XXII. Sangre
El silencio incomodo se hizo dueño y señor de la sala, como la calma antes de la tormenta. Vera sabía que en cualquier momento iniciarían con el interrogatorio o, bien, el sermón, lo que la tenía muy inquieta. La sensación de sorpresa al conocer a la hermana de su protectora y la adrenalina de la situación anterior ya se había desvanecido, como si nunca los hubiera sentido. Pero no podía evitar sentir la ansiedad y el miedo devorándola en cada segundo que transcurría por lo que venía.
Suspiró tratando de apaciguar su acelerado corazón, balanceaba sus pies de un lado al otro producto del nerviosismo. Las palabras de Aryan la habían afectado más de lo que pensó y se sentía verdaderamente culpable de lo sucedido, Enid tenía razón; era una malcriada egoísta.
<< ¿Podrían haberse enojado al grado de prohibirme regresar?>> pensaba.
Tenía que parar, no debería seguir imaginando supuestos, ellos no serían tan extremistas al grado de prohibirle tal cosa cuando ella buscaba a su padre. Su confundida cabecita estaba por estallar de tanto pensar y suponer. Debían iniciar de una vez y dejar de jugar con sus nervios, fuera cual fuera el resultado.
— ¡Eres increíble! ¿Eres consciente del peligro al que te has expuesto y a nosotros de igual manera? —dijo enojada e indignada Enid, apenas ingresó a la habitación, rompiendo el silencio.
Nadie se atrevió a detenerla, se veía realmente furiosa.
—Eres egoísta, caprichosa y testaruda. Te he dicho que no regresaras jamás y lo primero que haces es ir directamente a Xurya. Agradece que estemos todos bien y no haya pasado a mayores.
— ¡Enid!—gritó Abbot en cuanto dijo todo.
Nadie había notado el “regresaras” en la oración de Enid. Estaban tan asombrados, con lo sucedido, y desconcertados que no estaban poniendo total atención a cada palabra.
—Está bien Abbot, ella tiene razón—dijo Vera, sin intención de causar lástima, realmente se sentía apenada.
—Claro que la tengo—dijo Enid que sostenía su mirada en la niña.
—Perdón, sé que no es suficiente pero yo de verdad lo siento—lloró Vera que consiguió soltar el nudo en que oprimía su garganta.
—Tranquilízate, este no es momento de llorar. Es necesario que recapacites en lo que has hecho—dijo Nadín que trataba de mantener su serenidad, pero el asunto en sí y la presencia de hermana no le permitían.
La niña se acercó y tomó las suaves manos de Elm, las lágrimas no cesaban aunque trataba de detenerlas, al mismo tiempo sentía la culpa carcomerla.
—Perdóname yo no quería meterte en problemas Elm—alcanzó a decir—a nadie. Solo quería…—dijo y comenzó a llorar.
Elm soltó un hondo suspiro antes de disculparla. Bajo la atenta mirada de Saba Farz que estaba aun con ellos, Elm la había invitado a pasar para agradecerle su intervención, ella veía y escuchaba todo sin decir una palabra, parecía no entender de qué hablaban.
— ¿Puedo preguntar algo? —dijo Vera. Las palabras salían entrecortadas por el llanto.
Ellos asintieron— ¿Por qué no puedo ir a Edróm?, ¿por qué si él quiere matarme no lo hizo? Yo no le hice nada y no tengo nada suyo ¿por qué me haría daño?—preguntó.
Ansiaba saber, aunque no podía negar que temía la respuesta.
Nadie decía nada, solo se miraban entre ellos.
—Ya me he cansado de esto—dijo Enid parándose y les contó que ella llevó a Vera a Edróm guiándose por el illué que la niña llevaba consigo.
Una expresión de sorpresa era compartida por todos incluida Saba. Enid continuó contándoles que mediante tal hallaron el Lumario de la familia de Vera. Por supuesto todos querían saber, pero no estaban preparados para escuchar lo que Enid tenía que decir.
—El Lumario...—dijo haciendo una incómoda pausa, pues no sabía cómo acomodar las palabras, para que sonaran más suaves.
— ¡Habla Enid!—exigió Abbot.
— El Lumario pertenece a la casa Davengor—dijo y todos quedaron sorprendidos y horrorizados.
Vera no entendía nada, solo veía la expresión de sus rostros que la hacían sentir peor aún. Antes de sacar conclusiones; suplicó una explicación. Nadín le explicó lo que para ellos era lógico (gracias al illué) e increíble y en resumen: una pesadilla. Vera no podía creer lo que escuchaba.
— ¿Tienes certeza de ello Enid?—preguntó Elm.
—Su gema se vigorizó y ni siquiera se situó correctamente—respondió—Zironc es su familia. Por ello el protector, quien se lo dio sabía quién era ella. Y él lo sabe, él sabe que estuvo ahí, desde luego tuvo que darse cuenta de que alguien estuvo en su Lumario. Lo siento debí decirlo antes pero nunca creí que ella haría algo semejante.
<<Eso quiere decir que el enano del circo, no era un desconocido, ¿él sabrá todo de mí? >> pensaba Vera bastante perturbada por idea.
— ¿Por qué nos lo dices hasta ahora? —preguntó Abbot a los gritos, enojado con su hermana—seguramente ese espía la sigue desde entonces y no lo sabíamos, solo la has puesto en peligro ¿es que no piensas?, ¡eres una inconsciente! O ¿acaso trabajas para él?, ¿te has unido a él? Tu…
— ¡Abbot basta! —dijo Nadín ante las palabras del elfo— ¿cómo te atreves? son serias acusaciones, ¡mide tus palabras! —exclamó sorprendida de las palabras de Abbot—Saba deberíamos irnos ya—dijo muy seria a su hermana.
— ¡No soportaré esto Abbot! Gracias a mi tienen más información de la que tenían hasta ahora pero solo me señalas y culpas como siempre. Nunca confías en mi—dijo Enid que salió ofendida y dolida por la desconfianza de su hermano, aunque estaba casi segura de que todos pensaban lo mismo que él, pero no se atrevían a decirlo.
Quienes aún estaban presentes, permanecieron en silencio. No querían incitar una riña de hermanos que acabara en desgracia.