Las estaciones cambian, el viento se lleva las hojas secas, y el frío empieza a filtrarse lentamente por las rendijas de las ventanas. Siempre he sentido una nostalgia extraña cuando llega el otoño. Tal vez es porque me recuerda lo frágil que es el tiempo, cómo se desliza entre los dedos sin que nos demos cuenta, llevándose momentos, personas, sentimientos. Y es en esos días, cuando el cielo se tiñe de gris y el silencio parece más pesado, que el miedo a perder lo que más valoro me invade.
Pienso en mis amistades, en aquellas personas que han sido mi refugio, mi hogar en los días más oscuros. No es que sean muchas, no soy alguien de tener un círculo enorme de amigos. Pero las que están, las pocas que realmente están, son únicas. Cada una de ellas ha dejado una huella imborrable en mi vida, y me asusta la idea de que un día, de manera inesperada, ya no estén.
Sé que las personas cambian, los caminos se separan, y que la vida a veces nos arrastra hacia direcciones diferentes. Sin embargo, no puedo evitar preguntarme cómo sería enfrentar un día sin la risa de una de ellas, sin esos mensajes inesperados que alegran el día o sin esa complicidad silenciosa que sólo comparto con ellas.
El miedo a perderlas no es un miedo egoísta, no se trata de querer que estén siempre para mí. Es el temor a que, en la vorágine de la vida, nos olvidemos de lo importante que fuimos unas para otras. Que las responsabilidades, los nuevos compromisos, las nuevas personas que lleguen a nuestras vidas, borren todo lo que hemos construido juntas. Y aunque sé que esto forma parte del ciclo de la vida, duele pensar que esas amistades que siento tan únicas y especiales puedan desaparecer como las hojas que se lleva el viento.
Pero, aunque me aterra la posibilidad de que eso ocurra, quiero que sepan algo, aunque nunca lo haya dicho directamente: siempre podrán contar conmigo. No importa cuánto tiempo pase, ni qué cambios traigan las estaciones. Si un día sienten que el mundo se derrumba, que están perdidas o solas, yo estaré aquí. Puede que ya no hablemos todos los días, puede que nuestras vidas hayan tomado caminos opuestos, pero ese lazo que creamos no desaparecerá.
A veces me pregunto si ellas sentirán lo mismo...
Si también les asusta la idea de que un día dejemos de ser parte importante de nuestras vidas. Pero, en el fondo, sé que las amistades verdaderas, aquellas que marcan el alma, siempre encuentran la manera de perdurar. Y aunque el tiempo, la distancia o las circunstancias puedan separarnos, la esencia de lo que compartimos siempre estará ahí, como un eco lejano que resuena en los momentos de soledad.
Al final, las estaciones pasan, el frío se va, y la primavera vuelve. Pero algunas cosas, son eternas o eso quiero creer...
Aunque la vida nos empuje en diferentes direcciones, aunque el miedo a perderlas siempre esté presente, sé que lo importante es haberlas tenido, haber compartido momentos irrepetibles. Y si algún día nos volvemos a cruzar, será como si el tiempo nunca hubiera pasado. Porque, pase lo que pase, siempre podrán contar conmigo...
Son ellas, las que, sin saberlo, me salvan a diario con su compañía, o incluso un simple mensaje de texto. Cuando todo parece derrumbarse y el abismo me llama, son sus risas, sus abrazos y su presencia las que me recuerdan que aún queda algo por seguir. Ellas son mi ancla, mi razón para mantenerme de pie, y aunque muchas veces no lo sepan, son quienes detienen mis peores impulsos...
Son las que evitan mi destino suicida...
#3088 en Otros
#155 en No ficción
#848 en Relatos cortos
desahogo mental y emocional, miedos sin fin, quiero ser normal
Editado: 16.11.2024