Para algunos de nosotros, lo más difícil es romper el silencio. No importa si estamos sentados en el cine, cuando la película ya ha terminado, y no atinamos a decir el sentimiento que pasa frente a nosotros; no importa si es en una reunión con amigos, cuando las voces van disminuyendo hasta que nadie habla; no importa si es frente a perfectos desconocidos o frente a la persona que amamos. Nunca es fácil romper el silencio. Tal vez eso se deba a que parece que hay algo de perfecto en ese mundo de lo no dicho, de lo que no tiene palabras que designen tal o cual cosa. Lo que está callado está completo. Nuestras palabras nunca van a ser exactamente lo que nombramos. Por eso decir, por eso romper el silencio es alejarse un poco de las cosas, renunciar un poco a esa porción de paraíso que es la absoluta mudez.
Con este libro, Bersaín Lejarza rompe el silencio.
Pero aquí no estallan las cosas, aquí no hay estridencia porque las palabras con las que Bersaín rompe este silencio vienen del silencio mismo. Parece que cada verso de este libro fue largamente meditado desde el interior y la oscuridad a la que sólo llegan los que han rumiado lo mudo:
Descendieron hechos lluvia,
formaron con sus palabras
castillos de promesas.
Hay en todo este libro una escritura íntima, cada palabra ha sido cuidadosamente sopesada, ha sido cuidadosamente puesta ahí. Y tal vez este trabajo sea fruto de ese silencio, de esta meditación, porque en el verdadero silencio sólo las cosas que son esenciales -en este caso las palabras- son las que permanecen.
Toda esa noche emigraron
cartas de amor
dobladas como gaviotas.
Hasta ahora sólo he hablado de lo que pienso que hay de silencio en este libro, pero no es sólo silencio, también hay oscuridad. Bersaín se adentra en lo oscuro, en ese reino melancólico y suave de lo crepuscular. El camino de la noche no es un camino fácil de seguir. Es fácil perderse en la noche. Siempre hay que llevar algo que muestre el camino, que puede ser terrible y crudo. Aquí son las palabras las que conducen, son las palabras las que trazan una vereda que nos lleva a través de todo lo nocturno que hay en nosotros.
Así pues, celebremos que la voz de Bersaín se alza después de diez años de trabajo, y esperemos que se siga cumpliendo el milagro en el que la voz asciende a la forma real e incompleta del canto.
Javier Peñalosa
octubre de 2010