Sean no se despertó de regreso a casa; el parque está relativamente cerca; Karen estaba pensando en venir caminando con él de vez en cuando, y tanto ella como Sean disfrutarán el paisaje.
—Carlos, ¿puedes llevar a Sean a su habitación, por favor?
—Lo puedo hacer yo —Karen le saca de los brazos a Sean.
—Gracias, Carlos —Karen le sonríe amable al jefe de guardaespaldas.
Dean no dijo nada. Tampoco la siguió.
La casa de Dean es muy calientita: afuera está empezando el frío, pero adentro no necesita el abrigo. Va al baño a cambiarse de ropa, le gusta estar cómoda, ve el pijama transparente y se sonroja solo en recordar que Dean la miró vestida así. ¡Qué vergüenza no dejaba de repetirse! Busco un pan gris que ya se había puesto para andar en casa y una playera con la leyenda de quiéreme a mí. Aprovecharía que Sean estuviera dormido para hacer la cena. Le gustaba cocinar, así que no era problema, aunque Dean le había dicho que ahora que ellos estaban con él contrataría a una persona para encargarse de la casa y la comida. Antes no era necesario; venían dos señoras a limpiar dos veces por semana, cuando Dean estaba trabajando, pero una de ellas le robó y entonces mejor se encargaba él mismo o la madre de Fernanda solía ayudarlo. Pero Karen le pidió que dejara que ella lo hiciera; se sentía bien haciéndolo y a Dean le gustaba su comida. Ella lo sabía porque Fernanda le contó que siempre comía en restaurantes o pedía a domicilio, y desde que ella empezó a cocinar viene todos los días a comer a casa y pasar un rato con Sean.
Karen se sentía mal por haberlo prácticamente obligado en adoptar a Sean, pero ahora está segura de que Sean puede sanar las heridas que Dean pueda tener porque también estaba curando las de ella… Hay muchas cosas que oculta que ni Dean y nadie lo sabe; solo se lo contó a su amiga; nunca fue capaz de contárselo a los hombres con los que estuvo sentimentalmente; nunca sintió la confianza de contárselo.
Dean no está en su cuarto, la puerta está abierta y la luz apagada; seguramente se fue, pensó Karen. Baja las escaleras en sus pensamientos; todavía está presente lo que pasó en el parque. Se sentía tonta al estar recordando algo que tal vez para Dean no significó nada.
Al llegar a la cocina se encuentra a Fernanda.
—Hola Fernanda, no te vi cuando llegamos.
—Acabo de llegar justo ahorita, pero debo ir a hacer una tarea a casa de una amiga; solo vine a buscar una libreta que olvidé aquí.
—¿Dónde está Dean? Sus guardaespaldas están afuera.
—No lo sé. Llegamos del parque, pero no entro con nosotros.
—Seguro está trabajando en su despacho; subiré por mi libreta y me iré, te veo más al rato y me quedaré a dormir aquí, me queda más cerca que mi casa.
—Ve con cuidado por favor. —Karen está preocupada desde que Dean le dijo que lo han intentado secuestrar.
—Descuida, Gus está conmigo todo el tiempo; Dean no me deja salir sin un guardaespaldas.
—Y es lo mejor, por favor, cuídate mucho, no quiero que te pase nada.
—Gracias por tu preocupación; no te preocupes, me cuidaré.
Fernanda le da un beso de despedida y se va.
Karen mira lo que hay en el refrigerador; quiere hacer algo liguero. Se le antojó una avena con fruta; han comido tarde, así que está bien algo liguero. Camina hacia el despacho de Dean; quiere preguntarle si quiere cenar eso, o le haría lo que él le pidiera sin ningún problema.
En cuanto Karen toca la puerta, esta se abre sobresaltándola. Dean abrió demasiado rápido.
Sus ojos se encuentran. No es la primera vez que se ven de esa manera.
—Voy hacer avena con fruta, ¿quieres?
Sin esperarlo, Dean le extiende las rosas que en la tarde le compro al señor del parque.
—Son para ti
—¿Para mí?
—Te la iba a dar hace rato, pero no pude, te las doy ahorita.
—No es necesario, Dean, sé que la compraste para ayudar al señor y fue muy bonita de tu parte.
—No fue la razón por la que la compré; pude ver cómo las mirabas y por lo que veo te gusta mucho.
Karen toma las rosas.
—Son hermosas gracias.
Dean se acerca más a ella; está consciente que está mal, pero a pesar de ello, se cerca más y más.
—¿Qué haces? —pregunta.
—No lo sé.
—¿No lo sabes?
—No
—No debería pasar esto, Dean.
Karen puede sentir la respiración de Dean; huele a alcohol.
—No debería, pero…
Dean no terminó la frase porque sus labios se fundieron en uno solo; Karen no opuso resistencia alguna; al contrario, es como si lo estuviera esperando. Se separaron porque necesitaban respirar.
—Lo siento, Karen, me deje llevar, discúlpame.
Pero Karen ya había tomado una decisión; ha perdido la razón con el beso de Dean, y para sorpresa de él, ahora es ella la que inicia el beso. Se dice todo sin palabras; no la necesitan.