Tobías
Abrí los ojos poco a poco, sintiéndome desorientado. El pitido incesante de una máquina, taladraba mis oídos de una forma nada agradable, y ese olor…, un olor a hospital me hizo entrar en razón con tanta rapidez que me provocó náuseas.
—Aitana —fue lo primero que murmuré al intentar levantarme de la cama.
—Tobías, Tobías tranquilo —me dijo una enfermera—. Todo está bien, tranquilo —me recostó de nuevo en la cama.
—Aitana, ¿dónde está…?
—Aitana está bien —me sonrió con dulzura—. Está bien gracias a ti —la miré extender su brazo y deslizar una cortina.
Ahí estaba ella, Aitana estaba justo a mi lado y dormía de manera pacífica. Rápidamente sentí un gran alivio recorrer mi cuerpo, tenerla frente a mí después de todo lo que había pasado, lo que tal vez ninguno de los dos jamás olvidaría, me hacía sentirme de nuevo completo.
—El doctor accedió a tenerlos juntos en la misma habitación —continuó la enfermera—. Tuvieron que hacerles una cirugía a ambos.
—¿Ambos? —fruncí el ceño.
—La fractura en su tobillo lo requirió, pero se recuperará, y a ti… la herida en tu hombro te hizo perder mucha sangre. La bala aún seguía adentro y había que extraerla.
Lo último que recordaba era el rostro de uno de los paramédicos, dándome atención médica. Había sido algo extraño, me había sentido débil desde que recibí el disparo, pero no fue hasta que me aseguré de que a Aitana ya la habían subido a la ambulancia, que por fin me di por vencido.
—Afuera te han llamado el héroe del pueblo —comentó la enfermera al tomar mi mano—. Ella no estaría aquí si no fuera por ti —miró a Aitana—. Ambos han sido muy valientes al enfrentar esto solos.
También miré a Aitana, me preguntaba cómo reaccionaría al despertar. Estaba demasiado afectada por la muerte de Tucker, yo no lo entendía, pero tampoco la culpaba, mucho menos trataba de juzgar, sólo ella sabía en ese momento lo que había vivido y sufrido con una situación así.
—¿Y nuestros padres? —pregunté cambiando de tema.
—Están afuera. Los dejarán pasar en un momento más.
—Bien.
—¿Necesitas algo? ¿Tienes mucho dolor? —miré mi brazo en el inmovilizador. Me dolía, pero era soportable.
—Estoy bien, gracias.
—De acuerdo, si me necesitas sólo presiona este botón y vendré enseguida —me indicó antes de caminar hacia la puerta.
—Enfermera —la llamé.
—¿Si?
—Yo… ¿podría acercarme a ella? —extendió su sonrisa como si de pronto Aitana y yo fuéramos los protagonistas de un cuento de amor.
—Por supuesto que sí.
Salió de la habitación y poco después regresó con una silla de ruedas. Entre uno que otro esfuerzo debido a mis mareos, me ayudó a sentarme en ella y se fue dejándome a solas con Aitana.
Tomé su mano con delicadeza mientras observaba con más detenimiento su físico. Había algunos moretones nuevos en su rostro, además de también tener un inmovilizador en su brazo izquierdo. Tenía una apariencia débil y enfermiza, pero era lo que menos me importaba, en lo único que podía concentrarme; era en que la tenía a mi lado, en que por fin ella estaba fuera de peligro.
—Lo logramos —susurré acercando su mano a mi boca—. Estás a salvo, Aitana —añadí besando su dorso.
No me alejé de su lado en los próximos minutos, me mantuve tan cerca de ella como pude, o lo que la estorbosa silla me permitió. Aunque me hubiese encantado recostarme a su lado, no lo hice, no era lo más prudente en ese momento. A la brevedad, Aitana comenzó a abrir los ojos, pero yo no me atreví a hablarle, simplemente presioné su mano, mostrando mi absoluto apoyo y esperé su reacción, una reacción que tocó mi corazón.
En cuanto nuestras miradas se encontraron, ella comenzó a llorar con demasiado sentimiento.
—Ey, tranquila —me puse de pie para acercar mi rostro al suyo—. No llores por favor.
—Lo siento —murmuró entre lágrimas—. Siento haber sido tan torpe.
—No lo eres —le sonreí, conteniendo con esfuerzo mi llanto—. Jamás lo has sido y no tienes porqué pedir disculpas.
—Tobías, si tan sólo te hubiera escuchado, pero ahora…, ahora él está muerto —su voz se quebró—. Tucker está muerto —añadió desconsoladamente.
No sabía qué decirle, era bastante notorio que ella estaba sufriendo el síndrome de Estocolmo, pero no quería pensar en ello. Me dolía su sufrimiento, me dolía que Aitana estuviera padeciendo por la muerte del hombre que le hizo demasiado daño.
—Todo ha terminado —mis labios tocaron su frente—. Todo estará bien de ahora en adelante. Ya lo verás —sin dejar de sollozar, me asintió con la cabeza antes de rodear mi cuello con su brazo.
Nos abrazamos por un momento hasta que…
—¿Papá? —la voz de Aitana me hizo mirar hacia la puerta.
El señor Pevensie estaba de pie al umbral de la puerta, mirando a su hija con alivio, pero también con preocupación. Literalmente, no demoró nada en romper en llanto.
Me hice a un lado, regresando a la silla para darles espacio, lo observé acercarse a la cama y estrechar a Aitana entre sus brazos como si de una pequeña bebé se tratara.
—Lo lamento, hija —le dijo mientras acariciaba su cabello—. Lamento tanto haberte dejado sola.
Aitana no le respondió, sólo lloró con más fuerza.
—Por Dios —giré mi cabeza al escuchar a mamá.
También estaba llorando mientras cubría su rostro con las manos. A su lado estaba papá, quien me sonrió asintiendo con la cabeza. Ninguno de los dos se atrevió a decir algo durante el tiempo que padre e hija se mantuvieron abrazados, les dieron un poco de privacidad hasta que el señor Pevensie besó en repetidas ocasiones la cabeza de Aitana y se distanció de ella para acercarse a mí.
—Muchacho… —nuevamente me puse de pie para estrechar la mano que me había extendido—. No creo que me alcance la vida para agradecerte lo que has hecho por mi hija —me abrazó.
—No tiene nada que agradecerme.
Era verdad, todo lo que había hecho era el significado de mi amor por Aitana.
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Editado: 03.02.2023