Adolecer

capítulo 48 al 49

48.

            De esos dos encuentros con Sally no tengo mucha memoria; del primero no recuerdo nada; sólo la sensación de miedo que me acechaba continuamente y las voces en mi cabeza…: “Sólo es un sueño; nunca fue verdad”; siempre las oía en mi interior… “sólo son fantasías”… “Nunca nadie te ha querido” … “Nadie jamás puede querer a alguien como tú” … “sólo eres basura” … 

            A veces con una voz de mujer, de alguien que se burla y que me aterra cada vez que le oía.

            En mí sólo había miedo.

            Pero del segundo encuentro que tuve con ella, sí que tengo memoria: Recuerdo que alguien me abrazaba y me hablaba y yo sabía a un nivel inconsciente quién era y quería corresponderle, pero no podía; era como estar atrapado, porque  las mismas voces de antes me hacían sentir que nada era real. Pero en algún momento la voz de Sally me alcanzó… fue más fuerte que las voces de mi interior: “Te amo” me decía y de pronto reconocí con claridad esa voz  y  sentí que algo se quebraba en mi, pero lo único que sentía era dolor, algo horrible, profundo, tremendo; eran recuerdos, recuerdos que me atormentaban, recuerdos felices; pero yo no quería recordar; tenía terror de recordar.

            “Nunca fue verdad” “sólo son fantasías” “Nadie te quiso nunca” …”Sólo fue tu imaginación” “Siempre has estado aquí, abandonado como un sarnoso perro porque no mereces que nadie te aprecie”… Entonces una imagen en mi cabeza, como un flash, me hizo recordar el verme con mucha sangre que escurría de mi nariz y por mi boca y manchaba mis manos, mi ropa y caía al piso, y yo sentía un dolor emocional tan grande y escuchaba  en mi recuerdo la voz de alguien gritando “repítelo” una y otra vez, y yo llorando repetía esas frases cada vez que me ordenaban hacerlo.

—Sally…  —dije sintiendo que se desgarraba mi alma por dentro, pero un trémulo pensamiento acalló las voces: “Es real”.

—Mi amor, estoy aquí… te amo y te necesito.

            La escuché que decía y sentí la calidez de su cuerpo estrechando el mío en un fuerte abrazo, y luego sus manos tocando mi rostro, y para mí era como si estuviera ocurriendo un milagro en ese mismo instante; porque ella estaba ahí diciéndome que me amaba y era real; no eran fantasías mías; realmente estaba ahí y cada celula de mi ser podía reconocer aquello.

            Ella siguió hablándome y sólo entonces noté que estaba en el mirador; y era como si por primera vez estuviera en ese lugar, como si todos los recuerdos que tenía estando allí antes hubieran sido sólo un sueño, una imaginación, al punto que me asombré de que aquel lugar realmente existiera, aunque no era exactamente igual a lo  que había en mi mente.

—¿Recuerdas este lugar? —me preguntó seguramente al verme observar todo a mi alrededor, y creo que asentí, y lo que más me llamó la atención en ese momento fueron las olas en la playa.

—¿Quieres bajar? ¿Vamos a la playa?  —me dijo y de pronto me ví que descendíamos por las escaleras, yo guiado por ella.

            Recuerdo que al pisar la arena sentí una extraña emoción y era como si todos esos recuerdos reprimidos fueran nuevamente acomodándose en mi cabeza; los recuerdos con ella; riéndonos, besándonos, jugueteando entre las piedras, o mojándonos los pies con la ropa escolar puesta y las calcetas y los zapatos en la mano.

            Me preguntó si quería sentir la arena y sin más me quitó los zapatos y los calcetines y pude enterrar mis pies en la suavidad de la arena fría. Y estar ahí, así, con ella, fue una sensación agradable, liberadora; podía sentir el viento en mi cara, y el olor a sal en el aire, escuchar el rugir de las olas y ver como chocaban con la orilla dejando espumosas ondas en su ir y venir. Me sentí libre; de pronto y por unos momentos el miedo constante que sufría desapareció y por primera vez en quizás cuánto tiempo sentí como si fuera yo mismo de nuevo.

            Entonces ella que me seguía hablando de repente volvió a abrazarme y buscó mis labios, trató de besarme, pero al hacerlo, el miedo volvió a apoderarse de mí; me dolió el pecho y era como si no pudiera ver nada,  como si una oscuridad me cubriera y oía en mi mente mis propios gritos, desgarradores, angustiantes, como si yo mismo estuviera agonizando de dolor y sin ser consciente del porqué, me separé de ella aterrado, sintiendo asco de mi mismo; sintiéndome tan inmundo por dentro que era imposible que pudiera estar con ella; esa sensación me desesperó y poniéndo distancia le dije:

—¡No! Estoy sucio…

            Un cúmulo de emociones contradictorias me embargó, y yo no lograba entender  mis propias reacciones; por un lado la necesidad de ella, de sentirme amado, protegido y seguro en sus brazos, y por otra; una angustia, atenazante que me hacía ver sordido delante de ella; indigno, inmerecedor de cualquier aprecio que ella quisiera darme.

            Mi cabeza la sentía revuelta, me dolía; no quería pensar, no quería sentir; era como tener un hoyo en el pecho… un dolor desgarrador que me sofocaba.

            Creo que sin darme cuenta me volví a perder en mi mismo, porque el proximo recuerdo que tengo es ir caminando por la calle, ya cerca de la casa de mis padres, con mi hermano Enrique y él estaba realmente nervioso.

—Hermanito; deja de llorar, por favor… —me decía y me secaba las lágrimas con su mano, mientras yo lo observé, por primera vez fijándome en lo grande que estaba—. El papá nos va a pillar si llegas así. Espera a que estemos solos en el cuarto; es mejor que aún no sepan que reaccionaste.




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