Aitana
Tucker me dejó en casa y se despidió de mí, diciendo una vez más que lo sentía y que volvería por mí a las seis en punto. No me había dicho absolutamente nada acerca de su misteriosa llamada, aunque la verdad es que en ese momento no me importó, me había encantado pasar el rato con él, además de que nuestra cita seguía en pie.
—¿Hiciste alguno de los cuatro pasos? —preguntó papá al salir de casa.
—¿Por qué estás espiándome? —sonreí al verlo.
—Soy tu padre y debo protegerte.
—Pues permíteme infórmate que fallaste al haber enviado a Tucker a la universidad.
—Con que Tucker, eh. Ya se tutean y todo.
—Recién somos amigos, relájate.
—Bien "señorita amistad" debo irme. La señora Graham me espera para ayudarle a reparar su nevera —fruncí el ceño.
—¿Desde cuando tú reparas neveras?
—Desde que tengo que ganar dinero extra para sostener a esta familia —pasó por mi lado.
—Ajá —fingí que le creía.
—No hagas suposiciones y entra a lavar los platos sucios que quedaron del almuerzo —añadió a distancia mientras se alejaba por la calle.
—¡Suerte con la nevera! —le grité divertida.
Hacía mucho que visitaba a la vecina Graham. Jessy y yo ya sospechábamos lo que pasaba, pero evadíamos el tema, queríamos darle espacio a papá, después de todo, él merecía ser feliz luego de que mi mamá partiera.
Entré a la casa y miré al enano observar el televisor. Estaba dispuesta a ir a la cocina y lavar los platos, pero en cuanto mi vista se posó en el reloj de pared, recordé que había quedado con la hueca de Donna en su casa a las tres y faltaban menos de diez minutos.
—Diablos —murmuré al caminar hacia la sala—. Voy a salir, taradito —le informé a mi hermano—. Lava los platos.
—Creo que no te escuché bien —dijo sin dejar de mirar el televisor.
Resoplé al girar los ojos.
—Te daré tres dólares si lavas los platos y te comportas hasta que yo regrese.
—Cinco dólares y por adelantado —extendió su mano por encima de su cabeza.
—Pequeño engendro del demonio —expresé al sacar los cinco dólares de mi bolsillo—. Que los platos estén relucientes a mi regreso —le di el dinero y salí de casa.
Había que subir la colina para llegar a la casa de Tobías, pero no era un viaje cansado, sino todo lo contrario, disfrutaba del paisaje a mi alrededor mientras iba cuesta arriba.
Al pasar quince minutos, ya me encontraba frente a la reja, tocando el timbre. Elevé la vista y saludé hacia la cámara para que Yoyis —la chica del servicio— me reconociera, al pasar dos segundos, las rejas se abrieron y entré.
La casa era muy bonita y lujosa, aunque lo mejor de todo, eran las personas que vivían en ella, los padres de Tobías eran increíbles personas, menos Donna ... esa era una perra con P mayúscula.
Al poner un pie dentro de la casa, mi vista se encontró con la de la mamá de Tobías.
—¡Aitana! —me sonrió radiante antes de abrazarme.
—Hola señora Parrish —también le sonreí al recibir su abrazo.
—Que gusto me da verte. Tienes que venir a visitarme aunque mi hijo salga de viaje —tomó distancia sin soltar mis manos—. ¿Te imaginas cuando él ya no viva más aquí?
«No podría»
—Tienes que venir más seguido.
—Lo intentaré —le di una sonrisa más tímida.
Le habría paso a la tristeza cada vez que se tocaba ese tema.
—¿Quieres esperar a Tobías en su habitación, cariño? —preguntó—. Aún no regresa. Debe estar con aquella chica —elevó las cejas al decirlo.
A ella tampoco le agradaba la hueca que su hijo tenía por novia.
—De hecho, he venido a visitar a Donna.
—¿A Donna? —se sorprendió—. ¿Ahora que hizo esa jovencita? Dime si te está molestando para ponerla en su lugar —extendí mi sonrisa.
—No, es sólo que la ayudaré un poco con su tesis.
—Sí por favor —suspiró con alivio—. Las notas de esa niña van de mal en peor y nadie mejor que tú para ayudarla.
—Claro —le asentí ligeramente con la cabeza.
—Donna está en su habitación, querida —me informó.
—Gracias —le volví a asentir y caminé hacia las escaleras.
No tardé mucho en llegar a su habitación, su puerta retumbaba por el fuerte ruido de la música en su interior. Detuve mis pasos y suspiré pesadamente para tomar valor. La verdad era que no confiaba en ella, pero era la única chica de "mi edad" que conocía y que podía ayudarme con todo lo referente a los chicos.
Pensé en tocar la puerta, pero no me escucharía, así que sólo la abrí. Lo primero que observé, fue a ella bailando y brincando en su cama con la canción Bad Guy de Billie Eilish. En lo personal, no me gustaba escuchar a aquella cantante, sus canciones tan tristes te hacían sacar tus instintos suicidas.
Esperé a que la canción llegara a su fin para:
—Hola —saludé con voz tímida.
—¡Aitana! —mi cuerpo dio un pequeño salto al escuchar su voz emocionada. Enseguida, saltó de la cama y corrió hacia mí—. ¡Cuéntamelo todo! ¡Cuéntamelo todo! —gritó al jalarme del brazo.
Me llevó con ella para sentarnos en una linda alfombra blanca.
—¿De dónde es? ¿Es músico? ¿Deportista? Hay, pero claro que debe ser deportista, porque con ese cuerpo —la loca se respondió así misma—. Dime ¿estudia en nuestra universidad? No, claro que no, un chico como él jamás se habría escapado de mi radar.
—¿Quieres callarte? —fruncí el ceño—. Tu parloteo me está frustrando.
—Entonces habla y dime quien es —habló exageradamente desesperada.
«Está loca»
—Es ... mi vecino —respondí con voz baja.
—¿Ósea que se ha mudado a mi antigua casa? ¡Pero qué suerte tienen las feas como tú!
—¡Oye!
—Bien —se puso de pie—. Lo primero que debemos hacer es cambiarte esa apariencia de niña boba que tienes.
—¡Oye!
—Aceptalo, Aitana. ¡Por dios! Tienes 21 años —expresó mientras se acercaba a su enorme armario—. Quítate ese horripilante suéter, ¿quieres?
—¡Oye! —elevé la voz por tercera vez—. Mi mamá me obsequió este suéter.
—Pues tu mamá tenía un pésimo gusto.
—¡Donna, no voy a permitir que hables de mi madre! —detuvo el movimiento de sus manos y me miró avergonzada.
—Lo siento. Yo quería a tu madre —dijo con sinceridad. Al parecer, no era tan perra después de todo—, pero hay que admitir que te heredó su poco conocimiento en moda.
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Editado: 03.02.2023