Una velada fría, pero mágica en la que Carlotta no podía sostener tanta alegría. Ya dentro del coche prestos para volver al apartamento, se le trepó encima, del lado del asiento de conducir para hundirlo en aquel beso profundo qué más que sus propias palabras tenía todo que decir.
— ¿Sabes lo que acabas de ganarte?
— Puedo imaginármelo, Ali.
— Entonces conduce lo más rápido que puedas, bebé
— No haré tal cosa y arriesgar su preciada vida, mi hermosa princesa. Soy un hombre prudente que no aportará a sus actitudes suicidas.
— ¿Mis actitudes suicidas? —le preguntó sonriendo— No sé de qué hablas.
— No seas descarada
— Y tu no copies mis palabras.
Carlotta solo sonreía, sin embargo para Renzo un miedo inexplicable iba acrecentándose en su pecho que sostenerlo ya no podía.
— Ali, sabes de que hablo. Prométeme que no volverás a hacer nada que pudiera dañarte.
— No soy buena haciendo promesas.
— Ali…
— ¿Qué?
— ¿Quién copia ahora mis palabras?
— Bueno, al menos recuerdas eso que me dijiste. ¿Sabes cómo me sentí cuando oí aquello de tus labios?
— ¿Y sabes cómo me sentí yo cuando me dijiste que preferías en ese mismo instante lanzarte de la torre en lugar de experimentar dolores que ya sabíamos que vendrían? Te amo, Ali, y precisamente en aquella torre te lo dije ese mismo día a pesar de que ya sabía que no estarías por siempre a mí lado.
— Solo quiero ser feliz contigo, Fipo.
— Y lo seremos. Mientras estemos juntos seremos muy felices, y esa es una promesa que sí voy a cumplírtela.
— Yo no voy a separarme de ti. Estaremos juntos siempre.
— Eso no es verdad y lo sabes —dijo en voz elevada frenando el coche con brusquedad— ¿Dime por qué lo haces? ¿Por qué prefieres bloquearte de este modo huyendo de todos tus problemas? Tú ni siquiera has mencionado media palabra de lo ocurrido con tu padre, y aquí estoy yo detrás de ti esperando que en algún momento confíes en mi.
— No puedo creer que te haya nacido pelear precisamente ahora.
Renzo la observó fijamente por un par de segundos y negando con la cabeza sacó las llaves del coche. Tomó su mochila y descendió.
— Te quedas donde estás.
Cerró la puerta con fuerza. Se sentó sobre la acera para sacar de su mochila un cigarrillo y fumar.
— Por supuesto, hombre con mucho autocontrol —se dijo a sí misma mirándolo a través de la ventanilla—
No pasaron 5 minutos para que Carlotta descendiera y se acercara hasta él.
— Te pedí que te quedaras en el coche.
— ¿Para qué? ¿Para que no sientas remordimiento de que el humo de tu cigarrillo fuera a hacerme daño?
— Baja la voz, Ali
Renzo se puso de pie pisoteando sus cigarrillo que aún iba encendido por la mitad.
— Es tarde y la gente duerme. ¿Quieres despertarlos para que llamen a la policía y nos lleven detenidos?
— Que tontería. Luego la dramática soy yo. ¿Cierto?
— No es ninguna tontería. Le recuerdo señora Toledano que no se encuentra en ninguna gran ciudad, por si lo había olvidado.
Ignorando sus palabras, Carlotta retornó al coche. Segundos más tarde, Renzo subió y durante todo lo que quedó de trayecto no emitieron palabra alguna hasta llegar al apartamento.
Ella subió a su habitación y se encerró en el baño. El chico tomó asiento sobre el sofá y encendió el celular dónde encontró un par de mensajes de la señora Vilma Toledano. En el primer mensaje le preguntaba sobre su hija. Si se encontraba con él y si estaba bien, pues molesta le había colgado la llamada, y quedó preocupada. En el segundo mensaje le propuso que se encontraran en horas de la mañana solo él y ella para conversar.
— ¿Qué podría decirle? No puedo contestarle sin antes hablarlo con Ali —se decía Renzo a sí mismo—
Se dirigió hasta la habitación. Carlotta acababa de abandonar el baño. Él se metió tras ella sin decir nada. Ninguno de los dos tenía ganas de seguir peleando. Cuando regresó, Carlotta ya se encontraba en la cama. Él se metió y la abrazó desde atrás bajo las cobijas.
— ¿Recuerdas cuando te pedí en la torre que me dejaras intentarlo?
— Recuerdo cada palabra tuya en la torre. Recuerdo cada palabra desde que te conocí. ¿Acaso te arrepientes, bebé? —volteó a verlo con los ojos llorosos— ¿Te arrepientes de todo lo que nos hemos dicho en esa torre?
— ¿De que hablas, Ali? ¿Me encontraría aquí contigo ahora, de estar arrepentido?
— Entonces explícame a qué vienen tus palabras. Por qué te dieron ganas de discutir en el coche.
— Tengo miedo de perderte y no poder ser fuerte sin ti. Sentí miedo desde que salí a buscarte y no te hallaba por ninguna parte. Cuando te vi tendida en el suelo y te cargué en mis brazos para sentir que estuvieras respirando. Recuperé el alma cuando noté que lo hacías y que estabas tibiecita como lo estás ahora —decía acariciando sus mejillas—