[Capítulo 8]
{Aiden}
Leah se había quedado en casa, muy feliz de ver aquel regalo que tía Amelia dejó para ella, tenía muchas ganas de estar a su lado en aquel momento, pero no lo consideré correcto y decidí darle su espacio. Más después de notar que cuando estaba cerca de ella sentía cosas extrañas y despegarme de su lado se estaba convirtiendo en algo difícil de hacer; el día anterior la pasamos de lo mejor y en el desayuno cuando Lee-Ang mostró aquella foto me hizo transportarme a tiempos pasados y recordar una etapa de mi vida que me avergonzaba y guardaba solo para mí: justo cuando mi prima cambió de una niña a mujer.
Cuando me llamó para decirme que tenía muchas cosas que confesarme mi pecho se presionó con fuerzas y solo pensé en que me diría algo de ese tal Taboo, no creía estar preparado para que me soltara verdades que con seguridad se cagarían en mi vida, pero ser curioso no era bueno y ahí iba… después de inventarle una excusa a todos.
Oír a mi pequeña casi a punto de romper en llanto me plantó una incomodidad que odiaba, deduje que ese imbécil de Taboo tenía algo que ver y si lo comprobaba, entonces iba a obligar a Leah a que me dijera quien era y ese tipo me conocería de una vez por todas y mi prima no iba a poder entrometerse en ello.
— ¿Dime que lo que vas a decirme no me hará matar a nadie? — le pregunté cuando llegué a su casa, estaba esperándome afuera con sus hombros caídos, sus ojos hinchados y su nariz roja. Aun así se seguía viendo hermosa y lo único que le hacía falta para verse perfecta era una sonrisa que prometí provocar pronto.
— Calma y solo sácame de aquí, Aiden. Por favor — suplicó. Quise negarme, pero sus ganas de derrumbarse ahí mismo me lo impidieron.
— Bien, vamos — dije y se subió al coche de inmediato.
Mi pequeña tenía muchos planes para esa noche, se quedó toda ilusionada, iluminando el camino cada vez que daba un paso y en ese instante estaba más apagada que una lámpara con bombillo quemado y me enfurecía no saber la razón.
Me enfurecía intuir que ese tipo que desconocía era quien la entristecía y también el único capaz de hacerla sonreír de nuevo.
— Llévame al acantilado del amor — pidió cuando ya íbamos de camino.
— No querrás suicidarte tirándote de allí ¿Cierto? — dije juguetón solo para hacerla sonreír.
— Idiota — bufó conteniendo una sonrisa.
— ¿Pasamos por unas cervezas? Aprovechemos que tengo veintiuno y no me niegan las bebidas — propuse, tal vez eso no era un buen ejemplo y trataba de evitar las bebidas alcohólicas a toda costa. Sin embargo, intuí que necesitaba mucho de eso.
— Mejor una botella de vodka — sugirió dejándome idiota.
Y yo que creía que era su mal ejemplo.
El acantilado del amor era eso, un lugar con vista hermosa al mar; su suelo estaba cubierto de pasto y alrededor había árboles que le daban un aspecto de imagen de fondo para las computadoras. Tenía un nombre propio, aunque los visitantes lo bautizaron con el nombre del amor porque era solitario y muchas parejas aprovechaban a ir allí cuando no deseaban pagar un hotel o solo les apetecía tener sexo al aire libre.
No solo compramos una botella de vodka sino también pizza y alitas de pollo súper crujientes para picar mientras bebíamos; hablábamos muy entretenidos con Leah y dejamos del lado el motivo que la tenía así de triste no solo por su salud mental sino también por mi amada libertad.
Ya que algo me decía que iba a querer matar a Taboo.
El sol ya se había ocultado y la luna salió para dar su luz e iluminar a las estrellas, el paisaje era precioso, casi la noche perfecta para una pareja de enamorados y aquella bella noche se estaba desperdiciando ya que solo estábamos Leah y yo… una pareja de primos que se amaban como hermanos, bebiendo como alcohólicos, comiendo como cerdos y riéndonos como unas putas y locas morsas.
— Ya estoy lo suficiente borracha como para desnudarme y tirarme por el acantilado — dijo riendo y me contagió mucho su risa.
— Hazlo tonta, abajo hay agua, pero seguro te matas y así dejas de joderme tanto — la provoqué, ella sabía que solo estaba jugando porque en verdad me moriría si a ella le ocurriera algo.
— Bien que chillarás por mí, tarado — bufó y se sentó en la compuerta de la camioneta que habíamos bajado para poder estar más cómodos viendo el paisaje.
Me reí y negué, después bajé de la camioneta y me recargué al lado de donde ella estaba. La vi moverse y creí que era para volver al interior del coche, pero abrió sus piernas y se colocó tras de mí; me abrazó con fuerza por la espalda y dio un sonoro beso en mi mejilla.
— Gracias por estar aquí — susurró. Ambos estábamos borrachos, aunque aun conscientes.
— No podría estar en otra parte — aseguré y le di un pequeño apretón en su pierna.
— El vídeo de mamá me hizo comprender muchas cosas, me pidió también que no deje que nadie me imponga límites y eso me hizo pensar en Taboo. — comenzó a hablar de su imbécil enamorado y quise darme la vuelta para verla a los ojos, pero ella me detuvo y me mantuvo en mi lugar.
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Editado: 30.06.2020