A todos aquellos momentos de búsqueda
en los que uno desconoce el camino
y busca incansablemente una respuesta
Travesía en la Oscuridad
Todo y Nada
La luz del Sol brilla opaca en las profundidades del océano, mientras que el mundo flota sobre mí, y yo sobre él. El todo parece la nada, y la nada se convierte en todo. El tiempo, los minutos. Los días. Las horas. Todo desaparece, pero sigue existiendo. Los sonidos vagos de mi conciencia viajan al exterior del espacio, pero a la vez quedan en mí. Las palabras, las voces. Todo lo que nunca te abandona. Tu cuerpo, tu alma. No están aquí, pero siguen estando. Las olas del mar, las brisas de primavera, los soles de verano, las hojas del otoño. Los recuerdos me invaden, a mí, a mi mente. La vida. Va y viene, y todo empieza y termina a la vez. El amor, el odio, el rencor... en un mismo momento. ¿O quizás en ninguno? Las sonrisas, las tristezas, los llantos, las pasiones. Se evaporan, se esfuman. Pero aun así, no te abandonan. Las cicatrices, las heridas sin cerrar, las fortalezas y los miedos. Se van pero siempre se sienten, todo a la vez.
¿Acaso todo está o no está?
¿Acaso algo existe o no existe?
¿Acaso algo se queda o nos abandona?
¿Acaso algo... es?
El Gran Pozo
Es como un pozo; es como un hueco.
No hay luz y mil fantasmas se revelan.
Hace frío. Sólo tu mirada se revela en mi interior.
Amortigua mis golpes contra las paredes.
Pero al mismo tiempo se desvanece. No hay nada.
Sólo el Universo, el Gran Pozo, y yo.
Me hundo en mí, y vuelvo a ti.
Gotea del cielo; no una lluvia de llanto.
Lluvia de estrellas, que vienen a darme esperanza.
Pero a la vez ellas se van:
descubren que el corazón que socorren
no las ve, no las siente.
Sólo dos ojos, que gritan que no huyan.
Sólo dos ojos, que las ven irse,
igual que tantos otros.
Desaparecen.
Siento que el hielo recorre mi espalda.
He perdido todo lo que alguna vez tuve.
Sin compasión. Sin alegría.
Sin esos dos luceros que me iluminen.
Aquellos que alguna vez, estaban.
La Sombra
Estoy en casa. Es la hora del anochecer y todo oscurece. Fue un día lluvioso, y la noche será igual. Me acuesto, intranquila; mil fantasmas azotan mi mente. No puedo dormir. Las aterradoras imágenes de un ser ensangrentado invaden mi mente una y otra vez. De repente, una tiniebla cubre el cielo raso y tacha mis imágenes. ¿Dónde estoy? Una espesa niebla gris me ciega. Comienzo a caminar y tanteo con mis manos: ¿madera? ¿Y ese crujir bajo mis pies? Seguí tocando lo que había encontrado. Era un árbol. La niebla comenzó a dispersarse. Estaba en un bosque, y no sólo eso. Tenía un manantial en su centro, justo en frente de mí. Finalmente era feliz allí, nada me perseguía, nada podría castigarme. Todo era paz. Deslicé mis ropas hasta el suave suelo cubierto de hojas y me sumergí en el lago. De pronto alguien apareció en mis pensamientos: Eros. Una vez más fresca, decidí ir a buscarlo para compartir este momento con él: el chico de mis sueños. Me vestí para salir, y me volteé, dispuesta a caminar. “¿Te gusta mi lugar secreto?”, alguien me pregunto. Era él. Disfrutamos del lugar por horas, abrazados, conversando de cosas triviales. Cerré los ojos, y dejé caer mi cabeza sobre su hombro. Pero caí. Él ya no estaba. ¿Dónde estoy? El lugar se había transformado en un desierto. Vi que una sombra se movía, susurrando en una lengua desconocida. Me paralicé. Era aterrador, y un aura de peligro manaba de su cuerpo. En un intento por esconderme, la sombra me tomó por la ropa. Quise gritar, pero no lograba escuchar mi voz. Grité su nombre. Una voz que no era mía salió de mi garganta, haciendo temblar el suelo. La sombra que me sujetaba explotó para convertirse en mil pedazos de cemento en trizas. Y allí estaba él, abriendo las puertas, buscándome. Pero yo corrí. Desconfié. ¿Y si no era él? Al fin me encontró. Lo miré profundamente, percibiendo el horror que expresaba mi cara, y él me sujetó suavemente entre sus brazos, acariciándome el pelo. Era él. Miles de lágrimas recorrieron mi rostro. Esto no terminaría aquí: la sombra iba a aparecer de nuevo, en cualquier instante. Temí, temí con el alma que algo le sucediera, a manos de la sombra. A manos de la mujer que lo amaba, si volvía a confundir su sombra.
Abrí los ojos. Allí estaba de nuevo. Miré a mi lado, donde él estaba; pero estaba sola. Mis oídos comenzaron a zumbar, y el humo llenó el aire.
Me senté, sobresaltada. Estaba sudando frío y temblando de horror. La noche continuaba, y el insomnio caía sobre mí una vez más.
El Vuelo
Despierto. Es de noche y sólo veo estrellas. Algo se mueve debajo de mí. Miro alrededor: estoy volando. No yo; lo que está debajo de mí. Noche profunda. Alzo la vista. Estamos subiendo. Ya no veo la superficie. Vértigo. No sé adónde voy, ni para dónde ir, ni qué hacer. Niebla. Pasamos las nubes. Frío. No importa. El vértigo me alimenta. Adrenalina. El animal se expresa. No puedo verlo. Podría haber miles; yo no los veo. Podría estar sólo éste; yo no los veo. Volamos. Hay paz. Mucha paz. Libertad. Alzo mis brazos y una suave llovizna moja mi rostro. Leve brisa. Cierro los ojos. No hay diferencias. Sólo las estrellas alumbraban nuestro andar. Los abro. A mi costado veo que comienza a amanecer. Pero el animal se aleja. Baja a tierra. Su cuerpo se desploma en el piso, junto al mío. Las estrellas ya no brillan. La luz ilumina todo. Mas yo no lo veo. Puede haberse ido; puede todavía estar allí, conmigo, postrado. Mas yo no lo veo. Podría haberme acompañado siempre. Mas yo no lo veo.