Dean ha trabajado mucho para que su empresa esté donde esté; ha empezado desde abajo, construyendo poco a poco hasta llegar al gran éxito que tiene ahora. Tiene la vida que siempre soñó, dinero, carros, lujos y muchas mujeres. Con 32 años cumplidos no tiene planes de casarse, ni tener hijos.
—Señor Schuller, debes firmar este documento; lo están esperando en el departamento 2 —su eficiente secretaria le informa.
—Está bien, Sarah, lo firmaré; el señor García ¿ya llegó?
—Sí, en estos momentos Katherine lo está llevando a la sala de juntas.
—Dame cinco minutos, tengo que llamar a Jeremy.
—También le ha llamado la señorita Pamela. Quiere invitarlo a salir esta noche.
—Mándale un ramo de flores, has una reservación en el katso para hoy a las nueve que en la tarjeta diga la hora y el lugar, por favor.
—Sí señor.
Dean termina justo a tiempo para ir a su reunión con el señor García.
Pero al salir se encuentra a Sarah.
—Disculpe, señor Dean, estás personas lo buscan; dicen que es sumamente importante.
—Lo siento, señor y señoritas, hoy tengo el día muy ocupado; por favor, hagan una cita y con gusto los atiendo. —No le importa en absoluto lo que tengan que decirle; él solo quiere hacer su trabajo.
—Soy Gabriel Montes de Oca. Soy el abogado de la señorita Mara Schuller.
Dean que ya le había dado la espalda, pero al escuchar su apellido voltea de inmediato. El nombre no le suena, pero ya está intrigado.
—Es importante que hablemos, señor.
—Dile al señor García que me espere, por favor —le comunica a su secretaria.
—Adelante por favor.
Dirige al abogado y a las dos chicas que vienen con él.
Después de que todos se hayan sentado en los cómodos sillones de Dean, y de haberles ofrecido de tomar, el abogado es el que da inicio a la conversación.
—Se preguntará quién es Mara Schuller, y también por la razón por la que nos tiene aquí. Vera, señor Schuller, Mara es su media hermana; es hija de su padre, el señor Dean Schuller. Tenía 23 años.
—¿Tenía? —pregunta intrigado por la información que está escuchando. No había visto a su padre desde que abandonó a su madre cuando él tenía 2 años y ahora resulta que tiene una hermana.
—Ella falleció hace más de veinte días, después de una larga enfermedad.
—¿Qué tengo que ver yo? Como puede ver, no sabía de su existencia, y para ser honesto me hubiera gustado seguir sin saberlo.
—Ella dejó un hijo; ahora mismo está al cuidado de la mejor amiga de su madre; tiene un año.
—Su hermana, le dejo la custodia a usted —una de las mujeres decide hablar.
—¿Usted quién es?
—Soy Fátima Torre, señor; soy de servicios sociales a cargo del menor Sean Schuller Paradise.
—Yo no puedo hacerme cargo de un niño, así que, por favor, es mejor que se vayan, no me interesa nada que tenga que ver con ese hombre, para mí no fue un padre y lo siento por su hija. No sé por qué se le ocurrió dejarme a mí esa responsabilidad, seguro solo para joderme. —Dean estaba molesto; no entendía qué tenía que ver él con todo esto. ¿Hacerse cargo de un niño? Estaban completamente locos todos.
Sale de su oficina molesto
—Quiero que se vayan de mi oficina y que no vuelvan por favor —le comunica a Sarah.
—Si señor.
—El niño no tiene a nadie; si usted lo rechaza, se irá a adopción.
—¿Niño? —Sarah está impresionada al escuchar lo que una de las mujeres dice.
Dean le da una mirada reprobatoria a Sarah, la cual inmediatamente camina hacia las personas.
—Por favor, deberían irse, les muestro el camino.
El abogado le entrega una carpeta a la asistente.
—En la carpeta vienen mis datos por si cambia de opinión, buen día, señor Schuller.
—Solo es un niño y usted es su única familia, piénsalo, por favor —la otra chica que hasta ahora se había mantenido en silencio habló, con un nudo en la garganta. Comprendía a Dean, y esperaban esa reacción. Lo que no se esperaban es que no quisiera saber nada sobre el pequeño.
El día trascurrió normal para la empresa de Dean, o al menos para sus empleados. Dean tenía un humor de perros, estaba irritado y eso le estaba afectando a su rendimiento. La carpeta está en su escritorio. Más de una vez quiso abrirla, pero terminaba por no hacerlo. Se preguntaba qué haría un hombre como él con un niño; se decía a sí mismo que no era un mal hombre por no asumir la responsabilidad de un niño. No es que no le gustaran los niños, pero no sabía nada sobre ellos, y en sus planes futuros no estaba ser padre, ni siquiera casarse. Le gustaban las mujeres, divertirse, pero solo cuando su trabajo se lo permitía. Nunca descuidaba su empresa para salir de fiesta o de viaje; al contrario, le gustaba mucho estar en casa. Tenía un departamento donde llevaba de vez en cuando a las mujeres con las que pasaba algunos ratos. Para él su casa es sagrada; nunca ha llevado a una mujer.
—Señor Dean, no olvide su cita con la señorita Pamela: ya son las ocho.
—¿Las ocho? ¿Por qué no te has ido, Sarah?
—Estaba terminando unas cosas, recuerde que mañana no vendré, es la cita de mi bebé con el pediatra.
—Ya vete, yo me iré en un momento.
Dean salió casi a las nueve; llegaría directamente al restaurante. En su mano lleva la carpeta que hasta ese momento se rehúsa a abrir. Camino hacia el estacionamiento privado; sus guardaespaldas estaban esperándolo. A Dean no le gustaba tener guardaespaldas, pero hace dos años intentaron secuestrarlo en dos ocasiones seguidas, saliendo ileso de ambas, pero eso lo obligó a contratar el servicio de escoltas.
—¿A dónde lo llevamos, señor? —Carlos, el jefe de seguridad, le pregunta.
—Llévame a Katso, por favor.
—Enseguida, señor.
Dean se decide por fin a abrir la carpeta. Lo primero que encuentra es una fotografía donde está una joven mujer en brazos de un niño pequeño. Se imagina que ese debe ser el pequeño al que quieren dejar a su cuidado, pone más atención a la mujer, no siente que se parece a él, y de su padre no tiene muchos recuerdos.