Capítulo 19: Por eso imagino una vida contigo, actuando como lo que para mí es una familia
Ya para mí es normal que la manada de Imri se meta en un problema tras otro. Creo que no ha habido un momento en el que haya ido para allá y que todo transcurra en un ambiente pacífico. Siempre se arma un problema que va escalando de intensidad a medida que pasan las horas y es medio cansón, creo que para incluso los alfas, lo es.
Aunque, admito que es más fácil ser la espectadora de los problemas de los demás en vez de hacerme cargo de los míos. Con razón existe tanta gente chismosa, las entiendo; la vida de los demás se ve más sencilla en comparación a la nuestra.
¿Y ahora? Otro lío más.
Ra estaba negado a irse con nosotros, lo que provocó que el niño empezara una rabieta a mitad de camino y se bajara de los brazos de su papá. En estos momentos, Imri va con indiferencia, en lo que el pequeño está caminando detrás de nosotros. Lleva así como quince minutos y ay cielos, no he dejado de mirarlo cada diez segundos.
Tan chiquito y con una personalidad tan fuerte. Ya veo que cuando crezca, heredará el temperamento del papá.
—Imri— susurro para que el niño no escuche mis intentos de convencerlo. Soy consciente de que a los papás no les gusta que le quiten «autoridad» enfrente de sus retoños. No sé si él sea así, pero es mejor prevenir —¿Por qué no lo dejaste con la manada, y, en cambio, lo estás obligando a venir con nosotros?
—Pues porque no, lo quiero conmigo— no me parece una respuesta muy enriquecedora que digamos —No puedo cumplirle todos los caprichos, hay veces en las que le tengo que decir «No», esta es una de ellas.
Umh, no pienso que esto se trate de un capricho. Ra en serio no quiere venir con nosotros.
—Ay— no me gusta ver al niño así.
—¿Qué? ¿Todavía no quieres que te cargue?—Imri frenó mirando hacia atrás. Ra, de inmediato, se tiró al suelo como una señal de protesta —Oh, claro. La escenita del suelo— achica los ojos —Ra, ya te dije que te traeré después.
—¡Yo no quielo pa’llá!
Vaya. No había presenciado una rabieta de Ra y guao…
Es como la de todos los niños.
Mi lobito, además de desplomarse en el suelo, empezó a rodar por la tierra y patalear sin parar. Sin mencionar sus incontrolables chillidos que repetían la misma frase una y otra vez: «Yo me quielo queda’ ‘qui».
—¡Papi malo!— de acuerdo, eso es nuevo. Él dijo eso entre lágrimas.
—Así que soy malo— levanta la ceja con desaprobación —Ra, sabes que tus gritos no funcionan conmigo. No es no.
—Ay, bebé. Párate del suelo— voy hacia donde está poniéndome de cuclillas enfrente suyo —Ensuciaste el abriguito que con tanto amor te compré— era mi favorito.
—¡Oooh!— ¿Por qué será que cuando los niños lloran desplazan tanto la O? —Mami La, también mala, ooh.
¿Qué?
¡¿Qué?!
¡Él puede opinar eso de Imri, pero no de mí! ¡¿Cómo que soy mala?! ¡¿Yo?!
—¡Pero si no he hecho nada!— no es justo que me diga eso, más ahora que he estado sensible.
—No le hagas caso— me indica Imri, pero ya es demasiado tarde. ¡Ra me hirió con sus crueles palabras! —A ver, vamos. No perdamos más tiempo— dice acercándose. Él carga a su hijo por las malas, mientras que el niño grita agitando las manos —¡Estate quieto!— se le está acabando la paciencia.
—¡Aah!
—¡Nos iremos quieras o no quieras y si sigues así, no volveremos nunca!
Se calló.
En pocos minutos observé tres etapas en Ra:
Primero se tiró al suelo, luego pataleó gritando, y ahora está pasando por la que, desde mi punto de vista, es la peor: el llanto.
El camino devuelta a mi apartamento fue embarrado con el llanto incesante de Ra, quien pasado el rato guardó silencio con los ojos llorosos. Al llegar y abrir la puerta, el niño se transformó saliendo de los brazos de su papá y se fue corriendo a mi cuarto, metiéndose debajo de la cama.
Como Imri aprendió a pedir comida por sí mismo, el hombre se acostó en el sofá y mandó a que trajeran el pollo frito que, anteriormente, le prometí. Cuando este llegó, ni siquiera el fuerte aroma de la comida hizo que el pequeño saliera de su tan obvio escondite.
Estoy sorprendida por su frialdad. Él, con toda la calma del mundo, se sentó en la mesa de comedor y empezó a devorar el pollo como si no hubiera comido hoy. Porque, oh, claro; Imri no ha comido hoy.
Ya quiero saber qué hará cuando le agarre una gastritis. Es más, creo que debí obligarlo a que se coma la avena. No puede ser que se haya pasado el día entero sin comer nada hasta ahora, ¿será que ser lobo le da más resistencia? Tendré que investigarlo en el tan confiable Internet.
Para mí que es por eso que tenía más prisa por salir del bosque.
—Ay, amorcito— entro al cuarto para ver si consigo que Ra salga de la oscuridad. Al agacharme, veo que todavía está convertido en lobo, hecho bolita en el suelo —Compramos pollo, ¿no quieres pollo, eh? ¡Pollo rico, superrico!
—No— retoma su apariencia humanoide.
—¿Seguro? Está delicioso— ni siquiera lo he probado.
—Yo no quielo ‘ta ‘quí— y ahí va de nuevo —Bo’que.
—Te vamos a llevar pronto.
¿Y ahora qué le digo para que salga? No me gusta verlo así de triste.
—Lali— pronuncia el nombre de la mujer. Que no me diga que a ella se debe su melancolía —Yo quielo a mami Lali.
¿Mami, quién?
«¿Cómo pudiste olvidarme? ¡Era a mí a quien le decías “mami”!».
Ahora es que esas palabras recobran sentido para mí.
¡Ra ya no me quiere!
—¿Y yo?— no puede ser que ruegue tanto por el cariño de alguien —¿Yo que soy?
—¿Eh?
Toda esta situación me parece frustrante. Lo que no tuve que vivir con Eveling, lo vivo con Larimar, a quien nada más le falta haber tenido alguna relación amorosa con Imri para consagrarse como la mamá definitiva de Ra.