Aitana
Las lágrimas se fueron secando con el paso de los minutos y minutos que iban y transcurriendo. Aquel temblor que mi cuerpo sufría, era calmado por los brazos de Donna, quién sin poderlo evitar, también había llorado a mi lado. No era para menos, mi triste sentimiento era tan profundo que podía transmitirlo a kilómetros de distancia.
—Ven... —Donna se puso de pie, sujetando mis manos—. Hay que acercarnos.
Con un poco de esfuerzo lo hice, logré acercarme a la lápida de Tucker, aunque rápidamente, volví a quedar de rodillas frente a ella.
Deslizando las yemas de mis dedos en ella, pude sentir un fuerte escalofrío recorrer mi piel. El viento sopló en nuestra dirección, llevando con él las hojas secas a su paso. Había sido algo literalmente increíble, cómo si mi imaginación hubiese sido la responsable de ese momento, pero al mirar a Donna, pude notar que ella también lo había sentido.
Imaginación o no, en mi rostro se formó una ligera sonrisa antes de susurrar las palabras "te perdono". Tal vez él no lo merecía, pero ya no se trataba de Tucker, si no de mí, sabía que si no hacía esto, no tendría paz de ninguna otra forma.
En las siguientes horas, con la ayuda del cuidador del cementerio, Donna y yo limpiamos las tres lápidas, borramos aquellos horribles grafitis lo mejor que se pudo y dejamos flores de diferentes colores como último detalle. Ambas habíamos terminado bastante sucias y cansadas, pero sentimos que había valido la pena.
Poco después, me despedí de él, sabiendo que esa sería la primera y la última vez que visitaría su lugar de descanso, eso era completamente necesario para comenzar a dejar todo esto en el pasado.
Al día siguiente, Donna y yo ya estábamos de regreso en Vermont. Llegamos directamente a su casa dónde sus papás nos recibieron con mucha alegría y entusiasmo. No dudaron en decirme lo bien que me veía, que la distancia me había sentado de maravilla, algo que por primera vez, estuve de acuerdo con ellos. Comenzaba a sentir que era yo misma de nuevo, aunque aún había algo que me inquietaba, algo que tenía pendiente y que esperaba que fuera lo último para poder continuar con mi vida.
—¿Estás segura de querer hacer esto? —me preguntó la señora Parrish y yo suspiré.
—Eso creo —respondí.
—Bien, pues... las estaremos esperando en el auto —añadió el señor Parrish con una sonrisa en el rostro.
Una vez que les agradecí nuevamente por haberme llevado, Donna y yo descendimos del auto y caminamos hacia el pórtico de la casa, estando ahí, me tomó un suspiro más tocar el timbre. Al paso de unos cuantos segundos, el papá de Lindsey abrió la puerta, quedando completamente sorprendido.
—Hola —saludé con un poco de nerviosismo—. Mi nombre es...
—Aitana —terminó por mí mientras sus ojos de inmediato se empañaban con lágrimas.
Era obvio que mi presencia le llevaba recuerdos dolorosos a su memoria.
—Yo... no quisiera molestarlos...
—Para nada —me volvió a interrumpir—. Me alegra mucho que estés aquí. Por favor pasen —se hizo a un lado para que lo hiciéramos.
Su casa era mucho más humilde que la mía, pero lucía tal cual a un hogar que además de estar limpio, se sentía acogedor. En los muebles se podía apreciar algunas fotos de su familia, los padres e hija muy sonrientes posando ante cámara.
—Por aquí, por favor —lo seguimos hacia la sala—. Pónganse cómodas. ¿Gustan beber algo?
—Té estaría bien, por favor —le dijo Donna.
—Por supuesto. Iré a decirle a mi esposa que están aquí.
—Gracias —le asentí con la cabeza antes de que se marchara.
—Pobre hombre —Donna me susurró—. Parece muy amable y eso hace que sienta más lástima por él.
—Shuss —la silencié—. Han perdido a su hija, muestra un poco más de respeto.
—Eso hago, en serio. Yo sólo...
Se interrumpió a sí misma al escuchar las pisadas de alguien acercándose. Un par de segundos después, la madre de Lindsey ya estaba frente a nosotras, mostrando un gesto de total tristeza en su rostro.
—Hola —me puse de pie y la señora no tardó en correr a abrazarme.
Rápidamente sentí la invasión a mi espacio personal, no quería sentirme de aquella manera tan incómoda, pero yo no la conocía. Ver su rostro en los periódicos y televisión, no era suficiente para entrar en tanta confianza.
—Lo siento, lo siento —se distanció comenzando a llorar—. No ha sido mi intención incomodarte.
—Descuide. No pasa nada —me mostré amable ante todo.
—Es sólo que... verte aquí me... —sollozó con más fuerza al bajar la mirada—. Todo esto es muy difícil y me alegra que al menos tú hayas logrado escapar de ese malnacido —también bajé la mirada al escucharla.
En los próximos segundos, el silencio se hizo presente a excepción de su llanto. No sabía cómo actuar o qué decirle y mucho menos Donna, así que preferimos callar hasta que el esposo llegó a consolarla. Dejó la bandeja con el té sobre la mesita del centro y la abrazó.
—Por favor perdóneme —dijo de nuevo la señora mientras limpiaba sus lágrimas con un pañuelo.
—No hace falta que se disculpe. La entendemos —expresó Donna.
—Ven, vamos a sentarnos —la guió su esposo y yo también tomé asiento frente a ellos.
—Como pueden ver, esto es demasiado difícil para todos —dijo el señor—. A pesar de que pasaron casi ya cinco meses, el dolor sigue perpetuando, aunque sé que lograremos salir adelante.
—Creo que no hay persona en este pueblo que no les desee eso.
—Gracias —le sonrió a Donna con humildad.
—Cuéntanos de ti, Aitana —pidió la señora—. Dinos cómo te has sentido durante todo este tiempo.
—Pues, yo ...
Las palabras se quedaron atascadas en mi garganta, de pronto no encontré qué decir, qué responder.
—Ella intenta superarlo —Donna respondió por mí, sujetando mi mano.
Los padres de Lindsey le sonrieron ligeramente, pero sabía que ellos querían escucharlo de mí. Fue en ese momento que la nostalgia me invadió al mirar sus rostros con detenimiento. El recuerdo de encontrar a su hija muerta provocó que mis ojos se empañaran con lágrimas.
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Editado: 03.02.2023