Al Otro Lado - Aol 1

52. Almuerzo

Stu salvó el peluche en el preciso instante en que la señora que limpiaba lo iba a arrojar a la basura. Suspiró aliviado. Melody dormía con ese delfín desde que tenía sólo unos pocos meses de edad, y ni él ni Jen habían podido regalarle jamás otro peluche que pudiera reemplazarlo. Cada vez que lo intentaban, Melody fingía dormirse hasta que quedaba sola. Entonces se deslizaba con sigilo fuera de su cama a recuperar su delfín, y a la mañana siguiente la encontraban dormida abrazándolo estrechamente. Al fin habían desistido, y decidieron coserlo, remendarlo y arreglarlo cuanto pudieran mientras pudieran.

Lo puso en la camioneta junto con los papeles y las otras cosas que precisaría esa mañana y dejó su casa con intención de pasar por la escuela de sus hijas antes de la hora de salida. Jen no debía haber notado la ausencia del delfín, pero si quedaba bajo llave hasta que él regresara en octubre, enfrentaría una tragedia en cuestión de días.

Se reunió a almorzar con Scott O’Rilley y Flynn Norton. Brad Johnson estaba en Los Ángeles con su banda y a Ray lo vería esa misma noche en el aeropuerto, y cada día durante los próximos tres meses, de modo que no le corría prisa por encontrarse con él.

Sus amigos lo observaban con discreción desde que salieran de gira, y seguían su recuperación anímica con una atención producto del profundo afecto que los unía. Les hubiera gustado decirle que se alegraban de verlo bien, pero sabían que para él eso sería un insulto imperdonable. También habrían dado cualquier cosa por poder preguntarle el motivo real de aquella insólita gira, pero sabían que era otro tema vedado.

—Así que regresas al sur solo —le reprochó O’Rilley en broma, ya de sobremesa—. Creí que volveríamos de gira a Sudamérica a fines de otoño, o el año que viene en primavera.

—¿No nos toca gira nacional a fin de año? —preguntó Stu sin darse por aludido.

—¿Navidades en la carretera? —terció Norton con una mueca—. Podríamos retrasar la gira nacional.

O’Rilley coincidió con él. —Creo que ya nos hemos ganado el derecho a pasar las fiestas en casa, ¿verdad?

—Claro que sí —asintió Stu—. Podemos correr la gira nacional para fines de invierno y organizar algo más grande para el próximo otoño.

—Como una gira a Sudamérica —sonrió O’Rilley.

—¿En verdad estás tan ansioso por regresar? —rió Norton.

—¡Hombre! ¿Tú no? ¡El público es increíble!

El bajista hubiera querido agregar, “sobre todo el público argentino”, pero Norton le había referido sus conjeturas sobre el viaje de Stu. Stu consultó su reloj y se puso de pie apresurado.

—Mierda, tengo que irme. —Dejó unos billetes sobre la mesa—. Nos vemos.

—Buen viaje, Stu —sonrió Norton.

—¡Trae tequila! —añadió O’Rilley.

—Y no te apresures en regresar —suspiró Norton en voz baja, mientras Stu sorteaba mesas a paso rápido hacia la salida. Vio la expresión interrogante de O’Rilley y se encogió de hombros—. En realidad, lo mejor para él sería que no regrese.

—Sí, ya puedes seguir soñando —murmuró O’Rilley.

Los dos conocían a Stu demasiado para abrigar esperanzas vanas. Stu jamás se permitiría dejarse llevar y tomar decisiones impulsivas. No se fugaría con una desconocida a algún paraje desierto junto a un mar remoto, a pasar al menos una  temporada feliz y sin preocupaciones. Era Stu. Eso ni siquiera se le pasaría por la cabeza.




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