Al Mejor Postor Libro 1

CAPÍTULO CINCUENTA Y CUATRO

Sus manos entrelazadas se estrujan a tal punto que demuestra cuán nerviosa se encuentra, y su espalda encorvada me enseña la poca seguridad en sí misma que le queda.
Nada en su postura se le compara a lo que solía ser la antigua Melany.
Su boca abierta, su continuo pestañeo, su mandíbula apretada; todo rasgo físico y gestual en ella evidencia algo muy obvio para mí: que no contaba con volver a verme, que la tomé realmente desprevenida y que es consciente de que se le viene un momento difícil. Porque a pesar de haber sentido lástima por lo que le pasó a manos de Renzo, nunca estaré tranquila si no cobro mis pendientes.

El destino del que tantas veces me he quejado, hoy me está brindando una oportunidad dorada para aclararle ciertos puntos, en privado, si quiero que la relación con mi familia se encauze. 

Mi subconsciente empoderado, divo, el amo del universo, se frota las manos y me sonríe con malicia.

«El sabor del revanchismo en la boca, es glorioso»

—Nic, yo lo sien... —levanto la mano, y mi palma abierta calla su intento de disculpas.

Con la mejor de mis caras, lentamente me pongo de pie. Rashid trata de sujetarme la muñeca. Quiere impedir que me acerque a Melany. Cree que cometeré alguna imprudencia, como por ejemplo dejarla calva o aventarle un jarrón. Y la verdad es que no me conoce muy bien, si me detiene por eso. 

Muevo mi cabeza en su dirección y lo miro con fiereza. Tanta, que retrodece en su acción y sin más remedio, asiente.

Éste es mi momento. Mío.

Y sé cuánta tensión envolvió el ambiente de repente. Sé que el silencio se puede cortar con una tijera. Que la incomodidad es palpable. Que el temor a que me salga de control es perceptible. Pero nadie se mete. Nadie debe meterse.
Ésto es entre ella y yo.
Y no entre familia, sino de mujer a mujer.

De soslayo observo a mi madre. Está parada, congelada en el lugar y con los ojos como platos. No interviene y sé con total certeza que no lo hará. Vi suficiente culpa y sufrimiento en ella como para que oficie de mediadora y conciliadora en una situación que no le incumbe.
Gala Costas es una mujer inteligente, lo he mencionado. No volverá a arriesgar nuestra relación madre e hija, para defender lo que no tiene lógica, sea defendido.

Adolfo también se mantiene quieto, callado, sentadito en el sillón. Sé que tampoco dirá palabra ninguna. No se entrometerá porque ya no somos dos niñas que necesitan a papá y mamá para que hablen por nosotras.

Por otra parte, Rashid, sí que teme por mí. Teme que pierda mi preciosa cordura y termine sacando a Melany, a patadas de la casa.
Fugazmente miro su rostro enojado y comprendo la razón de su temor. Él ha sido testigo del daño que me hizo y la rabia que despertó en mí. Pero no tiene que preocuparse, voy a controlarme.

Le regalo un guiño y eso, de manera automática lo relaja. Recarga la espalda contra el sillón y con el retrato visual de mi hombre, tan sensual, masculino y sobre todo, tan mío, vuelvo a centrar mi atención en Melany que permanece ahí, quietecita, esperando lo que sea. Un golpe a puño cerrado, un cachetazo o un escupitajo.

Avanzo hacia ella y cuando estoy a menos de un metro de distancia de su cuerpo, alzo el mentón y pongo mis manos a la altura de mi cadera.

Nadie se imagina cuánto; cuánto estoy gozando ésto.

—Vamos —digo, con indiferencia.

—¿A... Dónde? —balbucea.

Enarco una ceja, mientras que mi subconsciente ríe a carcajadas.
He soñado con ésto tantas veces y he memorizado lo que le diría el día que volviera a verla, que mi disfrute, hoy, se hace mayor.

Inspiro profundo, conteniendo mi enorme satisfacción y frunzo los labios hasta transformarlos en una fingida mueca pensativa.

—Vamos a mi habitación —resuelvo, haciendo un ademán con la mano—, que ya la conoces bastante bien.

Traga saliva varias veces, un montón. Pestañea intentando esconder sus nervios, pero lo único que consigue es mostrarme cuán vulnerable es, cuán blanda es y cuán perra fue conmigo, que se aprovechó de mi mala época para portarse de la peor forma.

—Pero...

—Sólo vamos a charlar un rato. Tranquila —aclaro con seriedad—. Nos debemos una conversación, tú y yo.

Con más dudas que certezas, asiente y da media vuelta.

—¿Estás... Segura que a tu cuarto?

—Estoy muy, pero muy segura. Me ayudará a refrescar la memoria —murmuro, con el propósito de que los demás no me escuchen—. ¡Enseguida volvemos! —sentencio, elevando la voz.

Ninguno de los tres dice nada y tomo su tenso mutismo como un "está bien".

Melany camina a paso acelerado, y yo le sigo. Lo hacemos bajo un sepulcral silencio. Caminamos y caminamos.
Ella a punto de derrumbarse contra el piso en cualquier momento. Yo, mirando su espalda y pensando... En lo que me muero de ganas por decirle.

Nos detenemos frente a la que supo ser mi recámara y mi hermanastra, entra. Al cabo de unos segundos, tras mantenerme parada en el umbral hago lo mismo. Con recelo observo mi habitación, que en sintonía con el resto de la casa sigue igual.



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En el texto hay: romance, toxico, italiana

Editado: 12.08.2020

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