AKRAM
Fui hasta el otro lado del salón, donde se encontraban los baúles de mi habitación, y le pasé una de mis camisas junto con unos pantalones, yo prefería usar solo los pantalones la mayor parte del tiempo, y hasta ese momento fui consciente de que seguía con el torso al descubierto, por lo que decidí hacer una excepción y ponerme una camisa para no incomodarle, aunque no me pondría la túnica por ningún motivo.
Una vez más se me quedó viendo e interpreté aquello como una indirecta para que le dé privacidad, empero, no iba a irme y ella debía saberlo.
-No voy a salir, puedes cambiarte tras las cortinas de mi cama, yo estaré aquí.
Pareció reaccionar en ese momento, mientras terminaba de acomodar mi camisa y mi turbante.
-No comprendo tu reticencia a salir, si acabas de hacerlo.
-Fui a buscar algo que pudieras ponerte, no fui a pararme en la puerta sin ningún motivo.
-Podrías salir entonces e ir a pasear por allí.
Aunque me pedía que saliera pareció entender que no lo haría, por lo que se dirigió hacia la cama y reacomodó las cortinas, asegurándose de que no hubiera ninguna apertura que filtrara su imagen.
-Tal vez te sorprenda saber que no soy un hombre que da paseos por el jardín.
Una vez más mi mente amenazaba con traicionarme, al imaginar que en ese momento estaría deslizando su cuerpo por las telas de mis vestimentas.
-No comprendo el porqué te encierras, habiendo tantas cosas que podrías estar haciendo afuera, ¿No tienes algún entrenamiento?
Apenas habían pasado cinco días de mi regreso, en un principio había retornado de la expedición sólo para asistir a la boda de mi hermano, en mis planes no estaba quedarme, pero dadas las circunstancias era probable que alargara mi estadía en palacio.
-Cuando no estoy aquí estoy en medio del desierto, por lo que prefiero tener la comodidad de una cama y la compañía de una doncella de vez en cuando. -Hice una pausa para mirar a otro lugar que no fueran las cortinas que nos separaban -Además, si no estuviese aquí corres el riesgo de ser descubierta.
Contemplé las uvas de la bandeja de frutas, necesitaba distraer mi mente.
-¿No está prohibido entrar aquí sin vuestra autorización?
Tomé una de las uvas y por un momento jugué con ella entre mis dedos antes de introducirla en mi boca.
-Nunca se sabe cuándo una doncella tratará de sorprenderme, tampoco rechazo la compañía de una bella dama si estoy de humor.
En más de una ocasión se había metido alguna doncella y esperado en mi lecho mi llegada, en pocas ocasiones había rechazado su compañía, me gustaba apartarme de mis responsabilidades con el placer, nada mejor que una mujer después de varias noches en el desierto.
Aunque jamás dejaba que se quedaran a dormir o pasar más tiempo del necesario en mi habitación, lo último que quería era una sirvienta creyendo que había logrado conquistarme.
-Entonces es vuestra culpa -Notaba un tono acusatorio, aunque bien podría estar malinterpretándola.
Salió de su escondite, y debía admitir que mi ropa le sentaba bien, aunque parecía demasiado ancha para su menuda figura.
Pasé por alto su comentario.
-Espero que estés más cómoda ahora.
-Lo estoy, gracias por permitirme tomar el baño, comer de vuestra comida y dejarme usar su ropa.
-He sido dadivoso, ha llegado el momento de que me complazcas.
-¿Cómo pretende ser complacido su majestad? -Su tono era cauteloso y desconfiado.
Podía notar cómo diferentes ideas pasaban por su mente, debía pensar que pretendía hacerle alguna propuesta indecorosa.
-Comencemos con algo sencillo. -Pasé por su lado y me recosté en la inmensa cama. -Recoge las cortinas.
Instantáneamente se relajó.
Observé atentamente cómo ataba las grandes telas a los doseles, tratando de estirarse lo más posible y que el peso no le venciese.
Una vez terminada la tarea se paró frente mío esperando.
-Muy bien, ahora dame de comer. -Noté la naciente protesta entre sus labios. -Era parte de nuestro trato.
Dió media vuelta dirigiéndose hacia la mesa con los alimentos.
-¿Qué se le antoja a su majestad?