Andrea entró al oscuro laboratorio de John. Estaba encima de la gigantesca sala de experimentos done Aya y los otros científicos creaban sus artefactos de apoyo. Por alguna razón a él le entregaron ese piso, donde no entraba luz del sol y el aroma a encerrado era asfixiante. Las luces parpadeaban mostrando las malas condiciones de la instalación eléctrica de ese piso.
A simple vista el lugar parecía estar solo, habitado únicamente por experimentos abandonados en las mesas de trabajo. Robots, algunas sustancias viscosas y entre tanto alboroto, viejas revistas pornográficas de las cuales ya pocas había. Caminó un poco más, buscando a John por todos lados. Un fuerte golpe metálico la sorprendió. Del suelo salió una silla que la golpeó por la espalda obligándola a sentarse. La silla siguió un camino alrededor de las mesas de trabajo a una velocidad peligrosa. Andrea se aferró a los apoyos para no caer en las curvas. Sonidos nada agradables salían de debajo de ella, metal rompiéndose y por si fuera poco las risas de John aparecieron.
La silla se detuvo de golpe, correas metálicas saltaron a sus muñecas y la ataron. Se movió tratando de liberarse, pero fue inútil. Las luces se encendieron cegándole, estaba ciega y las risas se acercaban a ella. Música comenzó a escucharse, una melodía siniestra. Andrea volteaba a todos lados, pero no alcanzaba a ver a John.
—Has venido antes de lo que pensaba Andrea —decía el hombre a carcajadas—. Hola Andrea —bajó del techo en un salto—. Bienvenida a mi hogar —siguió diciendo con gracia— Hogar de males y gran...
—¡No cantes! —gritó la otra parando a John—. No cantes, por favor.
—¿Qué? —John la miro con confusión.
—Nada... —respondió la chica con su mejor cara de poker—. Solo... me asuste un poco.
—Eso es bueno —John hizo salir otra silla del piso—. Me alegra verte, Andrea —dijo al sentarse. Sorbió de su nariz y sonrió ampliamente—. Supongo que vienes aquí para hablar de mis chicos.
—Así es, tus chicos hicieron algo en contra de las reglas de la agencia —La chica recordó su enojo en ese momento. Apretó fuerte los puños.
—Lo sé, yo les pedí que lo hicieran —Andrea miró sorprendida a John, era un sínico que demostraba su desinterés.
—¿Por qué? ¿Por qué estás tan obstinado a hacerles daño?
—Andrea, Andrea, Andrea —El científico abrió sus brazos en lo alto—. Solo mira donde estoy. ¿Sabes cuál es mi reputación en la ASC? ¿Aun así preguntas porque lo hago?
—¿Tendría que saberlo? Yo ni siquiera te hice nada.
—Claro que lo hiciste —Andrea sintió asco y miedo en ese momento. John se le acercó demasiado. Evidenciando su falta de higiene bucal, y la locura, en sus ojos—. Por tu culpa y la de esa pelirroja es que yo estoy aquí —John se puso de pie y anduvo alrededor de ella. Se veía la tensión que su enojo causaba en su cuerpo—. Ustedes dos... arruinaron mi carrera cuando mataron a Angel.
John arrojó todo lo de una mesa al suelo. Andrea no apartó la mirada del hombre, pues ella hubiera hecho lo mismo. Apretó aún más los puños, sus uñas se clavaron profundo en sus manos. No soportaba ese recuerdo, de tener la culpa de la muerte de una de las personas más especiales en su vida. Bajó lentamente la mirada, tratando de no recordar ese día.
—Yo... Yo iba a ser famoso después de ese día. Tenía todo planeado... —John arrojó un frasco a una pared, reventándolo en pedazos—. Lo capturaría esa noche, mientras estuviera dormido y al traerlo aquí le cortaría las alas con mi invento —señaló un anillo metálico de gran tamaño al otro extremo de la habitación—. Yo descubriría la razón de su existir. Sería el científico que explicaría la existencia de los Dobles. ¡El más grande de ellos! —La gran euforia que estaba mostrando al hablar fue menguando al igual que su postura—. Entonces ustedes lo arruinaron todo.
—Eres un monstruo —Andrea le gritó enfurecida. ¿Cómo podía pensar en hacerle daño a Angel?—. Lo ibas a matar.
—La ciencia lo justifica todo —John volvió a tener su semblante ensombrecido—. Las respuestas es lo único que importa... pero a nadie le importas si no las tienes... Nadie te aprecia si fallas... Por eso estoy aquí... Solo... Y cuando recibí la oportunidad de formar un escuadrón no la iba a desaprovechar, decidí usarla para eliminar a las culpables de que yo esté aquí y a la agencia que me confinó a este lugar.
—No eres más que un científico mediocre —Andrea estaba molesta—. Solo culpas a otros de tus fracasos.
—Cierra la boca —Una correa metálica rodeó el cuello de Andrea. Estaba tan apretada que el aire comenzó a faltarle casi en un principio. Lanzó varias bocanadas tratando de jalarlo a sus pulmones, pero no pudo— Afloja —Enseguida la correa soltó, solo un poco, a Andrea— Mis fracasos son obra de ustedes... Las voy a eliminar, claro que lo haré, pero antes tendrán que ver como su mundo se desmorona. Haremos un viaje, Andrea. Creo que el querrá verte.
Una placa metálica le cubrió la boca a Andrea mientras la silla se iba inclinando. El suelo la cubrió mientras los rieles en los que iba la silla la llevaban peligrosamente a una salida secreta. Intentó pedir ayuda, pero era inútil ni siquiera ella escuchaba sus quejidos. La silla se detuvo, pasaron minutos de un claustrofóbico silencio, la respiración de Andrea era pesada, no podía respirar bien. Sus sentidos comenzaron a fallarle a causa de la falta de aire. Terminó desmayándose, esperando una luz que la sacara de esa oscuridad.
Pasaron algunas horas en las que las pesadillas no dejaron de hacerle daño a la chica. Recordando aquel día en el que trágicamente acabaron con la vida de un ser querido. El sentimiento de culpa inundaba su pecho, incluso entre sueños terminaba sollozando, haciendo que su captor se confundiera. Ella sabía que el pasado siempre le perseguiría, pero por más que luchara siempre terminaba llorando de aquella forma. Soñando con la angelical mirada de su difundo amigo y compañero, deseando tener su apoyo, que la abrazara con sus alas de paz.
Editado: 09.05.2022