ELEONOR
Nunca antes había vivido algo como aquello.
Esa pesadilla aún me tenía muy intranquila, a tal punto que ni siquiera lograba concentrarme en el comentario que me hacía mi padre mientras desayunábamos. Él hablaba sobre una noticia que había leído en el periódico en línea. Al parecer, una pareja de jóvenes que "caminaban" a altas horas de la noche por el bosque, habían visto un animal extraño que no eran capaces de identificar, al parecer, los chicos aún continuaban en shock ante la impresión. Por lo que, mi padre me pedía otra vez que tuviera cuidado.
—¿Te sientes bien, Eleonor? —cuestionó al ladear la cabeza para mirarme fijamente.
—Papá deja de mirarme de esa manera —contesté, desviando la mirada para evitar verlo directamente a los ojos—, sabes que me pongo nerviosa cada vez que me dedicas esa mirada.
—¿Cuál mirada?
—Esa —señalo sus ojos, los cuales me veían tan profundamente, a tal punto que querían traspasar mi cabeza—. Pareciera que estás leyendo mi mente.
Una pequeña sonrisa surca sus labios, él aleja la mirada y vuelve a concentrarse en el pan que tenía frente a él.
—Pareces nerviosa, tesoro. ¿Quieres contarle a tu viejo qué es lo que pasa contigo esta mañana?
—No dormí bien —confieso.
Lo cual era verdad; después de haber despertado sobresaltada por la pesadilla de las voces pidiendo auxilio, no había vuelto a pegar el ojo, pues en cuanto trataba de cerrarlos, las voces volvían inmediatamente. Admes se había quedado conmigo hasta el alba, solo había permanecido acariciando mi mano con su pulgar, sin decir una sola palabra. Él también se veía angustiado, como si no supiese lo que estuviera ocurriendo.
—Tuve una terrible pesadilla —continúo hablando ante la atenta mirada de mi padre—, habían muchas cárceles reducidas, y de adentro de cada una de ellas, alguien me hablaba pidiendo auxilio.
Mi padre continuó con su profundo escrutinio, había dejado el pan en el olvido, para así concentrarse en lo que le contaba. La duda cruzó su mirada, tal y como lo había visto en la mirada de Admes.
—No pude dormir después de eso.
—¿Es la primera vez que tienes ese tipo de pesadilla?
Asiento, a la vez que trato de alejar los mechones que caen por los costados de mi rostro.
Sentía mis ojos picar del cansancio que poseía, solo deseaba regresar a mi habitación para tratar de descansar, pero temía hacerlo y volver a lo mismo.
—Cariño, ¿Hay algo en especial que no me hayas contado?
Y otra vez estaba esa mirada; esa mirada que buscaba en mí algún atisbo de engaño. Me fue inevitable no sentirme sonrojada, puesto que, no había sido capaz de contarle que había comenzado a hablar con mi ángel de la guarda.
Comencé a jugar con los dedos de mis manos bajo la isla de la cocina, tratando de conseguir en mi interior las palabras correctas con las que debía de hablar.
—El día que se dañó tu vehículo... estuve a punto de morir atropellada —mascullo, elevando la mirada—. Hubiese muerto si Admes no se interpone entre el auto y yo.
Los ojos de mi padre amenazaban con salirse de sus orbitas ante tal sorpresa, incluso fui capaz de presenciar en ellos un atisbo de debilidad, era como si pensara que todo se había ido a la mierda.
—¿Por qué no me habías contado tal cosa?
—Porque no sucedió nada, y la verdad es que no quise asustarte.
Levanto los hombros, dejando salir un largo resoplido.
Mi padre se encuentra atónito, viendo hacia todos lados en la cocina, como si esperara a que alguien o algo apareciese de pronto.
—¿Y quién es Admes?
—Mi ángel de la guarda, ese es su nombre.
Mi padre frunce levemente las cejas, me mira ceñudo y después aparta su mirada. Lo miro tragar saliva con fuerza, conocía esa expresión, estaba molesto.
Pongo los ojos en blanco y dejo salir el aire que en un momento había contenido en mis pulmones. Odiaba la actitud que tomaba mi padre cuando se molestaba conmigo; él solía callar, ni siquiera se tomaba la molestia de llamarme la atención, diciéndome que lo que había hecho estaba mal.
Lo amaba con el alma, sí, pero eso no significaba que aplaudiría siempre sus actitudes.
—¿Otra vez no dirás nada, papá? —cuestiono, viéndolo con el ceño fruncido.
—Ya eres mayor de edad, Eleonor —susurra, bajando sus hombros con lentitud—. Tienes la edad suficiente para tomar tus propias decisiones.
—¿Qué quieres decir con eso? -indago, sin dejar de mirarlo—. ¿Te refieres al hecho de que he estado hablando con Admes?
—Debo de ir a reparar el auto al taller —señala, poniéndose de pie para levantar su desayuno, el cual ni siquiera había probado.
—¡Bien! —inquiero, sintiéndome molesta—. Trataré de dormir un rato, Phia viene en la tarde para que practiquemos ballet. Y en la noche iré a una fogata en la playa con mis compañeros.