Agrio y Dulce Amor

Capítulo 20. Los susurros del pecho

Los susurros del pecho

¿Por qué tanta necesidad en buscar a alguien?

¿Por qué?

Venimos a este mundo solos

Y así mismo nos iremos, ¿no?

Gabriela

Había encontrado a la persona que más amaba con todo mi ser, con la que debía vivir mil experiencias, con la que deseaba compartir cada segundo de mi vida; la había encontrado a ella.

Y si hay otras vidas, también quiero vivirlas a su lado, porque cuando se trata de ella, una sola no me basta, una no es suficiente para poder demostrarle todo lo que siento con un solo toque de su piel, con una sola mirada o con su sonrisa, radiante y enérgica. En esta vida la amaría todo lo que podría y en las otras me encargaría de buscarla y amarla mucho más…”.

Un hueco se abrió en mi pecho en cuanto cerré el libro, un rio de desilusión y tristeza se empezó a filtrar por ahí hasta subir a mis ojos y escurrir agua indeseada, tibia y desolada. Por más que intenté no terminar el libro —leyendo páginas viejas, releyendo escenas que me encantaron, quedándome de más en las ilustraciones—, como siempre que leía un libro… debía acabar.

Como todo, siempre había un final.

No sé si yo era la única persona a la que le costaba terminar un libro, a la que le costaba dejar a sus personajes a la deriva de un «después de la historia inexistente». Dolía dejarlos a la deriva de mi imaginación luego de que me causaron tanto. Me sentía desagradecida con ellos. Esto es lo único que odiaba de leer. Tener que abandonar a los personajes.

Es como si mis dedos se rehusaran a seguir pasando páginas cuando sabía que la historia ya estaba por terminar. Porque sabía que después de cerrar el libro en su totalidad algo dentro de mí se rompía. Justo como ahora. Sea un final feliz o un final triste. Era un final. Y como los «cambios» los finales también me asustaban.

Me ponía tan nostálgica ver películas de amor, ver parejas en la calle, todo lo que tuviera que ver con la palabra de cuatro letras. En especial leer libros. Me sentía la protagonista de la historia, como si el personaje me dedicara todo a mí y cuando volvía a la realidad, cuando cerraba el libro, ahí me daba cuenta de que nada de eso era real…

Es como si me partieran el pecho en dos, especialmente cuando narraban un amor casi imposible. Leer como los protagonistas luchaban el uno por el otro de una forma desesperada, consecuencia de ese amor que ambos sienten, ser testigo de eso era fascinante y doloroso. Aunque fuera ficticio era algo hermoso y nostálgico en partes iguales. Me daba mucha tristeza ver que hay tanto amor lindo y yo… no tengo nada… ni a nadie.

No creo que necesite de eso para ser feliz, pero pienso que esa es la mejor parte de la vida, dar y recibir lo más lindo de ella: El amor.

¿O no?

Lo único que yo pedía era un amor como en los libros. Un amor puro, que solo tuvieran ojos para mí, sin preocuparme porque me vayan a romper el corazón, porque estaría segura del amor y deseo que tendría esa persona puesta en mí. Pero en la realidad eso… no existía. Estaba pidiendo algo imposible. Yo lo sabía. Y por eso dolía.

Las cortinas se movieron con brusquedad. Octubre había empezado a acariciar el aire. Y nada había cambiado, todo seguía igual. Clases y más clases. Me daba la impresión de que Kiara y Gael se habían acercado más. Ethan mantenía su ceño arrugado y sus labios en una línea recta, como siempre. Yo había mejorado mis notas en matemáticas. Mi papá aún seguía molestándome con escoger la universidad, y esas chicas rubias aún me miraban como si me quisieran arrancar los ojos.

Creo que sí, todo seguía igual, bueno, excepto porque en los últimos días no había dormido bien, siempre estaba pensando en…

Dejé el libro encima de mi cama y fui al baño, no supe en qué momento la tibieza del agua escurrir por mis ojos mojó mis mejillas. Nostalgia de saber que yo nunca sería amada de un modo tan lindo como en los libros. Porque era la chica rara y complicada.

Vislumbré mi reflejo en el espejo. Sellé los ojos por ver mi semblante caído. Me veía cansada. No había podido dormir bien los últimos días por estar pensando en el encuentro que tuve con Ethan en frente de mi casa, ese día duré casi toda la noche sonriendo como estúpida. Cada vez que lo tenía tan cerca despertaba cosas en mí que nunca había sentido.

Eso me aterraba al punto de que me ponía a temblar el corazón, porque a mí nunca me había gustado nadie. En mi anterior escuela nadie creía que eso fuera cierto, y los que me creían me decían que era rara o en su defecto me preguntan si era lesbiana, o ni si quiera preguntaban, lo afirmaban, como una burla.

También tenía el descuido de dejar la puerta del balcón abierta por lo que no sé si era el viento, pero al despertar siempre estaba un poco más abierta o incluso algunas cosas de mi escritorio se movían de lugar. Prefería pensar que era el viento a que fuera un fantasma. El caso es que esa era otra de las razones por las que no podía conciliar el sueño.

Metí a mi boca un puñado de bolitas de colores. Ni eso me quitó el amargor del pecho. Volví a mi cama y en eso entró mi mamá.

Su sonrisa desapareció en cuanto vio mis ojos, desafortunadamente para mí, era inevitable que no se notara cuando tenía un mal día o cuando lloraba. En mi rostro la tristeza siempre era palpable, y por más intentos que hiciera por ocultarlo, no podía.



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En el texto hay: amorodio, escolar, juventud y amor

Editado: 01.12.2024

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