Melinda agradeció que todo su equipaje estuviera en solo un bolso de mano mientras salía del aeropuerto y se acomodaba las gafas de sol que no se atrevió a quitarse en ningún momento del vuelo y que no se atrevía a quitarse en ese instante, aunque ya era de noche. Lo que menos sentía en ese momento era entusiasmo, pero tenía cantidades incontables de ansiedad para compensarlo, así que sospechaba que no estaba tan mal.
Se detuvo un segundo para volver a leer en su teléfono las especificaciones que Charlie le envió y se dio el lujo de soltar un suspiro de cansancio. Igual nadie la estaba mirando.
Los montones de gente con demasiada prisa pasaban por su lado sin detenerse a disculparse por chocarla, pero a Mel tampoco le importaba demasiado. Gran parte de su cuerpo estaba anestesiado, su cerebro llevaba un par de días que no funcionaba al ciento por ciento y su dolor de cabeza solo parecía ir en aumento.
Por desgracia, aquel no era el momento para arrepentirse de lo que pensaba hacer… de lo que sus amigas la arrastraron a hacer. Miró en su pantalla las tres direcciones y los números telefónicos que ellas le enviaron, de todos eso datos solo pretendía usar la dirección de su hotel, por el momento. No estaba mentalmente preparada para poner su atención en ningunos de los demás datos que estaba allí.
Eran las dos de la mañana, estaba exhausta y necesitaría haber perdido la cabeza para aparecerse en casa de Matthew a esas horas. Lo que necesitaba era dormir al menos hasta el mediodía y luego repasar el plan que sus amigas habían elaborado por ella.
Tomó un taxi y le dio la dirección del hotel. Llegada a ese momento ya ni siquiera le importaba confirmar que el taxista no era algún secuestrador; como estaban las cosas, no sabía si eso era mejor que verse en la obligación de pararse frente a Matthew al día siguiente.
Todo estaba planeado con las chicas, pero Mel continuaba sin estar segura de nada. Una parte de su cerebro le decía que lo único que quería de Matthew Foley eran las respuestas que sabía que su madre no le daría, pero por otro lado sabía lo que significaría tener que volver a verlo. Todo era mucho más fácil cuando él simplemente desparecía y la dejaba revolcarse en su dolor hasta que encontraba las herramientas para fingir que todo estaba bien. Todo era mucho más fácil cuando sus amigas no sabían más que lo que ella eventualmente decidiera contarles.
El hotel en el que Abby le reservó una habitación no estaba mal, pero Mel no se molestó en fijarse demasiado y tan pronto entró en la habitación se lanzó sobre la cama y se quedó dormida.
Despertó a primera hora en la mañana, pero agradeció la primera noche de sueño sin alcohol de los últimos días. Se metió al baño y se tomó más tiempo de lo necesario en la ducha; sabía muy bien que ese día, más tarde que temprano, tendría que ver a Matthew y no estaba muy segura de querer, por lo que, al menos por el momento, se merecía consentirse para aguantar lo que venía.
Su teléfono estaba timbrando sobre la mesa de noche cuando volvió a la habitación y Mel dudó sobre contestar cuando vio que se trataba de sus amigas. El par había sido bueno con ella, pero también jugaba con los límites de su paciencia y honestamente ella comenzaba a temer que su temperamento decidiera aparecer en el momento menos indicado.
El sonido del aparato no se detuvo y Mel contestó para no perder la razón.
—Hola —murmuró y escuchó los cuchicheos de sus amigas.
—¡Melinda! ¿Te despertamos o algo? —La voz de Charlie sonaba demasiado animada para a penas ser las siete de la mañana.
Mel se dejo cae sobre la cama y respiró profundo.
—No. Yo solo… estaba en la ducha.
—Bueno, que bien. ¿Estás lista para hoy?
Ella se contuvo para no soltar una grosería. No era que ir como estúpida hasta donde Matthew para pedir respuestas fuera algún acontecimiento.
—Lo intento —respondió en cambio.
—Mel… —Abby parecía a punto de intentar darle una lección, así que la interrumpió.
—Estoy bien, lo haré. Solo que necesito algo de tiempo, pediré servicio a la habitación o tal vez un masaje…
—¿Por qué no ambos? —La interrumpió su amiga.
—Bueno, ambos. Lo necesito antes de tener que encontrarme con él.
—Lo sabemos —señaló Charlie—. Mientras, disfruta tu masaje y tu desayuno en la cama. Llámanos si necesitas algo.
Conversó unos minutos más con sus amigas antes de finalizar con la llamada y pedir su desayuno y un masaje. A las diez de la mañana ya se sentía un poco menos ansiosa, pero no demasiado como para tomar un taxi que la llevara hasta las oficinas de la empresa de Matthew, así que salió a dar un paseo.
Ni siquiera sabía como no se le había ocurrido que él podía vivir en otro lugar. Al parece Matthew Foley se había mudado al otro extremo del país y después, al parecer, le había vendido su alma al diablo para convertirse en un hombre muy rico. Abby le contó mientras ella estaba demasiado triste para querer escuchar, que él solo estuvo en la ciudad por un asunto de negocios, lo que quería decir que, pese a lo bien que mentía, él siempre supo que eventualmente tendría que marcharse, que tendría que abandonarla. De nuevo.