Sagitario
(07-01-2015)
De acuerdo al reloj de la pared que se encuentra en sala de aquello que yo ya comienzo a llamar: mi casa. Son las dos de la tarde con cinco minutos.
«Es buen momento para ir a dar un paseo o conocer el supuesto pueblo del que habló Virgo ayer», pienso lleno de alegría. Pero antes, si quería salir tenía que informárselo a alguien. Bueno, esa fue u na regla puesta entre los doce, la idea la tuvo Virgo, justo antes de que unas monjas se la viniesen a llevar para mostrarle la iglesia más próxima y no recuerdo que cosas aparte. Sí, todo tan normal, nada del otro mundo.
A continuación, escucho los ruidos del televisor, sospecho que hay alguien en la sala. Me doy la vuelta. Camino directo hacia los desgastados sillones color naranja oscuro; horrible tono por si me lo preguntan. En uno de ellos veo que se encuentra una chica con un peinado algo raro, una blusa blanca, pantalones entre el gris y café; piel pálida, ojos y cabellos de par tono: plomo.
Me acerco hasta la fémina, no logro reconocer cuál de todas mis supuestas hermanas podría ser.
—Hola Sagitario, ¿a qué viniste? —pregunta ella un tanto desanimada.
—Eh, pues quería hablar contigo para ver si tenía permiso de salir afuera ¿Cáncer? o ¿Libra?
—Soy Capricornio, y sí, puedes darte un paseo; pero, procura llegar antes del anochecer. No vaya a ser que te metas en problemas por llegar tarde.
—De acuerdo —respondo entregando una sonrisa. Después, me dirijo hacia la puerta principal de la casa. La abro, luego la tapono con fuerza haciendo que emita un sonido brusco. Primero que nada, miro al cielo y veo que este se encuentra de un hermoso celeste; sin ninguna nube manchosa. Puedo apreciar el calor del día, uno cálido y reconfortante, que me sube los ánimos a mí; signo de fuego. Sin ninguna distracción más, empiezo a moverme por aquel sendero que se encuentra justo cerca de mí.
Mientras recorro el camino que según yo debe llevar a algún sitio, noto alejarme por completo de la casa. De hecho, comienzo a sospechar que esta se halla un poco alejada del resto, eso incluye la civilización. Ignorando mis posibles falsas premisas, continuo la ruta de arena y grava que mis movedizos pies pisan.
«Calma, calma, Sagitario. Seguro pronto encontraré algo», me calmo. Miro por mis alrededores, hay algunas plantas pequeñas de tamaño mediano puestas sobre un desfiladero de pasto. Curioso, curioso.
— ¡El último en llegar es un huevo podrido! —exclama la voz de un niño. Este no tarda en aparecer corriendo a toda velocidad. Detrás de él vienen sus dos amigos y su amiga, todos de tamaños similares. Aquella alegría transmitida por los pequeños me hacía sentir bien. Es bueno conocer, que, a diferencia de mi universo anterior, los nenes no andan tan perdidos con la engañosa tecnología. Salen de sus casas a jugar y muestran felicidad al hacerlo. Sin embargo, otra parte de mí quería decirles que anden con cuidado, en cualquier momento podrían caerse.
Suspiro, veo lo que está por mi frente. Me sorprendo al notar que, de un camino terroso, terminé en uno ya asfaltado. Señal de estar próximo al posible poblado. Continúo caminando, noto unas primerizas casas construidas con ¿ladrillos? Y encima pintadas con colores suaves. También advierto la presencia de algunos cuantos comensales con unos rasgos en común: la piel morena y la baja estatura.
«Interesante, interesante» pienso al respecto. Me desconcentro. Casi me salgo de mi ruta. Sigo andándola, me encuentro con una pequeña rotonda sobre la cual se asentaron unos puestos de venta, donde yacen mujeres vendiendo chucherías como sodas, dulces y galletas. «Hubiese venido con unas cuantas monedas», me aflijo al ver que aquellas groserías habían captado mi atención. También, en el sitio hay una estatua que con seguridad debe ser de algún personaje importante. Así mismo, encuentro un restaurante de comida. Quien sabe las cosas extrañas servidas allí.
Ignorando lo interesante que puede ofrecerme la zona, me encuentro con una calle empinada. Haciendo caso de mis instintos, me impulso en plena avenida y corro con tanta, pero tanta fuerza que me faltaban unos metros para subir la cuesta por completo. Me detengo, un señor de estatura alta y cabellos negros me observa con una extraña mirada. Yo no le otorgo atención. Justo cerca de él, hay un segundo restaurante con un cartel puesto y de nombre: restaurante “El valluno”
—Vaya nombre loco —hablo. Prosigo con mi marcha a un ritmo ya más suave. Consigo subir hasta una acera llena de desgastes. Me dio cosa verla. Camino por ella sin fijarme los edificios detrás de mí. Lo que veo enseguida me resulta impactante: ¡Una plaza con múltiples jardines llenos de bonitas flores de excéntricos colores y en el centro una estrafalaria construcción en forma de capullo! Voy corriendo hacia ahí. Lleno de admiración respiro al aire tan puro, hace tiempo que no lo hacía. Entre tantas cosas que me ocurrieron durante estos locos días, esto no se queda atrás.
Echo un vistazo general, saco una sonrisa. Contemplo que por aquí hay un considerable flujo de gente. La mayoría de ropa no tan vistosa, tez marrón, ojos y cabello cenizo.