Ojalá pudiera decir que el ambiente familiar del centro de Washington me ha
relajado durante el tray ecto, o que el sentido de la aventura ha ido apoderándose
de mí a cada señal que indicaba que estábamos cada vez más cerca de la
Washington Central. Pero la verdad es que me he pasado el viaje planificando y
obsesionándome. Ni siquiera estoy segura de qué estaba diciendo Noah, pero sé
que estaba intentando darme ánimos y emocionado por mí.
—¡Ya hemos llegado! —chilla mi madre cuando cruzamos el arco que da
acceso al campus.
En la realidad, la universidad es igual de magnífica que en los folletos y en la
página web, y me quedo impresionada al instante al ver los elegantes edificios de
piedra. Cientos de personas —padres que se despiden de sus hijos con besos y
abrazos, grupos de estudiantes de primer curso ataviados de los pies a la cabeza
con el uniforme de la WCU, y unos cuantos rezagados perdidos y confundidos—
inundan el área. El tamaño del campus intimida, pero espero que al cabo de unas
pocas semanas me sienta y a como en casa.
Mi madre insiste en acompañarme a la charla de orientación para novatos.
Consigue mantener una sonrisa en la cara durante las tres horas que dura la
sesión, y Noah escucha con atención, igual que yo.
—Me gustaría ver tu dormitorio antes de irnos —dice mi madre cuando todo
ha terminado—. Quiero asegurarme de que todo está correcto.
Observa el viejo edificio con una mirada de desaprobación. Tiene la
costumbre de sacarle defectos a todo. Noah sonríe, para calmar el ambiente, y
mi madre vuelve a animarse.
—¡No me puedo creer que estés en la facultad! Mi única hija, estudiante
universitaria, viviendo por su cuenta. No me lo puedo creer —gimotea mientras
se da unos toquecitos con un pañuelo para secarse las lágrimas sin arruinarse el
maquillaje.
Noah nos sigue con mis maletas mientras recorremos el pasillo.
—Es la B22…, estamos en el pasillo C —les digo. Por suerte, veo una « B»
enorme pintada en la pared—. Es por aquí —señalo al tiempo que mi madre
empieza a volverse hacia el lado contrario.
Me alegro de haber traído sólo unas cuantas prendas de ropa, una manta y
algunos de mis libros favoritos. Así, Noah no tiene que cargar demasiado y yo no
tendré mucho que sacar.
—B22 —resopla mi madre. Sus tacones son extremadamente altos para todo lo que estamos andando. Al
final del largo pasillo, introduzco la llave en la vieja puerta de madera y, cuando
ésta se abre, mi madre sofoca un grito de espanto. La habitación no es muy
grande, hay dos camas minúsculas, un armario, una pequeña cómoda y dos
escritorios. Al cabo de un instante, mi mirada se desvía hacia el origen de su
sorpresa: un lado del cuarto está repleto de pósteres de bandas de música de las
que ni siquiera he oído hablar, y los rostros y los cuerpos que se muestran en ellos
están cubiertos de piercings y tatuajes. Además, hay una chica tumbada en la
cama. Tiene el pelo rojo intenso, la ray a del ojo de casi un dedo de grosor, y los
brazos llenos de llamativos tatuajes.
—Eh —dice sonriendo. Para mi sorpresa, encuentro su sonrisa bastante
fascinante—. Soy Steph.
Se incorpora apoy ándose sobre los codos, de manera que sus pechos quedan
apretados contra su top cerrado con lazos, y le doy un golpecito a Noah en el pie
cuando sus ojos se centran en ellos.
—Eh… Yo soy Tessa —respondo olvidando todos mis modales.
—Hola, Tessa, encantada de conocerte. Bienvenida a la WCU, donde las
habitaciones son pequeñas pero las fiestas son enormes.
La sonrisa de la chica de pelo carmesí se intensifica. Inclina la cabeza hacia
atrás, riendo, hasta que asimila las tres expresiones de horror que tiene delante.
Mi madre está tan boquiabierta que la mandíbula inferior casi le roza la moqueta,
y Noah se revuelve nervioso. Entonces, Steph se acerca, acortando el espacio
que nos separa, y me rodea con sus delgados brazos. Me quedo paralizada por un
instante, sorprendida ante su afecto, pero le devuelvo el amable gesto. Oigo unos
golpes en la puerta justo cuando Noah deja caer mi equipaje al suelo, y no puedo
evitar esperar que esto sea una especie de broma.
—¡Pasad! —grita mi nueva compañera de habitación.
La puerta se abre y dos chicos entran antes de que ella termine de invitarlos.
¿Chicos en los dormitorios femeninos ya el primer día? Tal vez, escoger la
WCU hay a sido una mala decisión. O tal vez hay a una manera de cambiar de
compañera de cuarto. Por la expresión de angustia que refleja el rostro de mi
madre, veo que sus pensamientos van en la misma dirección que los míos.
Parece que la pobre mujer vaya a desmay arse de un momento a otro.
—Eh, ¿eres la compañera de Steph? —pregunta uno de los chicos.
Tiene el pelo rubio de punta, y hay zonas en las que se ve que en realidad lo
tiene castaño. Sus brazos están llenos de tatuajes, y los pendientes que luce en la
oreja son del tamaño de una moneda de cinco centavos.
—Eh…, sí. Me llamo Tessa —consigo articular.
—Yo soy Nate. Relájate —añade él con una sonrisa al tiempo que alarga el
brazo para tocarme el hombro—. Esto te va a encantar. —Su expresión es cálida
y amistosa, a pesar de su apariencia hostil.—Estoy lista, chicos —dice Steph mientras coge un bolso negro y pesado de
la cama.
Desvío la mirada hacia el chico alto y castaño que está apoyado contra la
pared. Su pelo es como una fregona, lleno de rizos gruesos apartados de su frente,
y lleva un piercing en la ceja y otro en el labio. Desciendo la vista hacia su
camiseta negra y hacia sus brazos, también tatuados. No tiene ni un centímetro
de piel sin decorar. A diferencia de los tatuajes de Steph y Nate, los suyos
parecen ser todos en tonos negros, grises y blancos. Es alto y delgado, y sé que
debo de estar mirándolo de una manera bastante grosera, pero no puedo apartar
los ojos de él.
Espero que se presente como han hecho sus amigos; no obstante, permanece
callado. Pone los ojos en blanco con fastidio y se saca el móvil del bolsillo de sus
estrechos vaqueros negros. Definitivamente no es tan simpático como Steph o
Nate. Pero me llama más la atención. Tiene algo que hace que me cueste
apartar la vista de su rostro. Apenas soy consciente de que Noah me está
observando, hasta que por fin aparto la mirada y finjo que lo miraba porque me
había quedado pasmada.
Porque lo hacía por eso, ¿no?
—Nos vemos, Tessa —dice Nate, y los tres salen de la habitación.
Dejo escapar un largo suspiro. Decir que los últimos minutos han sido
incómodos es quedarse corto.
—¡Pediremos que te cambien de cuarto! —ruge mi madre en cuanto la
puerta se cierra.
—No, no puede ser —suspiro—. No pasa nada, mamá. —Hago todo lo que
puedo por ocultar mi nerviosismo. No sé si funcionará, pero lo último que
necesito es que la controladora de mi madre me monte una escena el primer día
de universidad—. Seguro que no pasa mucho tiempo por aquí de todos modos —
digo en un intento de convencerla, a ella y a mí misma.
—De eso, nada. Vamos a pedir el cambio ahora mismo. —Su impoluto
aspecto contrasta con la furia que refleja su rostro; lleva el pelo largo y rubio
recogido sobre uno de sus hombros, pero todos sus rizos se mantienen
perfectamente intactos—. No vas a compartir habitación con alguien que deja
que entren los hombres de esa manera, ¡y menos con esas pintas!
Me quedo mirando sus ojos grises, y después miro a Noah.
—Mamá, por favor, esperemos a ver qué pasa. Por favor —le ruego.
No quiero ni imaginarme el jaleo que se armaría al intentar cambiarme de
habitación en el último minuto. Y lo humillante que sería.
Mi madre echa un vistazo al cuarto de nuevo. Observa la decoración del lado
de Steph y resopla de manera teatral.
—Está bien —dice a regañadientes para mi sorpresa—. Pero tú y yo vamos a
tener una pequeña charla antes de que me marche.