6 de agosto de 2001
Para vos:
Hola. Soy yo Gabriela, otra vez. Pero esta vez estoy consciente de que tal vez esta carta no llegue nunca a tus manos. De ser así, me servirá para recordar, si algún día lo olvido por qué estoy acá y no con vos.
Me gustaría que me creyeras cuando te digo que no fue mi culpa, creí que cada una de las cosas que hacía, las hacía por un bien, jamás pensé fuera a causar todo esto. Escribo porque necesito sacar algunas cosas para poder seguir con mi vida. La verdad, te entiendo, entiendo tu enojo, si es que estás enojado conmigo, pero hay seres que embarraron el camino, en los que no podíamos confiar. Y lo hicimos.
No puedo regresar, jamás. Eso a estas alturas ya deberías saberlo. De verdad lamento lo que pasó, fue un gasto excesivo de tiempo y energía, pero tenía que ver con mis propios ojos. Espero todo el esfuerzo no haya sido totalmente en vano.
Hoy tengo a nuestra hija en mi vientre y estamos tan lejanos, me gustaría que sepas que no te odio, y confió en que tampoco me odias a mí, al contrario, mi amor es real. En cuanto a la beba, no sé si debería hablarle de vos cuando crezca. Lo dudo. Porque seguramente nunca te conozca.
Seguro pensás que soy masoquista. Y tal vez lo sea. Yo no sé si Luis me ama, pero al parecer me quiere y quiere a la beba. Eso me pone feliz, espero puedas serlo vos también. Siempre te recordaré.
Que los espíritus guíen siempre tus caminos,
(Sé que serían tus deseos para mí también)
Eternamente tuya…Gabriela.
Cuando terminó de leerla estaba realmente sorprendida ¿Quién era ese a quien se dirigía su madre? desde luego era su verdadero padre, pero cuál era su nombre. Había tan poca información. Decía mucho y nada al mismo tiempo, había tanto escrito en código ahí que la fastidiaba. Lo único de lo que estaba segura, es de que era hija de “ese” y que en Gaiela no le estaban mintiendo, le quedó claro con el saludo al pie de la carta. Al final, todo era verdad. No podía llorar, simplemente no le salía, no tuvo una relación de hija y padre que recordara con Luis como para lamentar lo sucedido. Si le molestaba el no saber quién era en realidad. Y que nadie en su casa lo supiera.
¿Quiénes eran esos seres que mencionaba en la carta? Alguien los engañó o les hizo algo malo. Ella necesitaba saber más, pero a la vez temía lo que fuera a descubrir.
Un poco desilusionada y aliviada a la vez, guardó las cartas y bajó a merendar. Más tarde saldría con sus abuelos.
Dana le preguntó dónde estaba cuando vio aparecer a la niña con los ojos un poco rojos. Vera le dijo que estuvo durmiendo y se sentó a devorar la merienda.
—Nena si seguís durmiendo y comiendo así vas a terminar gordísima—habló la abuela que estaba sentada mirando la televisión.
Dana suspiró otra vez, ya eran bastantes suspiros para un solo día, y todo para no responder las acotaciones innecesarias que hacía Antonia.
Estaba anocheciendo y tenía que aprontar a la niña para que vaya con los Rinaldi. No quería que Vera pasara mucho tiempo a solas con sus abuelos, con su abuela más que nada. Pero se veían muy poco, no habría de qué preocuparse, además, conociendo a la mujer no haría el ridículo en público.
Fueron a cenar a un restaurant, comieron tranquilos para variar. Apenas terminaron el postre, comenzó a llover, pagaron y se dirigieron a la casa antes de que empeorara, puesto que solía granizar y no querían que se estropeara el auto.
Con la noche lluviosa, Vera se encontraba sentada en el sofá, con Caramelo a su lado, observando por la ventana como caía y aumentaba la lluvia, estaba muy pensativa, pero sus pensamientos no la mantenían aislada de la conversación entre Dana y Antonia.
— Cuando vine la vez pasada no vi esto— Le dijo Antonia, señalando las fotos en la pared.
— Son nuevos y hace mucho que no vienen— explicó Dana.
—Claro—dijo restándole importancia al comentario— Pero ¡decime si no era hermoso mi Luisito! Y esta nena está cada vez más grande y nada que ver con él— Vera ante las palabras de Antonia la miró con asombro, vino a su mente la carta. Dana pudo notar la expresión de su sobrina y contestó:
—Viniendo de su abuela deja mucho que desear en estos momentos, tu nieta está ahí—dijo enojada señalando a la niña.
—Ay por favor querida. No soy solo yo ¡todos me dicen lo mismo! Y además esos ojos que vaya a saber de dónde salieron.
—Pero ¿Qué te pasa? Me importa un carajo lo que digan los demás ¡vos sos la abuela! Venís cuando se te canta y encima la insultas en nuestra casa.