XXIV. Encuentros Inesperados
Vera despertó sobresaltada, desorientada por la brusquedad de su despertar. No reconocía el entorno que la rodeaba; Definitivamente, no estaba en Werban. Un extraño aroma impregnaba el aire, provocándole una sensación de mareo. Con precaución, se incorporó y escudriñó su entorno con detenimiento. El paisaje que se extendía ante ella era completamente ajeno, dominado por una vegetación de tonos oscuros: negros, violetas y otros matices desconocidos que teñían la escena de una belleza siniestra e impactante.
A pesar de la extrañeza del lugar, no pudo evitar maravillarse por la singularidad de aquel entorno. En el centro de aquel terreno desconocido se encontraba un lago, cuyas aguas, aunque atractivas, desprendían un aura espeluznante. Un oleaje arabesco adornaba la superficie, contribuyendo a la peculiaridad del paisaje. Sin embargo, lo más inquietante de todo era el silencio que imperaba a su alrededor: un silencio sepulcral que, aunque abrasador, solo duró un fugaz momento.
La tranquilidad fue abruptamente interrumpida por un sonido que rompió la monotonía del lugar, alertando a Vera. Rápidamente se ocultó detrás de un arbusto de tonalidad oscura, desde donde pudo observar a dos criaturas desconocidas, identificadas como Kuranas, que cazaban diminutos insectos y extraían pequeñas bolsitas de sus bocas con destreza.
La escena despertó la curiosidad y la cautela en Vera. ¿Dónde se encontraba? ¿Por qué estaban recolectando esos diminutos seres? Mientras permanecía oculta, comenzó a formular preguntas en su mente, consciente de que había ingresado a un lugar totalmente distinto a Werban.
— ¿Pero qué están haciendo? —exclamó finalmente Vera, aunque su voz no pudo evitar temblar ante la incertidumbre que la embargaba. No obstante, eligió pronunciar sus palabras lo suficientemente alto como para que fueran escuchadas.
La desesperación la envolvió cuando los dos Kuranas giraron en su dirección, sus miradas fijas en ella. No obstante, decidió mantener la calma y se reveló ante ellos con gesto apacible.
—Hola —pronunció, aún con un dejo de temor en su voz—. Soy Vera, no represento amenaza alguna. De hecho, soy como ustedes. Por favor no digan a nadie que me vieron.
Uno de los Kuranas, con una expresión de sorpresa y cierta desconfianza, se dirigió a ella. — ¿Vera?, ¿eres tú la responsable de todo esto?, ¿eres la humana? —inquirió, dejando entrever una mezcla de curiosidad y preocupación en su tono.
Ella no estaba segura de qué había causado, pero asintió y les suplicó que callaran. Ellos huyeron pues temían que les sucediera algo si los veían en su compañía.
Inhaló profundamente, fortaleciéndose con determinación antes de aventurarse fuera de la espesa selva. Los sonidos que emergieron de entre los árboles no eran precisamente alentadores, pero Vera decidió enfrentar lo desconocido. Con pasos cautelosos, exploró el entorno, sintiendo una vaga familiaridad en el aire.
Mientras se acercaba a la entrada de la selva, algo captó su atención: su piedra, medio cubierta de suciedad, reposaba en el suelo. Surgió en ella una mezcla de emociones, preguntándose quién o qué la había dejado allí ¿o era una trampa? Sus recuerdos inmediatos la llevaban a ver a Kugo con el ojo en la mano. No pudo evitar que un escalofrío se apoderara de ella al recordar los sucesos de su última estadía en Werban.
Sentía algo de preocupación por Elm, los sentimientos hacia él eran confusos. Y en lo que respecta a Saba, la urgencia de enfrentar la verdad y confesar a Nadín que su propia hermana había sido responsable de la tragedia de la pequeña, pesaba como una carga en su corazón.
Tomó la piedra y comenzó a correr, no sabía en qué dirección ir. Estaba perdida. Sin embargo, sus pasos se detuvieron bruscamente cuando chocó contra alguien con firmeza. Un grito escapó de sus labios, pero antes de que pudiera caer al suelo, la mano de la persona que la había detenido se aferró a su brazo. Al alzar la mirada, Vera se encontró con un rostro familiar.
— ¡Zen! ¿Cómo? —dijo Vera que no podía formular una oración.
— Vera ¿Qué ha sucedido? ¿Qué haces aquí?—indagó su instructor al verla tan desesperada corriendo por Edróm.
Vera le contó todo lo sucedido, todo. Zen ya sabía lo sucedido con Elm, pero respecto a lo otro estaba confundido, en parte siempre supo del peligro que acechaba a Vera por ser humana y demás, pero nunca imaginó que Zironc un Xux puro tendría una heredera zocfria. ¿Sería posible que el representante de Davengor desconociera el origen de la humana y se lo ocultó por vergüenza?
—Debes ayudarme por favor. Perdóname si has tenido problemas por mi culpa al llevarme a Xurya, pero de verdad necesito que alguien me ayude y tú eres el único... —suplicaba la niña. Y se lamentaba no saber que despertaría allí.
Ella pidió ir con él, pero él le afirmó que no era seguro, no tenía a donde llevarla, y en Gozik, sin duda, la reportarían. Vera expresó su inquietud y temor ante la idea de quedarse sola en aquel desconcertante lugar, mencionando la posible aparición de clanes y evidenciando el miedo que le infundían.
Él le prometió que buscaría a sus protectores, la verdad era que verla así le recordó a él cuando tenía más o menos su edad. No le era grato recordar, pero creía que la soledad y angustia que ella estaría sintiendo en ese momento era muy semejante a su desolación por aquellos años cuando temía lo que podían llegar a hacer con él. En cambio sumado al sentimiento recordado se agregaba el modo tan siniestro que utilizó al hablar de los clanes, revelando su ignorancia total sobre la verdadera riqueza y la manipulación histórica que rodeaba tanto a esos clanes como a su propio pasado.