No tengo ni idea de qué estoy haciendo, pero no puedo evitarlo. Cuando mis
labios tocan los de Hardin, siento cómo él inspira súbitamente, atónito. Sus labios
saben tal y como había imaginado. Percibo el leve toque a menta en su lengua
cuando abre la boca y me besa. Me besa con ganas. Su lengua cálida lame la
mía y noto el frío metal de su labio en la comisura de los míos. Siento que me
arde todo el cuerpo; nunca había sentido algo así. Levanta las manos y recoge
entre ellas mis ruborizadas mejillas antes de bajarlas hacia mis caderas.
Entonces se aparta un poco y me da un leve beso en los labios.
—Tess —exhala, y vuelve a pegar rápidamente la boca contra la mía y a
introducir su cálida y deliciosa lengua en ella.
El sentido común me ha abandonado; la agradable sensación se ha apoderado
de todo mi ser. Hardin tira de mis caderas para acercarme a él y se tumba sobre
la cama sin interrumpir nuestro beso. Sin saber muy bien qué hacer con las
manos, las pego contra su pecho y dejo que asciendan por su torso. Le arde la
piel y su pecho sube y baja violentamente a causa de su agitada respiración.
Aparta la boca de la mía y yo expreso un quejido ante la falta de contacto, pero
antes de que me dé tiempo a protestar, empieza a besarme el cuello. Sus dientes
se aferran a mi clavícula y gimo. La intensa sensación recorre todo mi cuerpo
cuando comienza a lamerme suavemente. Sentiría pudor de no estar tan
embriagada, por Hardin y por el alcohol. Nunca había besado a nadie de esta
manera, ni siquiera a Noah.
« ¡Noah!»
—Hardin…, para —digo, pero no reconozco mi propia voz. Es grave y
rasposa, y tengo la boca seca.
No se detiene.
—¡Hardin! —repito, esta vez con voz clara y firme, y entonces me suelta el
pelo. Cuando lo miro a los ojos, veo que están más oscuros, aunque ahora
parecen más cálidos, y sus labios están más rosados e hinchados de besarme—. No podemos hacerlo —digo.
Aunque en realidad quiero seguir besándolo, sé que no puedo hacerlo.
La calidez de sus ojos desaparece. Entonces se incorpora y me aparta hacia
el otro lado de la cama. « ¿Qué acaba de suceder?»
—Lo siento. Lo siento —digo, pues es lo único que se me ocurre. Noto que el
corazón me va a estallar en cualquier momento.
—¿Qué es lo que sientes? —dice, y se acerca a su armario. Saca una camiseta negra y se la pasa por la cabeza. Desvío la mirada hacia
su bóxer de nuevo y veo que está visiblemente más tirante por la parte delantera.
Me pongo colorada y aparto la vista.
—Haberte besado… —contesto, aunque una parte de mí no quiere
disculparse por ello—. No sé por qué lo he hecho.
—Sólo ha sido un beso; la gente se besa sin parar —me suelta.
Por alguna razón, sus palabras hieren mis sentimientos. Aunque en realidad
me da igual que no hay a sentido lo que he sentido yo… « ¿Qué he sentido?» Sé
que no me gusta de verdad. Sólo estoy borracha, y él es bastante atractivo. Ha
sido una noche muy larga y el alcohol ha hecho que lo bese. Algo en el fondo de
mi mente se esfuerza por contener unos pensamientos que dicen lo mucho que
deseaba que eso sucediera. Pero es que estaba siendo muy agradable, por eso ha
sucedido.
—¿Te importaría que esto no saliera de aquí? —pregunto.
Me sentiría humillada si se lo contara a todo el mundo. Yo no soy así. Yo no
bebo, ni engaño a mi novio en fiestas.
—Créeme, yo tampoco quiero que nadie se entere de esto —me espeta—.
Deja de hablar de ello.
Su arrogancia vuelve a hacer acto de presencia.
—Vaya, veo que vuelves a ser el de siempre.
—Nunca he sido otra persona. No vay as a pensar que porque me has besado,
básicamente en contra de mi voluntad, ahora tenemos alguna especie de vínculo.
Vay a. « ¿En contra de su voluntad?» Todavía siento la fuerza con la que su
mano me agarraba del pelo, la manera en que tiraba de mí para que me pusiera
encima de él, y cómo sus labios pronunciaban mi nombre antes de besarme de
nuevo.
Me levanto de la cama de inmediato.
—Podrías haberme parado.
—Habría sido difícil —replica, y siento ganas de llorar otra vez.
Me pone los sentimientos a flor de piel. Me resulta demasiado humillante,
demasiado doloroso, oírlo decir que lo he obligado a besarme. Entierro el rostro
entre las manos por un momento y me dirijo hacia la puerta.
—Puedes pasar aquí la noche, ya que no tienes adónde ir —dice
tranquilamente, pero yo niego con la cabeza.
No quiero estar cerca de él. Todo esto forma parte de su jueguecito. Me
ofrece que me quede en su cuarto para que crea que es una persona decente,
pero seguro que cuando me quede dormida me dibuja alguna vulgaridad en la
frente.
—No, gracias —replico, y me marcho.
Cuando llego a la escalera, me parece oírlo gritar mi nombre, pero sigo
avanzando. Fuera, mi piel agradece notar la fresca brisa. Me siento en el pequeño muro de piedra y enciendo el móvil de nuevo. Son casi las cuatro de la mañana.
Debería despertarme dentro de una hora para darme una ducha y empezar a
estudiar, y en lugar de eso estoy aquí sentada en este muro de mampostería, sola
y a oscuras.
Con algunos rezagados deambulando alrededor, y sin saber qué hacer, miro
el teléfono y veo que tengo varios mensajes, de Noah y de mi madre. Por supuesto, ha tenido que contárselo. Muy típico de él…
Sin embargo, no puedo reprochárselo. Acabo de ponerle los cuernos. No tengo derecho a enfadarme.