Como cada martes y jueves, Renzo se alistaba de un modo especial. No cómo el resto de los otros días en el que le tocaba ser un simple mesero en Il Ceppo di Giuseppe. Los martes y jueves se convertía en una auténtica estrella y el bar quedaba repleto pues todo aquel que lo frecuentaba deseaba mucho poder oírlo y verlo. Habitualmente cantaba las propias canciones que él escribía, pero también interpretaba canciones que los clientes del bar le pedían.
Las 21:30 era la hora puntual en la que subía al escenario, aunque siempre llegaba con una hora de adelanto, y aquella noche no fue la excepción. Acostumbraba a ayudar a los músicos a poner en orden los instrumentos y a coordinar con ellos las canciones en las cuales lo acompañarían. Probaba el sonido y ajustaba el micrófono, y como último ritual antes de empezar afinaba su guitarra en caso de necesitarla.
Casi entrada las 21 horas comenzaban a llegar las personas, no obstante el ambiente parecía algo diferente.
— A estas horas el bar ya está lleno —comentó uno de los músicos— Algo no está bien aquí. Me pregunto de que no nos enteramos.
— Si se trata de algún cumpleaños debieron habernos avisado— prosiguió otro de los músicos mientras Renzo simplemente quedaba callado—
Poco a poco iban llegando más personas y entre esas Renzo vio llegar a su hermana.
— ¿Giorgia, que haces aquí?
Contento y sorprendido bajó de la tarima para saludar a su hermana.
— Il mio bellissimo fratellino
— ¿Acaso te dieron ganas de escucharme hoy? Puedes admitirlo sinvergüenza alguna.
— Nunca he negado que adoro escucharte, pero para eso no necesito pisar este bar porque te escucho cantar todos los días en la casa. Nuestra jefa alquiló esta noche exclusivamente el bar de don Giuseppe para celebrar la inauguración de la sede.
— ¿Ah si?
— Lo hizo, y eso significa que estaremos únicamente todos los empleados de la empresa. Renzo, más que nunca debes lucirte esta noche porque aquí delante mismo de ti se sentará Carlotta Toledano para escucharte cantar.
— ¿De nuevo el nombre de esa mujer? Definitivamente es como el golpe en el estómago que recibí esta mañana en la fila del supermercado —decía mientras recordaba con una sonrisa a la mujer de hermosos ojos que lo había lastimado—
— ¿Cuál golpe?
— Olvídalo hermanita. Mejor ubícate antes de que otras personas tomen los mejores asientos.
Renzo volvió a subir a la tarima y bebió un vaso de agua mientras una tercera tanda de personas ingresaba al bar y los músicos ya esparcían los comentarios sobre lo que se acababan de enterar.
— Todos los clientes de esta noche serán únicamente los empleados de la sede que se acaba de inaugurar esta tarde, y dicen estará presente la jefa.
— Quiénes la han visto en la inauguración de la sede aseguran que es una mujer realmente hermosa. Renzo, oggi è la tua grande serata (hoy es tu gran noche). Estás de suerte.
El chico no dijo nada. Se limitó a tomar asiento y aguardar a que el resto de los clientes llegaran. Los asientos finalmente se iban ocupando. Y entre idas y venidas de los meseros del bar salió el mismísimo don Giuseppe a recibir a la persona que acababa de llegar.
— Señora Toledano, es un placer tenerla aquí. Es y será siempre más que bienvenida a este humilde bar.
Alegre y sonriente, Carlotta, tendiendo una mano saludó a Don Giuseppe.
— Le agradezco mucho que haya accedido a que alquilaramos por esta noche el bar.
— Adelante. Pasen, por favor —le pidió Don Giuseppe a Carlotta quién venía acompañada de Idara, su asistente—
Ante la atenta mirada de todos los músicos y sirvientes del bar, la jefa como ya la conocían, lentamente se dirigió hacia su lugar.
— No puede ser. Tiene que ser una mentira —en su mente, Renzo una y otra vez colgado de su micrófono, se repetía— Es ella
Ya pegada a la tarima, Carlotta comenzó a saludar a los músicos. Subió un par de peldaños y siempre con una sonrisa dibujada en su rostro le tendió a Renzo la mano.
— Carlotta Toledano —se presentó—
— Renzo, señora Toledano.
Acercándose para susurrar a su oído, Carlotta jaló al chico quedándose ambos el uno a otro pegados.
— Puedo aceptar de que mi nombre te parezca feo, pequeño. Lo que no acepto es que me llames señora. Espero que hayas mejorado del estómago.
Ella se apartó y bajó de la tarima. Él intentaba disimular su asombro dibujando una sonrisa.
Carlotta tomó asiento y cuando ya todo parecía presto, la función comenzó de la mano de Renzo.
Entre aquellas canciones que parecían fuego en cada letra. Entre tragos que iban y venían, Carlotta por dentro parecía arder viva.
Pasaban los minutos y la pasión que le despertaba oir aquella voz comenzaban a causar estragos en ella.
Todo era cuestión de un segundo para liberarse o una vida entera para condenarse. Carlotta en verdad deseaba ser libre, pero recordar a su padre era tanto como recordar las alas rotas que llevaba en la piel como un tatuaje.