After: Aquí empieza todo

CAPÍTULO 13


El resto del fin de semana pasa rápidamente, y consigo evitar ver a Hardin. 
Cuando salgo temprano el domingo para ir a comprar, me marcho antes de que 
él llegue a la habitación, y vuelvo cuando aparentemente ya se ha ido. 
La ropa nueva que he adquirido llena mi pequeña cómoda, pero justo cuando 
la estoy guardando la ofensiva voz de Hardin resuena en mi cabeza: « ¿Eres 
consciente de que vamos a una fiesta, no a misa?» . 
Sospecho que diría lo mismo sobre mis nuevos modelitos, pero he decidido 
que no pienso volver a ir a ninguna fiesta con Steph, ni a ninguna parte donde 
Hardin vaya a estar. No es una compañía grata, y discutir con él resulta agotador. 
Por fin es lunes por la mañana, mi primer día de clases en la facultad, y no 
podría estar más preparada. Me despierto muy temprano para asegurarme de 
poder ducharme (sin chicos rondando) y no ir con prisas. Mi blusa blanca y mi 
falda plisada de color tostado están perfectamente planchadas y listas para que 
me las ponga. Me visto, me recoloco las horquillas del pelo y me cuelgo la bolsa 
al hombro. Estoy a punto de marcharme, quince minutos temprano, para 
asegurarme de no llegar tarde, cuando suena el despertador de Steph. Pulsa el 
botón de repetición, pero me pregunto si no debería despertarla. Puede que sus 
clases empiecen más tarde que las mías, o quizá no tenga intención de ir. La idea 
de perderme el primer día de clase me estresa, pero ella está en segundo curso, 
así que tal vez lo tenga todo controlado. 
Me miro por última vez al espejo y me dirijo a mi primera clase. Estudiarme 
el plano del campus demuestra haber sido una buena idea, y encuentro el primer 
edificio al que tengo que ir dentro de veinte minutos. Cuando llego a mi clase de 
historia, el aula está vacía, excepto por una persona. 
Puesto que parece ser que esa persona también tiene interés en llegar puntual, 
decido sentarme a su lado. Podría convertirse en mi primer amigo aquí. 
—¿Dónde está todo el mundo? —pregunto, y él sonríe. 
Su mera sonrisa hace que me sienta cómoda. 
—Probablemente corriendo por todo el campus para llegar aquí justo a 
tiempo —bromea, y siento aprecio por él al instante. Es justo lo que yo estaba 
pensando. 
—Me llamo Tessa Young —digo, y le sonrío de manera amistosa. 
—Landon Gibson —contesta con una sonrisa igual de adorable que la 
primera. 
Nos pasamos el resto del tiempo previo a la clase charlando. Resulta que él también estudia Filología Inglesa, como yo, y tiene una novia llamada Dakota. 
Landon no se burla de mí y sigue hablando conmigo de manera animada cuando 
le cuento que Noah va un curso por detrás de mí. Decido al instante que es una 
persona a la que me gustaría conocer mejor. Conforme el aula empieza a 
llenarse, Landon y yo decidimos presentarnos al profesor. 
Después, según avanza el día, comienzo a lamentar haber escogido cinco 
clases en lugar de cuatro. Me apresuro hacia la optativa de literatura británica 
(menos mal que ya es la última asignatura del día) y llego con el tiempo justo. 
Siento alivio al ver a Landon sentado en primera fila, con una silla a su lado 
vacía. 
—Hola de nuevo —dice con una sonrisa mientras me acomodo. 
El profesor inicia la clase, nos explica el programa del semestre y se presenta 
brevemente. Nos cuenta qué lo llevó a hacerse profesor y su pasión por el tema 
de la asignatura. Me encanta el hecho de que la facultad sea distinta del instituto y 
de que los profesores no hagan que te levantes delante de todo el mundo para 
presentarte ni para hacer cualquier otra cosa embarazosa e innecesaria. 
Mientras el profesor nos explica nuestras listas de lecturas, la puerta se abre y 
oigo cómo un quejido escapa de mis labios al ver a Hardin irrumpiendo en la 
clase. 
—Genial —digo entre dientes sarcásticamente. 
—¿Conoces a Hardin? —pregunta Landon. 
Hardin debe de haberse labrado una reputación en el campus si alguien tan 
agradable como Landon lo conoce. 
—Más o menos —digo—. Mi compañera de cuarto es amiga suya. Pero a mí 
no es que me caiga precisamente bien, la verdad —añado en un susurro. 
Y, al hacerlo, los ojos verdes de Hardin miran fijamente los míos, y me 
preocupa que me haya oído. Aunque, ¿qué haría de ser así? Sinceramente, me da 
igual que me oiga. Creo que es bastante consciente de que la animadversión que 
hay entre nosotros es mutua. 
Tengo curiosidad acerca de qué sabe Landon sobre él, y no puedo evitar 
preguntar. 
—¿Tú lo conoces? 
—Sí…, es… —Se detiene y se vuelve ligeramente para mirar por detrás de 
nosotros. 
Levanto la vista y veo a Hardin sentándose a mi lado. Landon permanece 
callado durante el resto de la clase, sin apartar la vista del profesor ni un segundo. 
—Eso es todo por hoy. Nos vemos de nuevo el miércoles —dice el profesor Hill 
cuando termina la clase. 
—Creo que ésta va a ser mi clase favorita —le digo a Landon mientras salimos, y él coincide. 
Sin embargo, su rostro se ensombrece cuando nos percatamos de que Hardin 
está caminando a nuestro lado. 
—¿Qué quieres, Hardin? —pregunto, dándole a probar de su propia medicina. 
No funciona, o yo no tengo el tono adecuado para eso, porque parece 
divertirle el asunto. 
—Nada. Nada. Es sólo que me alegro tanto de que coincidamos en una clase 
—dice en tono burlón antes de llevarse las manos al pelo, agitarlo y dejarlo caer 
sobre su frente. 
Me fijo en un extraño símbolo del infinito que tiene tatuado justo encima de la 
muñeca, pero baja la mano mientras intento analizar la tinta que lo rodea. 
—Nos vemos luego, Tessa —dice Landon antes de marcharse. 
—Tenías que hacerte amiga del chico más soso de la clase —suelta Hardin 
mientras observa cómo se aleja. 
—No hables así de él; es muy simpático. A diferencia de ti. —Me sorprendo 
ante la crudeza de mis propias palabras, pero este chico saca lo peor de mí. 
Se vuelve de nuevo hacia mí. 
—Cada vez que hablamos te vuelves más beligerante, Theresa. 
—Como vuelvas a llamarme Theresa… —le advierto, y él se echa a reír. 
Intento imaginarme qué aspecto tendría sin todos esos tatuajes y piercings. 
Incluso con ellos, resulta bastante atractivo, pero su agria personalidad lo eclipsa 
todo. 
Echamos a andar juntos hacia mi residencia, y no habremos dado ni veinte 
pasos cuando de repente y a cuento de nada grita: 
—¡Deja de mirarme! 
Entonces, dobla una esquina y desaparece por un pasillo antes de que yo 
pueda siquiera pensar en una respuesta.




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