El desayuno con Noah y mi madre se me hace eterno. Ella no para de sacar a
relucir mi « noche salvaje» , y aprovecha la menor oportunidad para
preguntarme si estoy cansada o si tengo resaca. Es cierto que lo de anoche no es
propio de mí, pero no necesito que me lo recuerde constantemente. ¿Siempre ha
sido así? Sé que sólo quiere lo mejor para mí, pero la cosa parece haber
empeorado ahora que estoy en la universidad; o a lo mejor el hecho de haber
pasado una semana lejos de casa me ha dado una nueva perspectiva respecto a
ella.
—¿Adónde vamos de compras? —pregunta Noah entre un bocado y otro de
tortitas, y yo me encojo de hombros.
Ojalá hubiese venido solo. Me gustaría pasar tiempo con él. Necesito hablar
con él sobre lo de no contarle a mi madre cada detalle de mi vida, especialmente
los malos, y si estuviéramos solos sería más fácil.
—Podríamos ir al centro comercial que está a una manzana de aquí. Todavía
no conozco muy bien la zona —les digo cortando los últimos trozos de mi tostada
francesa.
—¿Has pensado ya en dónde quieres trabajar? —pregunta Noah.
—No estoy segura. Tal vez en una librería. Ojalá encontrara algún contrato
de prácticas o algo relacionado con la industria editorial o la escritura —les digo,
y mi madre sonríe con orgullo al oírme.
—Sí, sería fantástico que encontrases algún sitio donde pudieras trabajar hasta
que terminaras la facultad y que después te contrataran a tiempo completo —
responde sonriendo de nuevo.
Intento ocultar mi sarcasmo con un « Sí, eso sería ideal» , pero Noah lo pilla y
me agarra de la mano y me da un apretón conspirativo por debajo de la mesa.
Al meterme el tenedor en la boca, el metal me recuerda el piercing del labio
de Hardin y me quedo parada un instante. Noah se percata de ello, y me mira
con ojos interrogantes.
Tengo que dejar de pensar en Hardin. De inmediato. Le sonrío a Noah y tiro
de su mano para besársela.
Después de desayunar, vamos en el coche de mi madre al centro comercial
Benton, que es enorme y está atestado.
—Yo voy a entrar en Nordstrom, os llamaré cuando haya terminado —nos
dice para mi alivio.
Noah me coge entonces de la mano de nuevo y entramos en unas cuantas tiendas. Me habla del partido de fútbol americano que jugó el viernes, y de cómo
marcó el gol de la victoria. Yo lo escucho con interés y le digo lo estupendo que
suena todo.
—Estás muy guapo hoy —lo piropeo, y él sonríe.
Su sonrisa blanca y perfecta es adorable. Lleva puesta una chaqueta de punto
granate, unos pantalones caqui y unos zapatos de vestir. Sí, la verdad es que lleva
mocasines, pero son bastante monos y, en cierta forma, encajan con su
personalidad.
—Tú también, Tessa —dice, y me encojo.
Sé que tengo un aspecto horrible, pero es demasiado educado como para
decírmelo. A diferencia de Hardin. Él me lo diría sin pensarlo dos veces. « Uf,
otra vez Hardin…» Desesperada por quitarme de la cabeza a don Grosero, tiro
del cuello de la chaqueta de Noah en mi dirección. Cuando me dispongo a
besarlo, él sonríe pero se aparta.
—¿Qué haces, Tessa? Nos está mirando todo el mundo —dice, y señala a un
grupo de adultos que se están probando gafas de sol en un puesto.
Me encojo de hombros con aire juguetón.
—No es verdad. Además, ¿qué más da? —Lo cierto es que me da igual.
Normalmente sí me importaría, pero hoy necesito que me bese—. Bésame, por
favor —prácticamente le ruego.
Debe de haber visto la desesperación reflejada en mis ojos, porque me
levanta la barbilla y me besa. Es un beso tierno y lento, sin apremio. Su lengua
apenas toca la mía, pero es agradable. Es familiar y cálido. Espero que el fuego
se encienda en mi interior, pero no sucede.
No puedo comparar a Noah con Hardin. Noah es mi novio, al que quiero, y
Hardin es un capullo que se acuesta con un montón de chicas.
—¿Qué te pasa? —bromea él cuando intento pegar su cuerpo al mío.
Me pongo colorada y niego con la cabeza.
—Nada, es que te echaba de menos, eso es todo —respondo. « Ah, y anoche
te puse los cuernos» , añade mi subconsciente. Descarto esos pensamientos y
digo—: Pero, Noah, ¿puedes dejar de contarle a mi madre todo lo que hago? Me
incomoda mucho. Me encanta que os llevéis tan bien, pero me siento como una
niña cada vez que, básicamente, te chivas de mí.
Me siento aliviada al haberme quitado esa espinita.
—Tessa, lo siento muchísimo. Sólo estaba preocupado por ti. Te prometo que
no volveré a hacerlo. De verdad. —Me pasa el brazo sobre los hombros y me
besa la frente. Lo creo.
El resto del día transcurre mejor que la mañana, principalmente porque mi
madre me lleva a un salón de belleza, donde me escalan un poco el pelo. Sigo teniéndolo largo, pero el nuevo corte le da más volumen y ahora está mucho más
bonito. Noah me regala los oídos durante todo el trayecto de vuelta a la
residencia, y me siento genial. Me despido de ellos en la puerta y prometo una
vez más que me mantendré al menos a ciento cincuenta kilómetros de distancia
de cualquiera que lleve tatuajes. Cuando llego a mi cuarto, me siento algo
decepcionada al encontrarlo vacío, aunque no estoy segura de si esperaba ver a
Steph o a otra persona.
Ni siquiera me molesto en quitarme los zapatos cuando me tumbo en la
cama. Estoy demasiado agotada, y necesito descansar. Duermo durante toda la
noche y no me despierto hasta el mediodía. Al hacerlo, veo que Steph está
durmiendo en su cama. Salgo a comer y, cuando vuelvo, ya se ha ido. El lunes
por la mañana todavía no ha regresado, y empiezo a sentir una acuciante
necesidad de saber qué ha estado haciendo durante todo el fin de semana.