Recuerdo cómo te conocí, pero no la fecha en la que comenzamos a coincidir. Recuerdo tus cálidas palabras, tan dulces y tiernas, tan hacia mi persona. Recuerdo que nuestro primer beso fue en mi refugió, en aquel parque, frente al imponente castillo histórico. Repaso en mi memoria nuestro primer encuentro, los primeros minutos y palabras, como si de una película se tratase. Recuerdo la pasión con la que nuestros cuerpos se entregaron y la electricidad recorriendo cada centímetro de mi piel al simple roce de tus dedos. Vivo de nuestros recuerdos juntos.
Tal vez tú no recuerdes, tal vez los estas dejando en el olvido, o simplemente haz hecho caso omiso de ellos, como si el "nosotros" no hubiese existido.
Los días que compartimos se dejan de sentir lejanos cuando por la noche te invoco al deslizar mis manos por el cuerpo que alguna vez llenaste de besos y caricias, el cuerpo que reclamaste como tuyo algún día. Comienzo pasando mi dedo índice por mis labios delicadamente, ansiando sentir tu boca contra la mía. Bajo lentamente por mi cuello, acariciandome con dulzura y amor, como si en lugar de ser mis manos las que me tocan, fueran las tuyas. Gimo tu nombre al terminar con el cuerpo empapado de sudor, producto del éxtasis tras autocomplacerme pensando en ti, doy un último aliento a causa del cansancio del mejor orgasmo que he tenido tras tu partida y te dejo ir.
Me niego a vivir de ellos, de tú imagen, de nuestros recuerdos. En cuestión de segundos fuimos y dejamos de ser. Ya no compartimos nada, salvo el pasado. Por favor no me malinterpretes, te estoy diciendo adiós de la única manera que encuentro para expresarme.
Así como eres feliz, yo merezco poder sonreír sin que tu rostro aparezca de la nada. No acudas a mí cuando el insomnio sea dueño de tus noches. Este es el libro de mi vida y he decidido que serás aquel personaje que muere y es olvidado por la protaonista y los lectores.
Dejaste huella en mi corazón, y por ello no te olvidaré. Por si no te ha quedado claro, te suplico que no vengas a mis recuerdos, no invadas mis sueños, no me llames a la media noche, no te aparezcas durante una tarde lluviosa en los párrafos de la lectura de mi libro favorito.
Cariño, aún te amo, o eso es lo que el corazón le hace creer a mi mente, quién se resiste a la idea de quererte siquiera.
Llora, derrama el doble de lágrimas que mis ojos dejaron ir las noches que nos peleamos mientras me hacías sentir culpable por cosas ajenas a mí.
Reflexioné, y aunque te debo la vida, no te agradezco el desgaste mental que sufrí, producto de un amor no correspondido y que te callaste por años para no perder los beneficios de un amante fogoso.
Siempre me quería ir, pero terminabas atrayéndome aún más con esas con esas dulces palabras: “te quiero”, “te amo”, “nena”, era una especie de hipnosis escucharte, esas palabras alimentaron mi sediento y desesperado corazón. Soy como un ave enjaulada que se ha olvidado de la libertad y le da miedo volar porque todo lo que conoció fue su verdugo.
Ya no vengas a visitarme a media película entre los diálogos de una escena, en recuerdos cuando cocine aquellos panquecitos que adoro y te los comías sonriendo, en viejas conversaciones con mis amistades que también eran tuyas, no vengas cuando esté tomando un café a la media noche realizando tareas de la universidad.
Me voy, las maletas están en el marco de la puerta esperando que las tome y emprendamos un nuevo viaje. Hoy uso el prototipo de las alas que construí, las termine hace unos días, las he pintado a mi manera, son hermosas y coloridas. Hoy emprenderé un vuelo lejos de nuestros recuerdos, recuerdos que me lastiman ahora que no estás aquí abrazándome…