AKRAM
Siete días.
Siete amaneceres solo en mi inmensa cama, sin haber podido cerrar mis ojos más que unos cuantos minutos en la extensa noche, para luego extender los brazos esperando sentirla, y sin embargo, despertar por la desesperación de no encontrarla.
Mis sueños me traicionaban y trataban de confundirme, me llevaban a lugares y recuerdos donde ella era la protagonista.
Su olor ya casi abandonó por completo mis sábanas, mas no mis recuerdos; la suavidad de su piel aún se sentía real en mis manos y en todo mi ser; el sonido de su voz me arrullaba en mis cortos sueños puesto que su eco se repetía en mi mente.
Estaba enloqueciendo.
Durante el día no era más que un muerto apenas andante y falto de voluntad, y por la noche me asemejaba a un sonámbulo que por más que lo intentase apenas lograba descansar.
Cada uno de los soldados que había mandado secretamente en su búsqueda regresó con la misma respuesta: “No hay rastro de ella, majestad. Nadie la ha visto”
Era como si el desierto se la hubiese tragado.
Iría yo mismo a buscarla si no estuviese amarrado a mis labores de príncipe y aparente anfitrión de nuestros invitados y la familia de quien sería mi prometida.
Aborrecía como nunca mi título, repudiaba mis cadenas.
Esta noche se celebraba el quincuagésimo cumpleaños de mi madre, aunque en realidad no era algo común llevar a cabo un festejo, mi padre no iba a quedar mal con nuestros invitados.
Además, mi compromiso con la hija del Jeque Zoram, Hanna, también sería oficializado esta velada; Durante la semana me habían prácticamente forzado a salir de estas paredes con el único fin de dejarme ver por la ciudad en breves paseos con la mencionada, en un afán ridículo por aparentar que nuestro futuro matrimonio sería producto del amor, y no de un interés común entre familias. Tal y como había sucedido con Khaleb y suponía que con nuestros padres.
-Señor, su baño esta listo.
Rashid era el único que se atrevía a llamar a mi puerta, y a dirigirme la palabra, si antes me temían y dudaban al hablarme, ahora ni siquiera subían la mirada en mi presencia.
En palacio no era secreto que mi “acompañante”, como los sirvientes la llamaban, había huido, y que por ello mi humor había empeorado, si es que ello era posible. Pero esos rumores no podían salir de estas paredes, a menos que estuviesen dispuestos a enfrentarse a la furia del Rey, quien sin duda ordenaría la ejecución de todos los sospechosos.
Destrabé la puerta para dejar que entrasen, y les di la espalda fingiendo estar distraído con mi colección de armas. Sentía como mis ojos ardían debido al nulo descanso y no podía permitir que me viesen vulnerable.
Sentí el aroma de los aceites que vertían en el agua para que estos se impregnasen en mi piel, sin embargo, ahora no hacían más que recordármela.
Con las manos hechas puño les ordené retirarse para que pudiese alistarme.
-Adhara…
Susurré en mi soledad, invocándola y rogando que el viento le llevase mis súplicas para que volviese.
¿Qué martirio era este? ¿Qué era eso tan grave que había cometido para pasar por tanto sufrimiento?
¿Es que las almas de todas las vidas que había arrebatado estaban cobrando su venganza?
-¡Arggghhh! -Gruñí frustrado mientras me desvestía, o mejor dicho, mientras desgarraba mis vestimentas para internarme de una vez en esas aguas, que por la premura aún estaban en ebullición, empero mi cuerpo ya no sentía dolor alguno más que el de mi propia alma.
Una vez listo y ataviado con las vestimentas preparadas para la ocasión, me dirigí al encuentro de mi hermano, quien me esperaba para revisar el estado de nuestras tropas y la distribución de sus raciones a sus familias.
-Akram -Saludó.
No hizo comentario alguno sobre las lujosas telas que ahora me cubrían, raras veces vestía otra cosa que no fuesen los uniformes del ejército.
-Khaleb -Respondí, y continué mi camino hacia la sala de reuniones seguido por él.
Una vez nos hubieron servido el desayuno y puesto a nuestra disposición los mapas, comenzó a hablar sin demora sobre la ubicación de nuestras tropas, el número de hombres que teníamos en las aldeas y un par de ciudades en las que, en su opinión, debíamos enviar más hombres.
Por mi parte, me limitaba a asentir o negar cuando lo veía conveniente. Pero siendo honesto, mis ojos no hacían más que buscar en el mapa alguna aldea que se me hubiese pasado por alto, o cualquier ruta probable que Adhara estuviese siguiendo, pero no había camino al que no hubiese enviado un soldado en su búsqueda.
-Akram no me has respondido.
-A qué. -Dije molesto
-Te sugerí incrementar las raciones de alimento para las familias de los soldados caídos, como una muestra de agradecimiento por su sacrificio, pero eres tú quien sabe si tenemos suficientes reservas en los almacenes. -Trataba de ser razonable y de no dejar que mi tono lo alterase.
-Los mercenarios significaron un factor no contemplado para la cosecha ya de por si escasa de este año, tendremos que darles oro, con diez monedas por soldado caído es más que suficiente, podrán comprar al menos cincuenta costales de granos en el futuro. -Propuse.
-Nuestro padre no lo aprobará. -Bajó la mirada, como buscando otra alternativa.
-Y qué sugieres, ¿que les demos tela, lana y ropa? -Me burlé -Van a escupirnos en la cara, sabes bien que quedaran tan descontentos que podrían organizar una revolución, ¿o ya olvidaste lo que pasó cuando éramos niños?
Hace un poco más de un par de décadas, a mi padre se le ocurrió organizar un festín en conmemoración a la victoria obtenida en un pueblo recientemente conquistado, y en cuyos enfrentamientos perecieron un centenar de soldados. Las familias esperaban una retribución o ayuda debido a que ahora no tendrían a quien les llevase el sustento mes a mes, así que el Rey le dio, a cada una de las esposas de los combatientes muertos, un vestido negro para que llevasen el luto, eso si, eran piezas dignas de la realeza.