Capítulo 6.
Una tarde de junio no me sentía muy bien, estaba en casa de Sally, y la tía Margarita le dijo a ella que me fuera a dejar a casa porque se hizo muy evidente que estaba enfermo. Le dio dinero para que fueramos en locomoción; no me llevó ella porque tenía que volver a trabajar, unas clientas tenían cita un poco más tarde.
Me dolía la cabeza y sentía el cuerpo tembloroso, como gelatina. Y cuando llegamos a casa, mi papá ya estaba allá, había llegado un poco antes del trabajo y fue él quien abrió la puerta. Me vio con ella y pidió explicaciones, vociferando con rabia, como siempre, además que debería haber llegado del liceo hacía más de una hora.
Supe en ese instante que las cosas acabarían mal; apenas le reconocí que ella era mi polola —no la iba a negar por nada del mundo—, me tiró hacia dentro de la casa de un empujón, y me golpeó delante de ella, gritando y recordándome que no tenía permiso para pololear y que debía respetar sus horarios, porque no me mandaba solo. Alcancé a escuchar la voz de ella diciendole que yo estaba enfermo, después vi a mi mamá en la puerta despidiéndola, y a un nuevo golpe que me arrojó contra un mueble e hizo que me golpeara muy fuerte en la cabeza, me desvanecí.
Desperté en mi cuarto, me dolía todo, me puse a llorar; ahora Sally ya jamás volvería a querer estar conmigo, después de la escena que vio; yo era un eterno loser; un maldito perdedor. Quise salir de mi cuarto para ir al baño; me dolía mucho la frente, y tenía además nauseas, pero la puerta de mi pieza estaba cerrada por fuera, lloré más aún, llamé a mamá, con la poca fuerza que tenía en la voz, pero no vino; vino mi papá y desde el pasillo me ordenó callar, me dijo que estaba castigado, que al siguiente día hablariamos.
La noche pasó lenta.
Por la mañana, mi mamá se asomó a verme desde la puerta y puso cara de horror cuando me vio. Luego la escuché que desde el pasillo, le decía a mi padre que no podía ir a clases así como estaba, mi padre le respondió que entonces no fuera, pero que estaría castigado todo el día, encerrado en mi pieza, y que no me diera nada de comer…
Mis ojos se inundaron automaticamente, otra vez. Él se volvía cada vez más cruel.
Papá se fue al trabajo y mamá llevó a los niños a la escuela que quedaba muy cerca, yo esperaba que cuando regresara me abriera la puerta y me dejara comer algo. Pero no lo hizo. Solo después que llegó mi padre por la tarde, me dejaron salir; necesitaba ir al baño urgente.
Vi mi cara en el espejo, tenía un moretón muy feo y el rostro desencajado de tanto llorar y sentirme enfermo.
Fui a sentarme con ellos a la mesa para tomar onces; todos me observaban sin decir nada, excepto papá:
—Espero que ahora hayas aprendido la lección y aprendas a obedecer — dijo, viéndome con desprecio.
Obediencia. Uno de los “mandamientos” sagrados de mi padre. ¿Porqué me era tan dificil obedecer? Supongo que de alguna manera obedecía más a mis propios instintos y a mi corazón, aunque eso me trajo más dolor del que yo pudiera llegar a imaginar.
Estuve varios días sin ir al liceo; no podía llegar allá todo moreteado, por un lado lo prefería, cada día que pasaba aumentaba más el temor de tener que enfrentar a Sally y a todos en la escuela…, pensé que ella le iba a contar a todos lo que había pasado y que cuando yo volviera sería aun más la burla de ellos.
No quería estar ni en mi casa ni en el liceo, por lo que en un impulso, aproveché un día que mi mamá había salido, y huí de casa; fui donde mi tía Dina, porque aunque no deseaba que nadie más se enterara de lo que pasaba, ella era la única persona en donde me podía refugiar.
Capítulo 7.
Solo le conté que había discutido con mi padre y que él estaba enojado conmigo. Mi tía fue muy comprensiva y llamó por teléfono a mamá para avisarle que estaba allí con ella, para que no se preocupara. Pasé el día allí, conversando, viendo tele, comiendo, y por la tarde, jugando play con mi primo, y ya de noche, no quería volver a casa, pero tenía miedo que mi padre fuera allá a buscarme y llevarme de regreso a la fuerza, por lo que tuve que confesarle a mi tía con mucha vergüenza que me habían pegado y que no quería regresar aún con mi familia.
—¡Ay, cariño! Tu padre es un hombre muy intolerante, no sabes la pena que me da saber lo que está sucediendo, pero dime ¿Te ha golpeado antes? —mi tía se notó de pronto muy preocupada luego de mi confesión.
—No, tía –mentí, porque a pesar de todo no me gustaba que otros hablaran mal de mi familia, y también porque me daba mucha vergüenza.
—¿Y que fue lo que lo puso tan molesto como para que te golpeara?
—Es que he estado llegando tarde del liceo varias veces y usted sabe como se pone con lo de los horarios y esas cosas…
—¿Y porqué has llegado tarde?
—Se enteró que yo estaba pololeando y por eso los retrasos, y no me han dado permiso para pololear, dicen que soy muy chico aún.
—¡Tu padre es un tonto por enojarse por esas cosas! Pero me alegro que estés pololeando, es una bonita experiencia a tu edad.
Yo solo le sonreí forzadamente, no quería decirle que lo más seguro era que ya no tenía polola ni nada. Mi tía se ofreció para ir a hablar con mis padres y ver si me dejaban quedarme en su casa por algunos días. Yo dudaba que él lo permitiera, y a medida que avanzaba el tiempo y ella no volvía, sentía más temor de que Julio, mi padre, apareciera para llevarme a rastras y de las mechas de vuelta a casa.
Lo que ella se demoró en volver se me hizo eterno, es probable que tuviera alguna fuerte discución con papá, nunca lo sabré. Pero el hecho es que volvió y para mi sorpresa dejaron que yo me quedara en su casa unos días, con la condición que fuera al liceo. Mi tía me trajo algo de ropa, y las cosas de la escuela que se las pasó mi mamá.
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Editado: 10.07.2022