¿¿¿???
(25-01-2015)
Después de un largo día de trabajo, me encuentro ya en casa tomando una agradable taza de café. Leer todos esos libros de astronomía en otros idiomas, me provocó un cansancio adicional.
De por sí llevo una vida cuya palabra comodín para describirla es: “estresante” ¿la razón? Bueno las razones son: ser una constelación —y encima adulta— es cansador. Tener que arreglárselas con las malditas conciencias de la creadora es molesto, peor cuando estas te piden unos malditos favores. Segundo, el trabajo; el maldito pero interesante trabajo. Cartas astronómicas, textos, telescopios, cálculos matemáticos, puede que los disfrute, pese a la fuerte carga de energía que gasto manteniéndome a flote. En este ámbito también debo mencionar el nulo apoyo que tengo del gobierno, pues claro, esos fanfarrones tienen dinero para despilfarrar en alcohol, coliseos insulsos e inauguraciones. Sea del gobernador, concejalas e incluso el presidente, no hay dinero que aportar en la ciencia; en verdad es deprimente.
Yéndome a un siguiente punto, también se encuentra mi relación con quienes me rodean; sean personas normales, animales domésticos o encarnaciones de cuerpos celestes como: meteoritos, estrellas, asteroides y peor constelaciones; mi interacción con ellos y ellas es pésima. Sus actos me provocan furias, aumentan mis nervios; elevan mi presión, mejor no cuento más.
Por suerte, yo poseo un agradable rincón donde refugiarme de tanto problema: mi espaciosa casa, la cual mantengo limpia, no saben lo mucho que odio el desorden. Desde el cuarto principal al salón de invitados, todo tiene que estar limpio. Aprovecho mi tiempo libre para acabar con la suciedad, luego tomo un descanso y me ocupo de asuntos ajenos a mi empleo.
—Ahh, este café es increíble. Es tan cargado y oloroso, seguro su procedencia es la región de Escorpio —digo. Dejo la taza sobre la mesa. Miro por mis alrededores, estoy viendo mi cuarto impecable; la cama está bien tendida, los libros en la repisa, el piso de madera brilla; y, no hay ni una sola mancha sobre las paredes color crema.
Aunque suene raro, me hallo tranquila; sin nervios que me molesten ni imbéciles llamándome por teléfono. Fue una excelente idea no tener ni un aparato electrónico conectado; bueno, al menos en casa.
Unos pasos suenan por la habitación, sí, no estoy sola, hay alguien metida, ese alguien es la conciencia número tres de nombre Maishklyle.
—Maishklyle, ya puedes volverte humana. Deja de comportarte así, sabes que eso me pone nerviosa —hablo seria mientras intento no morderme mis uñas.
—Lo haré si giras tu vista hacia tu mullida y perfecta cama —se manifiesta ella con tono irónico. Cumplo su orden girando mi mirado directo al sitio que me pidió. En frente mío muestra su clásica y conocida forma humana: una mujer de estatura mediana, con cabellos cenizos, ojos color miel, rostro suave y piel canela. De su vestuario no puedo hablar, posee un traje mostaza y zapatos negros.
—Maishklyle, llegas puntual como siempre —recalco sobria.
—La puntualidad es una de mis virtudes, sino puedes preguntárselo a mi amado, quien es la conciencia número doce: Mirukunin.
—Te creo, lo que no es que él, en su forma humana sea un hombre de piel nívea y sus “hijos e hijas” sean todos del mismo color que tu amado, mas en diferentes tonos; y que encima hayan traído sus almas de un universo paralelo.
—Eso no es problema, recuerda que soy una mujer flexible, y bastante adaptada a la humanidad. Inclusive tengo una cedula de identidad. Tú sabes que en este mundo me llamo Maishklyle Zodiac y “mi esposo” es Mirukunin Stellaris.
—Pues claro, pero no te jactes de aquel logro. Recuerda que Exadrusk y Karuraida intervinieron en ello y que si no, tú jamás hubieses obedecido las ordenes de Gran Ente —le recuerdo a Maishklyle, ella me mira maliciosa, me pregunto que tendrá entre manos.
—Ya sé, al final lo hice porque la recompensa es maravillosa. El ser “la madre” de las encarnaciones del zodiaco más conocido del mundo aporta unos beneficios geniales como: ir y venir a este universo sin tener que trabarme o visitar a mis niños sin que se den cuenta.
—Eso suena maravilloso, de mi parte no hablen de hijos; son tan molestos —reniego. Ojala tuviese un cigarrillo, disfrutaría más de la conversación si tuviera uno entre manos.
—Y bien Henrietta, ¿me ayudarías a ponerles nombres a mis amadas criaturas? —interroga la conciencia. Su pregunta me deja helada, encima me hizo recordar que esas pobres constelaciones siguen sin tener un nombre más “normal” Ergo, todos aquellos que les conocen les llaman por las denominaciones de esos cuerpos celestes que encarnan. Respiro, la maldita me colocó en jaque, no sé qué decir. Decido tomarme mi tiempo, no pienso caer en desesperación. Luego de varios minutos en silencio, me hallo lista para responder.
—Sí, te ayudaré, sólo porque tú eres una de las siete conciencias principales. Me convendría hacerlo, quedaría bien con Gran Ente —contesto llena de firmeza y confianza.
—Maravilloso, eres una buena constelación.