Raizel
Aún con el mal sabor de boca, Raizel se quedó parada en la puerta de Eileen apaciguando el centenar de confusión armada en su mente. Se reconfortó al verla dormida igual que un oso. Su despertador sonó emitiendo el canturreo de canarios creados por la arena de su reloj con forma de orquídea y con ello lanzó un grito ahogado.
—¡Oh cielos! Me asustaste. —Eileen se sostuvo tan fuerte como pudo de su cobertor.
Las luces de unas bombillas fueron las primeras en encenderse cuando Eileen se acomodó en la cama.
—Lo siento, —dijo Raizel entrando a la habitación de su hermana mientras se acercaba a darle un abrazo, suficiente para que todas sus preocupaciones se disiparan, la tranquilidad bordeó cada latitud de su alma cuando la estrechó.—. ¡FELIZ CUMPLEAÑOS! Ya eres toda una mujer.
—Hace mucho que lo soy. —Respondió ella apartando la vista a la ventana en busca de la claridad del día que aún no se dejaba ver.
—¿Ocurre algo? —Repuso Raizel curiosa por la actitud inusual de Eileen.
—No. —Negó con la cabeza—, pero me has dado un susto, creí haber visto un fantasma.
Raizel no puedo evitar esbozar una carcajada.
La habitación de su hermana tenía bastantes osos de peluche, un sillón café con varias prendas a medio doblar, una mesa antigua color cobre lleno de anotaciones desordenadas, en la mesa de noche estaba una lámpara antigua con luces colgantes en forma ondulada. Mientras que la ventana estaba adornada con algunas plantitas pequeñas. Los textos que estudiaba estaban semi acomodados en el estante. Parecía una niña pequeña aprendiendo a ordenar su propia habitación o una mujer con demasiado trabajo.
Raizel escuchó unos pasos acercarse. Era su madre, ingresó rápidamente a la habitación. Ella se dio cuenta que su mamá aún tenía el cabello alborotado, su pijama con figuritas de ositos y sus pantuflas de conejo. Era gracioso verla vestida así por las mañanas. Aun así, lucia hermosa y radiante. Su madre no era muy alta, pero su sonrisa encantadora recompensaba los centímetros que le faltaban. Aunque enojada era mejor no discutir con ella. Al verlas se le iluminó el rostro.
—Te has adelantado Rize.
—No será la primera vez. —le respondió sonriente.
—¡Feliz Cumpleaños cariño! —Se acercó dándole un beso a Eileen.
—¡Gracias mami!
—El tiempo ha transcurrido sin esperar que nosotros maduremos o mejoremos lo que somos, suena repentino, sé que lo es, pero quiero que comprendan lo que está a punto de ocurrir, es un día como ningún otro. —Su madre optó una voz seria—, no solo por ser tú cumpleaños Eileen. Hay algo que debo de entregarles a ambas, las cosas están tornándose complicadas, no quiero sacar conclusiones, pero a cómo van la cosas pueda que de ahora en adelante nos encontremos con algún decreto Reina que implique lo que nadie está preparado para afrontar.
—¿De qué hablas? Ha pasado mucho tiempo desde que se llegó a utilizar un decreto. —Raizel no sabía cómo procesar toda la información, estaba boquiabierta.
Su madre sostenía un cofre pequeño de color dorado, al abrirlo pudo ver que su interior estaba recubierto por una tela roja como la sangre lo bastante suave como la pluma de un ave, en la parte superior estaba escrito algo en un idioma diferente, no reconoció ni una letra. Su madre sacó un brazalete acicalado con detalles magnéticos e inusuales, poseía una forma espiral color ámbar con unas hojas de color verde y tres flores de diamante color zafiro que la adornaban. Era precioso. Se la entregó a Eileen.
—¡Póntelo! —Ordenó su madre.
Eileen asintió observándolo recelosa.
Al momento de colocarse el brazalete este resplandeció, las hojas que la adornaban cobraron vida, no era solo ese cambio que precisaba en ese momento, Raizel notó algo más en el aspecto físico de su hermana, sus ojos se tornaron a una tonalidad esmeralda intenso, brillaron con ese color dorado que rodeaba el iris de sus ojos, ya no parecían naturales. A Eileen pareció afectarle, ella misma percibió el cambio levantándose a toda prisa de la cama para verse en el espejo de su armario antiguo.
—¡Mamá! ¿Qué me ocurre? Parezco diferente… —Matizó pasmada, recorriéndose el rostro y los brazos.
Ella intentó quitarse el brazalete, no pudo hacerlo. Su madre se acercó a ella observándola fijamente.
—¡Eileen, cariño! a partir de ahora tu vida cambiará para siempre. El destino de Clarus está en tus manos. —Le dio un abrazo el cual se vio reflejado en el espejo.
Nuevamente su madre tomó el cofre; sacó una cadena de plata, tenía un dije de dragón que parecía sostener algo en sus garras, no hubo necesidad de palabras para saber a quién le correspondía el collar. Ella acertó. Al colocárselo consideró que el largo de la cadena era perfecto.