Agua y Aceite

*********

     Desperté de bastante buen humor. Incluso me descubrí tarareando una de las canciones que Alex llevaba en el auto el día de ayer.

     Salí y llamé a mi acompañante, pero no respondía, creí no estaba porque al asomarme para ver si se veía el auto comprobé que no. Últimamente estaba ausentándose en las mañanas, pero no iba a preguntarle qué era lo que hacía porque no estaba dispuesta a aguantar su carácter del demonio, que vaya donde tenga que ir.

     No sabía si él iba a traerme algo para desayunar, pero como lo he dicho miles de veces: no me gusta depender de él y estar a expensas de si se va a acordar de mi o no. Aunque paradójicamente al tomar las cosas que él había comprado, básicamente estaba dependiendo de él, pero esa era otra historia. Tomé un par de bolillos, los partí a la mitad, los unté de mantequilla y los puse al fuego a tostar. Mi boca se llenó de saliva y estaba ansiosa por que estuvieran ya en mi estómago. Cuando los tuve en mi plato los bañé con azúcar, y ahora si no perdoné ni una migaja, devoré hasta el último bocado.

     Caminé de aquí para allá. Incluso hice un poco de aseo en la casa que estaba hecha un desastre, pero llegó el momento en que el aburrimiento se apoderó de mí. En ese lugar no había nada que hacer, todo era monótono, aburrido, sin alguna variante en el ambiente. Nunca ocurría nada fuera del cantar de los pájaros y el mover de las hojas con el aire, y aunque Alex no tendía a regresar tan temprano ya había tardado. Yo ya no sabía que más hacer para distraerme. Incluso otra cosa con la que él me trataba como niña pequeña, era el tenerme prohibido ver televisión, como si fuera a ver cosas indebidas, y para estar seguro que no lo hiciera, desconectaba el cable que alimentaba de electricidad al aparato, y lo escondía sólo él sabía dónde. Pero yo no quería ver televisión, yo deseaba tener algo que hacer, no me gustaba estar como un parásito acostada todo el día.

      También debo confesar que no me gustaba tener la mente desocupada porque me surgían dudas existenciales que me alteraban. Incluso era tan absurda, que me perturbaba saber qué pasaría si el planeta se saliera de su órbita y se estrellara contra el sol, si bien nos iba. Porque si giraba en medio del espacio mi fantasía se imaginaba varios escenarios. Uno era que: nos congelábamos y moríamos, pero no sin antes sufrir de los fríos más crudos que nadie ha sentido. Dos; la gravedad no sería la misma y andaríamos todos flotando como en la luna chocando unos contra otros como autos que no tienen frenos. O simplemente un asteroide coincidía con nosotros e inclementemente nos atacaba destruyendo lo que laguna vez conocimos como vida humana. Lo único que tenía certeza era que, si alguien supiera lo que había en mi cabeza se moriría de risa, y más poniendo en cuenta que mis teorías estaban basadas en la ignorancia, porque evidentemente no soy una científica, física ni nada por el sentido para saber qué era lo que pasaría si el planeta se saliera de su órbita. Es más, no sabía si la tierra podía salirse de su órbita, y al sumarse esa duda mi estrés aumentaba. No iba a permitirme estar en esa situación. Alex ya se había tardado demasiado y no iba a consentir que más pensamientos tóxicos acabaran con mi tranquilidad. Iba a salir a caminar y a donde el destino me llevara, como a la casa de Alex2 por ejemplo.



#2016 en Joven Adulto
#12320 en Novela romántica

En el texto hay: romance, drama

Editado: 06.10.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.