ADHARA
Cerré los ojos y respiré profundamente, tratando de distraer mi mente de su presencia. Me concentré en relajar mis músculos, aunque era una tarea por demás difícil teniéndolo tan próximo.
-Bien, es momento -Dijo a mis espaldas.
¿Momento para qué?
Su brazo derecho extendió el mío y lo flexionó, de manera que mi mano tocaba mi hombro y mi codo estaba casi pegado a mis costillas.
-Trata de no alejar demasiado tu brazo cuando ataques, las dagas son para una defensa corta, no para una larga, a menos que sepas lanzarlas con puntería. -Su brazo impulsó el mío en forma de arco, de manera que mi mano viajó desde la altura de mi hombro derecho hasta el lado izquierdo de mi cintura. -Este será el primer movimiento. -Luego, con otro movimiento arqueado hizo que llevase la misma mano hacia mi hombro izquierdo y luego de allí hacia mi cintura derecha, tal y como el primer movimiento, quedando mi brazo totalmente extendido. Me daba cuenta que había trazado una especie de “X” a la altura del torso. -Este será el segundo movimiento. -Su voz me erizaba la piel. -Ahora hazlo tú sola.
Me soltó y aunque agradecía el espacio, a su vez, mi cuerpo extrañaba su contacto.
Hice ambos movimientos lo mejor que pude.
-Hazlo con más firmeza. -Dijo crítico. -Se supone que estás atravesando el pecho de tu oponente.
Me estremecí ante la imagen, pero tenía razón. Respiré profundamente y volví a hacerlo, y así seguí por un largo tiempo.
-¿Esto será lo único que me enseñarás? -Además del cansancio comenzaba a aburrirme.
-Pasaremos al siguiente ejercicio cuando hayas dominado este, o cuando puedas hacerlo de manera aceptable. -Siempre tan directo. -Debes sentirlo natural y no forzado.
-Natural y no forzado. -Repetí para mí misma.
El brazo ya comenzaba a dolerme y el pareció notarlo.
-Descansa un momento. -Ordenó. Y aunque hubiese deseado contradecirle, lo cierto es que lo agradecía.
Tomé asiento en el sillón del fondo mientras lo veía servirse una copa de vino.
-¿Deseas algo? -Dijo señalando la comida que había sido traída por la mañana y que aún parecía intacta.
-No, gracias, tuve suficiente por la mañana. -Traté de ser educada.
-En cambio, yo no. -Su tono era provocador -¿Por qué no me acompañas? -Me invitó mientras se dirigía a su lecho con una copa y una bandeja llena de comida variada. -Trae tu copa.
-Supongo que no tengo opción.
No iba a admitirlo, pero en realidad era mi deseo acompañarlo.
Caminé hacia la cómoda cama que me había acogido las noches pasadas y me senté frente suyo.
-No realmente. -Sonrió descarado, y cada vez que lo hacía me parecía tan increíble como la primera vez, una parte mía deseaba conocer cada una de sus sonrisas. -¿Estás segura de no tener hambre?
-Tal vez pruebe un bocado. -Al sentarme tomé un pedazo de queso, y al probarlo comprobé que en efecto estaba hambrienta. -O dos.
Comimos el resto en silencio, en ningún momento apartó su mirada de mí, podía sentirla y por ello puse mi concentración en la comida, pretendiendo ignorarlo
--Por una agradable la velada. -Al terminar levantó su copa para chocarla con la mía, pero al hacerlo una expresión de dolor atravesó su rostro.
-¿Qué te sucede? -Cuestioné preocupada.
-Nada, fue solo…. Un mal movimiento -Dijo un tanto retraído.
Pero sabía que no era simplemente eso, ya decía yo que no podía ser de piedra, apenas descansaba y la tensión de los últimos días se estaba haciendo presente, es posible que él estuviese acostumbrado a estas molestias, pero yo podía reducirlas.
-Déjame ver. -Aparté la bandeja y coloqué mi copa sobre la misma para poder examinarlo.
-Ya te dije que solo fue un mal movimiento -Su terquedad era equiparable a la mía, pero tenía una idea.
Tomé su copa junto con lo demás, y las llevé a la mesa para dejarlas allí, fui hacia donde había guardado los elegantes vestidos junto con los jabones y saqué una de las botellas de aceite.
-Quítate la camisa y recuéstate. -Ordené
-¿Tan pronto? -Dijo burlón -Creí que no deseabais nada conmigo
-Y no lo deseo. -caminé hacia la cama, donde ya se encontraba acostado de espalda, por lo que tenía una vista clara de su abdomen marcado -Date la vuelta.
-No es mi estilo. -Se estaba divirtiendo.
-Solo hazlo -Dije seria.
Sin agregar más, y aún sonriente, se volteó.
Su espalda estaba llena de marcas y cicatrices, algunas eran más profundas que otras, más claras o más opacas, suponía que cada vez que salía de palacio con dirección a una nueva contienda o exploración estaba expuesto a sufrir nuevas heridas, pero aquellas que parecían más antiguas seguramente fueron provocadas durante su infancia, no podía concebir cómo es que un padre deja que su hijo sea sometido a tal crueldad.