Karen está muy inquieta; el permiso que le dieron en su trabajo por cuidar al pequeño Sean se está terminando, y necesita el dinero. No se puede dar el lujo de perderlo; le duele mucho no poder ser ella la que se haga cargo del niño; lo ama desde que estaba en la panza de su mamá, pero su economía no se lo permite, apenas le alcanza para sobrevivir sola. Su casa se está cayendo. Si su amiga no hubiera dejado por escrito que quería que su hijo estuviera con ella hasta que encontraran a su tío, servicios sociales no le habrían permitido quedarse con ella en esa humilde casa.
Había estado sobreviviendo con el poco dinero que ahorró; lo tenía destinado para arreglar la casa, pero Sean era más importante en estos momentos, y gracias a Dios tenía un jefe muy comprensivo que le permitió ausentarse un poco del trabajo con la mitad del sueldo; eso a ella le daba un poco de tranquilidad, porque al menos disponía de la mitad del sueldo y también agradecía tener unos compañeros muy buenos que cubrían sus horarios para que no contrataran a alguien más hasta que ella regresara.
—Espero que tu tío quiera darte la vida que te mereces, mi bebé precioso —llora mientras tiene en los brazos al pequeño Sean; se ha dormido después de tomar su lechita.
Karen se durmió un rato después de orar por qué ese hombre decida quedarse con Sean; no quisiera entregarlo para que sea dado en adopción; eso le nublaba el pensamiento y la hacía llorar cuando nadie estaba cerca.
Cuando Sean despertó a las ocho de la mañana, Karen ya tenía sus alimentos preparados. A Sean le encantaba comer; Karen le cambió el pañal y le cambió de ropa. Ella se sentía cansada. Se despertó varias veces en la noche porque no dejaba de pensar en el futuro de Sean.
Estaba por sentarse cuando recibió la llamada del abogado; esperaba que fueran buenas noticias.
—Dígame licenciado.
—Buenos días, señorita, disculpe la hora, pero tenía que decirle primero a usted: el tío de Sean ha renunciado a él; por desgracia, no quiere saber nada del niño, así que, con la pena, pero tendrá que entregarlo a la casa hogar; el servicio social iniciará el proceso… Lo siento mucho, señorita.
Karen no dijo nada; las lágrimas estaban empezando a salir y, aunque odiaba llorar enfrente de Sean, no pudo evitarlo.
—Pero no le han dado más tiempo para pensarlo. —Karen no quería pensar que el hombre no era una mala persona. Tal vez solo estaba indeciso o en shock porque no es fácil asimilar que tenía una hermana y un sobrino. Ella conocía la historia de su mejor amiga; antes de fallecer, Dean Schuller había perdido todo, dejando a su hija en la calle. Antes de irse de este mundo le confesó que tenía un hermano que lo buscará, pero Mara no quiso buscarlo; decía que no tenía caso intervenir en la vida de aquel desconocido.
Pero eso cambió el día que supo que le quedaba poco tiempo de vida. Lloró, lloró tanto al saber que se iría, y no por ella, sino por qué dejaba a su pequeño Sean. Sabía que su mejor amiga no podía cuidarlo, así que se vio obligada a dejarle a su hijo a un hombre que no conocía, pero que era su única esperanza de que su niño no terminara en una casa hogar, y es algo que ella no quería para su hijo… Ella quería buscar a su medio hermano, conocerlo y pedirle de rodillas si era necesario, pero no tuvo fuerzas ni dinero para hacerlo.
Karen estaba muy triste, no sabía qué hacer, tenía que hacer algo, tenía que buscar la manera de convencer al hermano de su mejor amiga. Se le ocurrió la idea de ir a buscarlo; Mara no pudo pedirselo personalmente, pero ella lo haría y si se tenía que arrodillar en frente de aquel hombre lo haría. Haría todo porque Sean no sufriera.
Después de convencer al abogado de darle la dirección, pidió el favor a unas de sus amigas del trabajo que cuidaran a Sean. No quería exponerlo por el momento. No sabía cómo iba a reaccionar el hombre.
Llego 5 horas después a la oficina de Dean, entró a la grande torre. Se quedó impresionada; sentía las miradas de todos en cuanto entró. Todos estaban envueltos en trajes y vestidos caros y ella un simple vestido rojo que compró en una tienda de segunda mano. Unas sandalias que estaban a punto de desbaratarse.
Llegó a informes.
—Si viene a pedir trabajo, ahorita no tenemos de intendencia, pero, si quiere dejar sus datos cuando se abran vacantes, lo puede hacer…
Estaba sorprendida que ni siquiera le haya preguntado a qué venía.
—No vengo a pedir trabajo, señorita.
—¿No? —levanta una ceja la chica del mostrador.
Y después de verla despectivamente, la hermosa recepcionista…
—¿A qué viene entonces? ¿Tiene cita?
—Vengo a ver al señor Dean Schuller.
—Si no tiene una cita no puede verlo.
—Necesito verlo con urgencia. —Karen no entendía por qué no podía recibirla sin cita, pero suponía que era algo de estas grandes empresas.
—Ya le dije que no puede, puede hacer una cita dentro de unos meses. El señor Dean es un hombre ocupado y no puede recibir a cualquiera.
—¿Puede preguntarle por favor?
—No lo puedo molestar, está ocupado, por favor, puede retirarse, no insista.
—Chantal ¿Qué pasa?
—Nada, señor Duran, solo estaba diciéndole a la señorita que regrese otro día.
—¿A quién busca, señorita?
Karen voltea a ver al recién llegado; es un chico alto, blanco y rizos dorados. Su sonrisa es coqueta.
—Busco al señor Dean, señor.
—¿Señor? Pues de cuántos años me miras.
Karen se pone roja como tomate por la vergüenza.
—¿Para que necesitas a Dean? O eres una de… Eres su amiga.
—No, no lo conozco, necesito hablar con él de algo urgente.
Jackson, que vio la desesperación en la voz de Karen, decidió ayudarla.
—Entonces vamos.
Y así fue como Karen y Jackson fueron juntos rumbo a los elevadores.
—Dean está un poco ocupado en estos momentos, pero si es urgente lo puedes esperar.
En su oficina estaba Dean en una reunión de más de tres horas. Cansado y con mucha hambre, el trabajo lo absorbió este día y no le dio tiempo de ir a comer.
Pero al menos ya habían llegado a un acuerdo.
—Entonces haremos el cambio y veremos los resultados —les comunica Dean.
—Que así sea, gracias por venir —Dean los despide, antes que quieran seguir hablando.