Todo el asunto de la piñata; quedó en que fue el calor. Por lo que restaron importancia al tema. Vera no pudo agarrar nada de lo que había caído, pero había recibido un montón de regalos, los que fueron abiertos con ayuda de Amadeo, el esperaba ansioso que abriera el suyo.
Quedó fascinada, ante el par de patines blancos.
—Ahora vas a poder ir a patinar los sábados cuando yo entreno.
Terminaron de juntar todo, más el desastre que hicieron con los regalos y se fueron a casa a descansar.
Estaban sentados en la sala mientras la niña jugaba con sus juguetes nuevos, cuando sonó el teléfono, Dana lo observó no lo quería atender, se quejó antes y fue por él.
Puso cara de fastidio sin que la niña la viera, pero hablaba muy amable. Los presentes estaban atentos hasta que dirigió su mirada a Vera.
—Tus abuelos, quieren saludarte—dijo haciendo una mueca que hizo sonreír a la niña.
Vera habló con sus abuelos tranquila, solo asentía con palabras cortas “Ajam”, “sipi”, “bueno”. Solo habló para contarles que los papás de su mamá estaban con ella y de lo bien que pasó en su fiesta.
— ¿Acá?, ¿cuándo? —dijo Vera. Giró para ver a su tía.
Dana se quedó observándola, ya se imaginaba a que iban las preguntas.
—Chau abuela, yo también te quiero. —Colgó—. Dijo la abuela que vienen dentro de poco —habló sin mucho ánimo.
Dana se limitó a alzar las cejas y suspirar. Debía comenzar a armarse de paciencia.
Era hora de dormir, el día siguiente por ser domingo comerían en familia, pero esa vez en casa de ellas, sería Tom quien iría con sus padres.
Vera se colocó su collar antes de acostarse porque, claro, tenía que ir a vivir su otra vida <<cualquiera diría que estoy quedando bien loca>> pensaba mientras sonreía. Hizo lo de siempre, besó la foto y su abuelo le leyó un cuento -era una linda costumbre entre ellos- hasta que se quedó dormida.
***
Despertó, indudablemente en Gaiela, en el mismo jardín. Ya no temía, solo se levantó y observó. Estaba oscuro aún, miró al cielo negro mezclados con tonos violetas y pudo ver una gran figura roja que por alguna razón desconocida le daba escalofrío.
Miró a su alrededor y no vió a nadie, otra vez.
— ¿Hola?, ¡llegué!, ¿Elm?, ¿Kugo?, ¿alguien? —llamó, pero nadie apareció. Por lo que decidió caminar, hacia donde fueron la última vez. Se dirigía a una estrecha escalera cuando un estruendo que rompió el silencio profundo hizo que se detuviera. Seguido a eso escuchó gritos, pero no eran gritos de dolor, estaban acompañados de alegría y música.
Caminó ansiosa hacia un corredor tratando de salir a la calle, e ingresó a una sala de la casa que no conocía, donde se topó con dos enanos, a la enana ya la había visto.
Ambos se acercaron a ella con lentitud, como si temieran que ella le hiciera algo.
—Hola, soy Vera —dijo viendo la impresión en sus rostros.
—Oh, lo lamento. No la he reconocido —se disculpó la enana—permítame presentarme, me nombraron Izal —dijo con una sonrisa.
—Qué lindo nombre —comentó la niña, aliviada, extendiendo su mano pero no obtuvo respuesta.
— ¿Busca al señor Olbek?, si lo desea puedo acompañarla con sus cuidadores. —Se ofreció con amabilidad Izal.
Vera asintió con entusiasmo y le sonrió ampliamente.
— ¿Por qué eres amable con esa? —preguntó bajito el enano que no participó en la conversación.
—Es invitada del señor y no debemos cuestionar la elección de sus amistades —dijo la enana con enfado—, no te atrevas a destratarla.
La enana desapareció de su vista y volvió al rato, Vera estuvo incomoda durante su ausencia, ante la mirada reprobatoria de la criatura que no dejaba de verla.
—Ven ponte esto, hay una multitud fuera —dijo ofreciéndole un largo vestido con capucha, muy delicado de color oliva.
— ¿Tú sabes que yo...? —No llegó a terminar la pregunta.
—Claro, el señor me lo ha dicho. Sabemos que está hospedada en la mansión Werban y es todo lo que debemos saber —dijo mientras la ayudaba con el atuendo.
Vera se sintió aliviada, eso quería decir que los empleados de Elm no le harían nada malo.
— ¿Dónde están todos?, —preguntó la niña mirando hacia distintas direcciones— ¿y de dónde viene la música?
—Las casas están vacías porque es el cuarto día del astro Vrel. Es tradición aquí que los habitantes ayunen durante el día, terminado el ayuno inicia el festival del nuevo periodo, que dura hasta finalizar el día de mañana para dar inicio al ciclo lunar de Atif. Apresúrate, te gustará —explicaba concentrada en el cabello de Vera— se queman cosas viejas o rotas, para ahogar el fracaso, la desdicha y la infelicidad.
—El astro que dijiste ¿es ese rojo que está en el cielo? —preguntó mientras acomodaba su cabello dentro de la capucha.