ADHARA
Abrió la puerta con cuidado, se asomó lentamente para verificar que no hubiese nadie cerca.
Una vez comprobó que estaba todo despejado, me hizo una señal para que fuese tras suyo.
Salimos a un espacio estrecho, lleno de palos largos que supuse eran lanzas, por lo que debía ser alguna especie de almacén de armas.
-Espérame aquí. -Akram abrió la puerta de la pequeña habitación y salió, dejándome algo confundida.
Cuando volvió llevaba algo en las manos que no podía distinguir claramente debido a la poca iluminación del lugar.
-Cúbrete con esto. -Dijo extendiéndome una tela, un tanto pesada para ser un velo.
Comprendí entonces que sería para ocultar mi identidad en caso de que alguien llegase a verme.
Cubrí mis cabellos con aquel tejido y lo envolví alrededor de mi rostro como solía hacerlo antes de que todas estas desgracias ocurriesen, de modo que lo único que quedase a la vista fuesen mis ojos.
Tomó mi mano y me jaló para que lo siguiese.
Una vez fuera de la habitación me encontré con un pasillo estrecho, el cual seguimos hasta llegar a una especie de sala algo más ancha, comprendí entonces que este era un piso inferior a la superficie, algo así como un sótano puesto que no había ni una sola ventana o rendija, solo una escalera vieja y cuyos palos parecían estar al límite de quebrarse.
Akram subió primero y luego me ayudó a subir por ella.
Habíamos traspasado el velo a la cruda realidad.
Una vez arriba confirmé mis sospechas, la trampilla que servía de puerta hacia esos sótanos claramente era poco utilizada, no había nadie cerca, sin embargo, desde nuestra posición podía ver cómo los soldados iban agrupándose en el inmenso patio.
Nadie pareció percatarse de nuestra repentina aparición, caminaban con prisa en dirección opuesta a la nuestra, y me pareció distinguir la figura de Khaleb entre ellos, cuyas lujosas ropas habían sido reemplazadas por una armadura que seguía distinguiéndose del resto y gritaba realeza por todas partes.
-Agacha la cabeza -Me susurró en un tono de clara advertencia.
Hice caso e incliné mi rostro en dirección al piso, de forma que solo veía sus pies delante de los míos.
Una vez comenzó a avanzar lo seguí por una distancia considerable, hasta chocar contra su cuerpo debido a que se había detenido de manera repentina.
-Lamento no poder llevarte a un lugar más seguro, pero esta es una de las galeras que menos se utiliza, -Levanté mi rostro para observar el lugar, se trataba de una especie de torre alta, desde donde seguramente se hacían las vigilancias nocturnas. -puedes ocultarte aquí mientras dure la batalla, por dentro encontrarás que tiene una trampilla igual a la que acabamos de atravesar, y que debes trancar con lo más pesado que encuentres arriba.
Tomó su cimitarra y la extendió hacia mí para que la tomase, pero yo no podía hacerlo, sabía que la necesitaba.
-Tómala. -Casi ordenó. -No estaré tranquilo si no la llevas contigo.
-La necesitas. -Contrataqué.
-Por favor, -Su tono dio un giro y ahora era persuasivo -me dará algo de paz saber que la tienes, yo conseguiré otra.
Con la duda aún latente acepté, incluso cuando sabía que todavía llevaba conmigo la daga que él me había regalado.
Hubiese deseado poder tener un gesto con él, así como la Princesa de los cuentos de mi padre había tenido con el soldado de quien se había enamorado, tejiendo con sus propios cabellos dorados el escudo de este para que lo protegiese durante sus batallas.
Rápidamente corté con la cimitarra un pedazo de la camisa que traía puesta, la cual era suya desde luego, y se la di como si de un pañuelo se tratase.
-Desearía poder darte algo más. -Dije sin poder ocultar mi tristeza.
Él tomó el pedazo y lo acercó a sus labios, para luego guardarlo bajo su armadura a la altura de su corazón.
-Pero si ya me has dado una razón de vivir y de ganar esta batalla. -La duda atravesó su mirada por un breve instante -Volveré por ti cuando esto acabe.
Mis ojos se cristalizaron una vez más, el peligro se hacía más real a cada segundo que pasaba y era más consciente de ello.
Asentí como única respuesta y me adentré en esta nueva oscuridad. No podíamos tener una despedida más larga, ya la habíamos tenido cuando aún nos encontrábamos en el pasadizo, el tiempo apremiaba y era imperativo no llamar la atención.
Ascendí por unas gradas en espiral, hasta sentir sobre mi cabeza la trampilla de la que me había hablado Akram, con una mano la empujé con todas mis fuerzas debido a lo pesada que esta era, hasta abrirla por completo y pasar por ella mientras sostenía con la otra el pesado sable que me había entregado.
Una vez estuve del otro lado busqué algún objeto lo suficientemente pesado para trancar la entrada, pero no había nada, ni siquiera un pedazo de metal con el que pudiese atravesar las bisagras a manera de seguro.
Entonces agradecí una vez más tener conmigo la daga que él me había regalado y con ella logré asegurar la trampilla.