que podían ser un buen obsequio para Eileen, sin embargo, había quedado en salir hoy en busca de algunas plantas medicinales para la clase de la siguiente asignatura. La apresurada búsqueda de recolección de plantas se debía a la reunión de los cinco Reinos para el festival de las cinco sangres. La fiesta más grande de todo Chrystal.
Raizel observó algunas plantas marchitas, respiró aliviada al recordar que su hermana reviviría aquellas flores. Eileen poseía un don singular, hacía florecer todo lo que tuviese el mínimo contacto con ella; inclusive sanaba lo que estaba a punto de perecer, Raizel envidiaba el gran don de su hermana, no quiso sentirse incompetente así que contempló la casa de Lara situada a apenas unos metros de la suya, estaba tan ruidosa como siempre, sus hermanos parecían un torbellino. Estaba ya impaciente por estar esperando a su hermana, dio unos cuantos pasos a la izquierda observando con encanto los lirios sembrados por Eileen, luego contempló algunas casas emitiendo humo de las chimeneas.
Como protesta a un centenar de segundos esperando a su hermana, vio con atención a los Clarianos que pasaban caminado entre las inmensas calles coloniales, algunos vestían tan extravagantes, otros tan elegantes como reyes y otros tantos como ella, normales catalogaba a media que los reconocía… Todo el atuendo se debía a que los mercaderes viajaban a las ciudades habitadas por los humanos a comprar artículos de variedades abrumadoras, envidiaba en ocasiones no poder comprar a falta de dinero, no quiso pensar en ello. Raizel se avivó al recibir la luz del sol cálido, no quemaba, llenaba de vitalidad cada parte de su ser como si su cuerpo se oxigenara con solo respirar. Mientras ella observaba todo a su alrededor, llegó a la conclusión de que Clarus era el mismísimo paraíso. Aquel momento de tranquilidad fue interrumpido por la presencia de alguien que se acercaba a ella, al menos eso le advirtieron sus nervios, de inmediato, dio la vuelta para ver quién era. ¡Nada! Iba a voltear de nuevo e irse sola cuando de la nada apareció Eileen.